Terror Universal
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Seccion: Artículos (Lecturas: 235)
Fecha de publicación: Octubre de 2016

El Fantasma de la Opera existió realmente

A través de esta investigación, nos proponemos echar luz en los precedentes históricos de una famosa creación literaria inmortalizada por el 7mo. Arte.

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Natán Solans



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Capítulo 9: Donde Erik llega al Infierno y decide ser un Fantasma

Gracias a la tremenda organización de esta página, podemos seguir esta historia solo con consultar el libro digital que se ha publicado en el sitio asociado Ficción.

En el mismo el propio Leroux cuenta que, en ocasiones, Erik se mostraba en público, por ejemplo, para comprar sus víveres. Incluso se presentó a plena luz de las lucernas en la fiesta de los directores salientes de la Opera (circa 1878). La gente , lejos de horrorizarse, lo miraba sonriendo pero al ver "su aspecto fúnebre" (sic) volvían la cara a la reunión. Uno de los directores entrantes, M. Moncharmín (que no se llamaba así, ya lo veremos), en sus "Memorias de un Director", cuenta que el delgado individuo "parecido a una Parca" tenía "una nariz transparente" arriba de un bigote tosco y una barba. Esto, el lector me disculpará, a mi, a Natán, me interesa sobremanera.


L' Enfer, circa 1880

El principal problema que enfrentaba Erik era la discriminación lógica a la que estaba expuesto. Erik era bastante rico y muy inteligente y su propósito era cultivarse y gozar de esa tarea. Con desagrado infinito leí en 1991 la novela "Phantom" de la escritorzuela Susan Kay. Este libro influyó en el mismísimo Andrew Lloyd Weber y en todo el mundo gay, tomando a el Fantasma como de la propiedad de esa colectividad.

Dice, vaya a saber de que caprichosa fuente, que Erik nació en Buscherville, Ruán. No está muy lejos de la realidad topográfica, pero acá termina toda realidad con la verdadera biografía que hoy estamos brindando. Incluso, esta atrevida lesbiana dice que el Fantasma era adicto a la morfina. Erik era un monje; cultivaba su castigado físico porque sabía que era el receptáculo de su Arte y que un cerebro tomado por el alcohol o las drogas, o aún, por la lógica desesperación significaba su muerte tanto artística como física; "señorita" Kay...

Bueno, el caso es que cuando arribó a Paris (no podemos, por más que nos esforzamos con Zen, meditación o la simple imaginación, representarnos su alegría, su entusiasmo...) sus energías estaban apuntadas a la Lírica. Tenía una enorme cultura en ese tema, pero no era ingenuo y sabía el revuelo que causaría su presencia, por más vestuario exclusivo, de moda (mucho más exigente que hoy en día donde un par de ridículas zapatillas hechas en China con un sello famoso son más caras que unas botas de montar), alhajas, o cualquier otra cosa que usara.


Antigua ópera, calle Le Peltier

Además, la Ópera de la calle Le Peltier, la "Ópera antigua", estaba cerrada, a punto de ser demolida por órden directa del Emperador Napoleón III. Así que, tras deambular por Pigalle (tan populosa y ruidosa como hoy lo es nuestra calle Florida o alguna arteria de Recoleta), se sintió atraído por una bella, bellísima fachada (miren la foto y díganme si soy exagerado): se trataba del recién inaugurado Cabaret "L'Enfer", en el Boulevard Clichy. A su lado, otro Cabaret no menos hermoso le hacía la competencia. "L' Ciel" (El Cielo), en realidad del mismo dueño (estos datos me fueron suministrados hace dos semanas por uno de los miles admiradores de El Fantasma - 1.000 sin contar los diversos ladrones y "repetidores" de este artículo en Terror Universal; investiguen ustedes, no me crean nada, por favor).


"El Cielo" y "El Infierno"

"El Infierno"

"El Cielo"

M. CocoAquel cabaret tenía como atracción, además de lo usual (putas, alcohol y números de baile exótico), espectáculos de "fantasmagorías" (proyecciones con el Epidoscopio o proyector de opacos, quizás perfeccionado por el mismo Erik), bellísimos autómatas, marionetas y actores semi-freaks. Parece ser que su presencia fue muy bien recibida en aquel ámbito, especialmente por su director Maese Coco, famoso en su juventud por el inmenso miembro viril que exhibía en espectáculos clandestinos que veía todo París. Esta particularidad se debía - como pasó con nuestro Pedrito Quartucci y Edmundo Rivero - a un mal llamado acromegalia (busquen el caso de "Rondo Hatton" en esta misma web). Coco inmediatamente aceptó a Erik para tomar sus servicios.

