Terror Universal
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Seccion: Artículos (Lecturas: 250)
Fecha de publicación: Octubre de 2016

El Fantasma de la Opera existió realmente

A través de esta investigación, nos proponemos echar luz en los precedentes históricos de una famosa creación literaria inmortalizada por el 7mo. Arte.

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Natán Solans



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Capítulo 13: Donde el nuevo director casi pierde la calma y un cazador es cazado,  una carta aparece sin cartero, se extorsiona, se  amenaza y se reclama un palco, donde renace un amor y donde, en fin... El Fantasma se presenta

Cristina pronto olvidó las historias que sus compañeras contaban sobre el Fantasma, pero, casi de  inmediato tuvo que volver a poner su atención en él.

Como es natural, su pensamiento estaba puesto en "su" Raúl Vallejo y Miranda, Vizconde de la Casa de Alba. Lo veía como hoy lo haría una fan, una "cholula" (voz argentina que indica  suma admiración a un ídolo) hacia  un astro inalcanzable. Es que La Casa de Alba era (y es, aún hoy.) el no-vá-más de la crema rebatida de la Aristocracia Parisina, lo cuál significaba "de Europa", lo cuál significaba "del Mundo".

Y ella, una humilde "cómica", no tenía forma de acercarse a él. Pero dicen que de los dioses paganos el más travieso e imaginativo es Cupido, que nunca crece pero que tiene una experiencia milenaria. Y así, la causalidad hizo que pronto se enterara que Raúl frecuentaba el Palacio Gardnier y esto sucedía porque era una especie de mecenas que  favorecía la Lírica, pués su abuela francesa - así como toda su familia española- adoraba las Artes Clásicas como la expresión física de la divinidad.

La fortuna de Raúl Vallejo y Miranda era incalculable y se comentaba que en los últimos diez años había donado cinco veces el equivalente a lo que costó La Opera Gardnier (!). Y, aunque la máxima autoridad en el teatro era su Director, el señor André Messager (Señor Morcharmín en el libro) todo proyecto de espectáculo pasaba por las oficinas del Vizconde.

Estudiando las memorias, en forma de informes del Inspector Milfroid, nos enteramos que en aquellos días muchas eran las muertes que sucedían en aquel complejo teatral. Las cloacas parisinas (únicas en el mundo, aún hoy) cíclicamente escupían cuerpos al Sena. Como la ciencia forense aún estaba en pañales, no se podía precisar si eran cadáveres recientes ni de donde provenían, ya que Paris tenía todavía zanjas a cielo abierto por donde corría el agua y los criminales solían arrojar allí a sus víctimas. Estas zanjas, naturalmente, desembocaban en el  Sena.

También la gente pobre tiraba a sus difuntos a tales zanjas (en el preciso momento que escribo esto, 19 de noviembre de 2010, una familia boliviana muy pobre que vive en una villa miseria argentina dejó pudrir cinco días un cadáver, en su cama, en una pieza contigua a donde vivían todos, por "no tener dinero para enterrarlo"). Los estudiantes de medicina hacían otro tanto con sus cadáveres de estudio que comenzaban a ponerse verdes. También los fetos abortados bailaban su danza macabra en las aguas corrientes de albañal, acompañados de la sangre espesa de los mataderos y así, las aguas negras servían de cementerio a no poca gente.

Ya mencioné, al comienzo de este estudio que en 1890 más de la mitad de Francia aún vivía en la Edad Media. Y quiero dejar claro aquí que La Opera era, en parte, un campo santo también; miles de muertos descansaban allí en forma de esqueletos, parte de las Catacumbas llegaban a los cimientos del teatro. De vez en cuando, algunos de los abatidos de la Comuna, de La Masacre del Boulevard, eran arrastrados por las aguas sucias hacia el Sena y cuando la policía los descubría boyando, flotando e hidratándose, los llevaba a la Sureté y no comprendían si era un muerto reciente o antiguo. Adjunto alguna espantosa foto, para ilustrar estos hechos.

Miembros de la Comuna muertos en 1871
Miembros de la Comuna muertos en 1871 (ampliar la foto con un click)

Tras este preámbulo, sigamos con Cristina, que pronto debió suspender sus sueños románticos para golpearse con la dura realidad de los muros de aquella casa donde ahora habitaba. Un atardecer bajaba hasta el primer subsuelo, donde había una pequeña capillita toda de piedra, de aspecto medieval, no más grande que el camarín de La Sorelli.

En el medio de un pasadizo oscuro, se abría una entrada en la pared, un arco en forma de ojiva, de almendra puntiaguda, al estilo de las catedrales góticas. La entrada daba a un cuarto cuadrado, también de piedra, iluminado por una alta y pequeña ventana, que representaba en su vitreaux al Sagrado Corazón de Jesús (esta imagen católica del corazón sangrante rodeado de la corona de espinos siempre me pareció muy bizarra; prueba de esto es que hay varios grupos de rock que adoptaron este símbolo sagrado). El vitreaux arrojaba un haz de luces de colores sobre una pequeña imagen, también pétrea, de La Virgen de Lourdes. Este ventanuco pertenecía a una serie de treinta pequeños respiraderos que daban a la sombría y triste Calle Scribe.