Edgar Allan Poe, que nunca estuvo en París, escribió un cuento que bien podría haberse inspirado en Erik; se trata de "El Hombre de la Multitud" editado en febrero de 1840. En el relato, Poe habla que, ebrio, sentado en la vereda del "Café des Artistes", en Boulevard Clichy 29 -un lugar muy parecido a nuestro "Café Tortoni"- veía pasar a "un hombre fúnebre que parecía un esqueleto. Iba y venía por Pigalle y todos evitaban mirarlo". Erik, tal vez sin conocer el cuento, hacía este mismo paseo cerca de 1870.

En aquel Cabaret-Teatro Erik trató de contactarse con toda persona o empresa que tuviera algo que ver con el arte de la caracterización, las máscaras y el disfraz. Harim Lumley Nerú, Erik, había recibido (es la enésima vez que lo digo, lo recalco, para una mejor comprensión de esta biografía) una inmejorable educación árabe-europea, de la mejor clase, por lo que tenía un gusto muy especial por todo lo que tuviera que ver con información y datos. Tenía la meticulosidad de un bibliotecario y todo lo analizaba bajo la luz de la reflexión y la observación metódica. En su cómodo camarín, decorado con motivos árabes, biombos y fotos, con un amplio escritorio de caoba muy negra (conservado en el Museé Carnavalet), Erik, de casi 40 años, solía pasar largas horas estudiando lo que mi amigo, el Coronel Jorge Soneyra llama "Información Pública", es decir diarios, revistas, catálogos, etc. Mi amigo suele decir que absolutamente todo está allí, que no hay secretos. El Monstruo (eso va con cariño) era conciente que muchos artistas, magos, cantantes, estudian mucho para trabajar solo 20 minutos por noche. Y él sabía que el tiempo libre es el mayor tesoro al que alguien pueda aspirar.

Tenía algo inusual para la época: un panel de corcho muy grande donde pinchar fotos y datos y, a su lado un gran pizarrón de colegio. Allí analizaba las prioridades, mientras fumaba tabaco turco de un nargile (pipa de agua), tocado con un fez negro y un "fumuar" (saco de fumar) o cubierto con su viejo traje enterizo de cuero con el que se presentaba en escena. Solo ese pequeño vicio se permitía pues, como ya dije, temía perder su punto de equilibrio con las tentaciones. En su camarín tenía un pequeño hogar, una estufa para el frío del invierno parisino. Mirando las llamas solía pensar en el dinero que tenía a buen resguardo en la naciente banca suiza y las monedas de oro que hábilmente guardaba en diversos recovecos, tales como su traje de cuero y que le servía como cota de malla.

Sus pensamientos no siempre eran tan gratos. Los crímenes incontables que había cometido en el Sultanato lo perturbaban a menudo. También pensaba en errores menores como cuando intentó ir a lo de "Madame La Moushka", ocasión en que las curtidas prostitutas prorrumpieron en alaridos y llamaron a la policía. No había odio en él. Era demasiado inteligente para entregarse a esas pasiones. Poseía documentos actualizados y su persona no era ajena al fisco, pagaba impuestos y a pesar que eso atente contra la Leyenda, es la verdad y a mi me gusta humanizar los mitos.

En la página 66 de la obra de Leroux traducida por Antonio Labriola, Editorial Leviatán (Buenos Aires, 1991) se habla del Embajador de Persia en París. Erik trató por todos los medios de evitar que se supiera de su existencia y de su filiación asiática. De haberse sabido que era refugiado a su amigo El Persa, el policía que le había salvado la vida, le hubiera ido mal y quizás habría terminado de juguete de la sanguinaria "Sultanita" quien, pese a su edad, todavía gustaba de entretenerse con "sus juguetes"...

Intuyo que Erik utilizaba documentos falsos. No era difícil pues en París comenzaba a gestarse una temible banda de maleantes llamada "Los Apaches". Habían tomado el nombre de los indios americanos, pues los diarios gustaban pasar noticias del "Lejano Oeste", que ya estaba agonizante. Estos malandrines usaban remeras a rayas horizontales (¡cuando todos usaban levitones!), gorras ladeadas sobre sus caras (a menudo con cicatrices), fajas en las que se veían navajas "sevillanas" automáticas de gran filo y gustaban bailar "Tango Apache" con su principal fuente de ingresos, sus putas. Chicas que les daban todo su dinero a estos "Macró" (cafishios, rufianes, fiolos, etc.) a cambio de un sexo lleno de bofetadas y violencia. Cuando una de estas chicas (nunca mayores de 27 años) "fallaba", se iba con otro, era común bañarles la cara con "vitriolo" (ácido sulfúrico con una pizca de ácido clohrídrico). Para una mejor comprensión de esta "Tribu Urbana" visualizar las películas "Can-Can" (1960) e "Irma, La Douce" (1963), las dos con Shirley MacLaine.

La filiación por medio de los documentos no era dificil de falsificar; el rostro, en cambio, era todo un tema. En aquellos años habían unos pocos actores, payasos y cómicos que lograban mimetizarse imitando a políticos, personajes públicos, mujeres, grotescos, etc. Cuando en 1982 se me dio colaborar en el programa televisivo "Las Mil y una de Sapag", donde el atractivo principal eran las máscaras, la prensa dijo que era "el primer espectáculo de estas características". Eso me hizo mucha risa debido a la ignorancia de tal afirmación.


Frégoli

En aquellos años, digo, descollaban varios "tranformistas". El más famoso era el adolescente italiano Leopoldo Frégoli, que viajaba por todo el mundo realizando más de 60 transformaciones en escena. Su alumna Fátima Miris descollaba en España. En Francia estaba Claude Dampier, no tan talentoso que más bien hacía caricaturas. A mi juicio, el mejor, era el norteamericano Richard Mansfield que, con gran training, hacía en las matineés diversos personajes discímiles: una niña quinceañera, un tosco cosaco, el Hermoso Brummel, el espantoso Mr. Hyde... Según tres biografías y el testimonio de Narciso Ibañez Menta, Mansfield fue nada menos que uno de los maestros de Lon Chaney.

Richard MansfieldUna de las principales virtudes de Erik, decía, era la de ser realista y no tener falsas espectativas. Sabía que Mansfield era casi inaccesible y, a causa del idioma, no solía viajar a menudo a Francia. Pero Erik debe haber sido muy insistente, enviado regalos y dádivas pués logró buen resultado de sus investigaciones. Habló largamente con Maccabe (una especie de Fu Manchú francés) que tenía debilidad por Erik, debido a su alta cultura. Por medio de él se contactó con Frégoli, quien se llevó una desagradable impresión al ver al Discapacitado frente a él. Frégoli se mostró confundido, molesto y terminó rapidamente la entrevista, pero tuvo un buen gesto: lo recomendó con un alumno aventajado, un obseso de los autómatas de ventriloquía, las máscaras y las trampas mecánicas. Se trataba de Milo Fragonard (a quien dediqué un cuento "El hombre que vendió su risa"). Este artista - de quien adoso fotografía - comprendió muy bien el drama de Erik y no dudó en brindarle su amistad.

Otro martillazo para el mito es que El Fantasma no fué un anacoreta solitario, si no que tuvo muchos y valiosos amigos entre la gente del Arte, la inteligencia policial, científicos y la farándula. Erik y Fragonard tuvieron larguísimas charlas hasta el amanecer (los camarines son atemporales, no tienen relojes. Los artistas se guían por las órdenes del transpunte), comiendo caviar, lomo, pavo, canapés y mucha champaña. De estas conversaciones Erik anotaba febrilmente los conceptos del otro genio. A su vez Fragonard acopiaba en su prodigiosa memoria todo lo que El Deforme le contaba; jamás, en su vida escribió ni contó nada de estas reuniones.


Milo Fragonard (1852-1934)

MaccabeFragonard, entusiasmado, contó que hacía mucho, en 1839, Charles Goodyear había logrado vulcanizar la "leche" (látex, en latín) por medio de azufre y calor y que esa sustancia se parecía mucho la carne humana; ilustrando esto le mostró a Erik una serpiente de este material que parecía viva. Semanas después Erik se animó a salir a la calle enmascarado. Parece que sus primeras pruebas se transparentaban como parafina (leer en esta misma página el relato de Monsieur Moncharmín, según Leroux), pero aún así se animó y se conchabó de simple albañil en la demolición de la vieja Ópera de la Rue Le Peltier. Allí no solo trabajaban hombres jóvenes, si no hasta ancianos, mujeres y niños (adjunto una fotografía enviada por la Sra. Swartz, gracias), tal era la miseria. En aquel entorno de gentes llenas de polvo de escombros quizá no llamaba tanto la atención. Terminaba su tarea de 10 duras horas justo para llegar a "El Infierno" y hacer su número de 20 minutos donde ganaba 23 veces más que su salario de jornalero. Decía, al descansar en la chaislonge (diván, parecido al de los psicólogos) que se sentía "más fuerte, más vivo ", luego de tanto trabajo.

Para esa época (1868-71 casi con toda seguridad) comenzaron las obras de los subsuelos de la nueva Ópera Garnier. Dos años antes había sido contratado por el arquitecto Charles Garnier, fanático del período Neo Bárroco, el argentino (tucumano, mal clasificado como italiano) Luis Trinchero, maravilloso escultor de mascarones y frisos que 20 años después realizó la decoración interior y exterior de nuestro Teatro Colón. Por supuesto, como le sucede a todo talento en nuestro país, murió en la miseria en 1944, ignorado, lleno de tribulaciones y abandonado por el General Perón.

Los vitrales fueron hechos por la familia franco-argentina "Gaudín y Cia", que también trabajaron en el Colón. Y nos encontramos en una calurosa tarde de verano a Erik haciendo una "cola" democrática frente a un galpón de contrataciones para las obras del la nueva Ópera de París y Academia Nacional de Música. Digo democrática, porque en la larga fila de más de 100 mts. estaba representada toda la sociedad parisina; habìan niños muy pobres, toscos changarines, mujeres gordas trabajadoras, pese a las horribles muertes nerviosas por el contacto con el plomo, provocando saturnismo. Estudiantes de arquitectura, dibujantes, decoradores, yeseros, techeros de entablillado, electricistas, plomeros y hasta un delgadísimo y alto caballero tocado con una galera de copa de paja - era la moda en aquel verano, ver "Raintree County" (El Árbol de la Vida)-1957, donde se ven estos sombreros-, un traje color crema muy elegante y con un agradable rostro de Don Quijote.

Charles GarnierErik fué contratado como "Erik Boulanger, Arquitecto Nacional y Capataz, Maestro Mayor de Obras" en las obras a realizarse. Sus ojos, mientras el contratista anotaba, se devoraban el paisaje que se abría a sus pies, a un metro de la enorme ventana; se trataba de los subsuelos que se estaban abriendo en una extensión de 6 manzanas. Aún no existían las sofisticadas máquinas hidráulicas que existen hoy; solo mano de obra de tracción a sangre, picos y palas y mucho sudor. 150 metros tenía aquel foso temible y de sus paredes chorreaban distintos afluentes y hasta cataratas, algunas de agua mineral cristalina, otras de "Aguas Negras", aguas servidas. Y llenaban cuatro lagunitas, cuatro charcos enormes que eran vaciados por medio de toscas mangueras de tela engomada en cloacas naturales en otros costados de aquella lisa pared por medio de enormes máquinas de vapor.

Acá y allá, se veían túneles pequeños y enormes, enormes... donde se veían antiguas piedras romanas (parecidas a las del Machu Pichu peruano), ladrillos o agujeros en la roca misma.

- Señor, Señor Arquitecto... se vé que le gusta su trabajo, ¿eh? Va a tener tiempo de estudiar eso, de entretenerse; se dice que vamos a tardar unos cuatro años en levantar el Nuevo Teatro. Es el deseo del Emperador, ¡qué Dios guarde en la Gloria!"

Como un resorte, el flaco caballero se levantó, se quitó su galera de paja, mostrando una bella cabellera rubio ceniza, sonrió -no sin cierta dificultad- y dijo:

- ¡Qué Dios guarde en salud!


Vista aérea de la Ópera Garnier

Grabado que muestra una función de la Ópera

El tosco contratista pensó que hermosa era esa voz, que alto y elegante era ese arquitecto, un verdadero señor... ¿qué le molestaba entonces al mirarlo, qué era...? Quizás el hecho que usara guantes con ese calor... quizás esos extraños ojos que brillaban como los de un gato... quizás esa piel que parecía la de un muñeco...

Se dice... se dice... se dicen tantas cosas. No es raro que pocos se ocupen de aquella realidad, viviendo el mundo otra tan distinta, tan poco romántica, brillante o recordable. Las obras fueron terminadas en 1874 y el 5 de enero de 1875 se inauguró la Opera House más importante del mundo en ese momento, pero en aquel oscuro período, oscuro como la vida de un topo subterráneo, debieron pasar muchas cosas.


Maqueta de la Ópera, y gran escalera

Hay montones de testimonios (algunos escritos por él mismo) que el Gran Arquitecto Charles Garnier tenía trato cordial con Erik Boulanger, Arquitecto y Maestro Mayor de Obras, capataz para controlar mejor todo, para estar más en contacto con la tierra, con el mortero, los ladrillos, la obra toda... Tanto era su celo que, en lo cotidiano muchos obreros volvían la cara cuando veían los insólitos bracitos llenos de tendones que movían piedras como si fueran livianas como corcho, cuando notaban que, en la oscuridad dos ojos brillaban como la novísima luz eléctrica, cuando percibían que un olor a muerto les ofendía la nariz. Su talento para resolver problemas arquitectónicos debió ser grande pues se le confió tareas totalmente independientes, solo con una forzada cuadrilla donde habían solo hombres, no niños, viejos o mujeres. Hombres duros, ex apaches, ex legionarios, ex presidiarios, gente que hablaba, preguntaba poco y recordaba menos.


Corte transversal de la maqueta

Debió ser en ese período, donde mirando el lago artificial, el "Lago Averno" -como lo dieron a llamar la comunidad de trabajadores-, un lago acústico para reverberar el eco de la música, creado por la revolucionaria mente de Charles Garnier que el émulo de Don Quijote, embarrado hasta la coronilla, clavó su pala en la dura tierra (que, ya veremos, luego se convirtió en "El Pabellón de Las Voces Vivas" y, más tarde, en su tumba...) y una alegría enorme partió su cara de calavera en dos y llegó hasta la otra cara, la de caucho que cubría toda su cabeza. Como las expresiones extremas al reir, gritar o llorar hacían doler los momificados músculos, tendones y ligamentos gritó guturalmente, tan alto que algunos hombres próximos de su cuadrilla comenzaron a acercarse. Un brazo en alto los detuvo, no quería que supieran que estaba llorando a mares, mezclando sus lágrimas con las aguas del lago cuya ribera llegaba a los pies de Erik, era la primera vez que se producía esa mezcla, claro, no fué la última.



Plano y corte transversal de la Ópera

Hace años, haciendo un espectáculo, la amable gente del Círculo de Rosario me mostró su hermosísimo Teatro de Ópera, un no tan pequeño Colón. Fue fundado en 1904 por el empresario Emilio Schiffer por la demanda de óperas y operetas de la sociedad genovesa que era mayoría en la ciudad. Las compañías vivían en el teatro que las contrataba y que tiene 30 salones de un lujo increíble.


Teatro de la Ópera de Rosario, Santa Fe

Yo ardía por visitar "los sótanos" y cuando, en la oscuridad llegamos, mi acompañante se rió de mi enorme sorpresa. En el centro de la inmensa nave de ladrillos rojos parecía haber un tesoro digno de la cueva de Alí Babá. Al encender una lamparita el efecto fue mayor porque mil brillos hirieron mis ojos. Parecían diamantes , esmeraldas y piedras color caramelo. Al acostumbrarse la vista, vi que era un inmenso lago de botellas rotas. El Ingeniero Jorge Golddamer, encargado de la ingeniería y la yesería acústica, pensó que ese artilugio era mejor que crear trabajosamente un lago artificial de agua corriente.

Se me permitió quedarme con algunas amarillentas etiquetas de vino y cerveza de 1904 que guardo todavía como un tesoro. El Ingeniero Golddamer, se me dijo, aprendió arquitectúra de la acústica teatral con otro Ingeniero: Garnier.

 

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