1870's, La triste calle Scribe, ventanuco a los sótanos
1870's, la triste calle Scribe, ventanuco a los sótanos

En la foto que la muestro se ven tres de las cuatro esquinas que formaban con La Opera. En el edificio del medio funcionaba un sucio lupanar cuyas meretrices eran ex coristas de la Antigua Opera de París. Esta y otras fotos que muestro fueron tomadas por "el fotógrafo de París" Eugéne Atget (1857-1927).

Solo había un desvencijado banquillo de madera tosca y la tierra se acumulaba porque ese ambiente estaba fuera del circuito de limpieza de las fregonas de La Opera. Las fregonas son un capítulo aparte en esta historia, una verdadera cofradía. La versión cinematográfica de la Hammer de 1962 las muestra, así como también al cazador de ratas. Estas mujeres pertenecian al lumpen, a lo más bajo de la cadena alimenticia; eran la hez social pero, aún así, eran respetadas.

Fumaban y bebían todo el santo día y no podía saberse si tenían 40 u 60 años (límite de la vida humana en esa época) tan curtidas estaban. Un conductor de programas de TV argentino, Chiche Gelblung, refiere que, por un problema de rebeldía adolescente, no se bañó durante seis meses y, a causa de esto, suele mostrar, le quedó una mancha de por vida, de piel percudida por la roña; bueno, estas mujeres jamás se bañaban, de cuna a tumba, por lo que estaban cubiertas de "pecas" de mugre. Un autor cuenta que "las jóvenes obreras londinenses" hacían su baño semanal con una esponja y un balde de agua tibia. Estas señoras no conocían esta sofisticación, por lo que su presencia era anunciada a mucha distancia y el personal de maestranza debía abrir todas las ventanas y puertas luego que pasaban las barrenderas, porque el aire era irrespirable. Como dato anecdótico adjunto la foto de una fregona, que en su juventud fué la prostitua Irma, La Douce; el escritor teatral Alexandre Breffort hizo una obra en Broadway sobre ella y, en 1963 se realizó la película con Shirley MacLaine y Jack Lemmon.

Agrego, también unas fotos del libro "Diario de las fregonas teatrales", del Señor Ritz, millonario y periodista.

Fregonas

Hacía unas semanas su nueva amiga, la pequeña Girí, le había mostrado como un secreto, el recóndito lugar de recogimiento. Desde entonces habían ido todos los días a contarse cosas y rezar. Sus charlas eran proyectos ingenuos, de niñas, llenos de ilusión, de esperanza, donde aparecían príncipes azules, donde las risitas eran tan santas como los rezos... Y en aquel momento Cristina se había animado a bajar sola a aquel claustro.

Apenas había bajado por las escaleras y dado cinco pasos en aquel sótano una voz la sobresaltó.

- Pero ¿qué pasa en el cielo que los ángeles andan por los sótanos?

Al girar en redondo se encontró con una ruina humana. Un hombre muy delgado, desgarbado aunque alto, de mirada bizca y una boca vacía cuan agujero habitado por un solo diente amarillo. Estaba vestido a la usanza de la clase baja parisina: gorra, camisa sin cuello, saco y pantalón sujeto por una soga. Por calzado tenía unas bolsas de arpillera atadas con hilo sisal. Todo su atuendo estaba sucio y remendado y el olor corporal era insoportable, aún a aquella distancia y aquel sitio. Lo más extraño de todo era una bolsa móvil que el hombre llevaba con gran esfuerzo al hombro y que se movía manifiestamente. Lo primero que Cristina pensó era que el hombre llevaba un niño en la bolsa.

- No se asuste, Cristina, la conozco, a veces subo al teatro y la veo cantar... somos compañeros, los dos vivimos en esta casa.

El aliento a vino barato abofeteó el rostro de ella, quién respondió.

- No le temo, ¿Señor...?

- Hammelín... así me llaman, no me acuerdo de mi verdadero nombre ya... mire, quisiera venderle algo, se trata de un manjar que algunos gustan saborear.

Dicho esto, con una atlética agilidad, Hammelín bajó su bolsa, metió la mano en ella y provocó una algarabía de chillidos. Sacó por la cola la más inmensa rata que Cristina viera en su vida.

Ella retrocedió asustada.

- ¿Sabe, Cristina? Soy el cazador de ratas oficial del teatro, por eso me llaman así, de verdad no quiere una? - dijo acercándole más de lo conveniente el roedor a su cara - y en ese caso, ¿no me daría unas monedas, eh?

Lentamente ella abrió su monederito y le dio un poco de dinero al atrevido, que lo recogió en su inmunda gorra, riéndose a carcajadas. Cristina apuró el paso y Hammelin miró con lascivia como se alejaba.

Dos ojos luminosos, dorados centellaron en la oscuridad.

El hombre volvió a cargar su bolsa de arpillera al hombro y cuando caminó unos pasos adentrándose en aquellas inmensidades algo le cayó pesadamente sobre la cabeza desde un lejano andamio.

Blasfemando se llevó la mano a la cara, al principio pensó que era sangre, por la viscosidad, pero pronto se dio cuenta, al probarla que era miel de abejas.

La expresión de furia de su rostro simple cambió por una de miedo cuando la bolsa comenzó a agitarse, de tal modo que no pudo contenerla. Cayó al suelo y hubo un estallido de pelos y dientes amarillos, de manitas cuasi humanas y húmedas colas rosadas.

Las ratas libres de su encierro y hambrientas rodearon a Hammelín en un círuclo perfecto (las ratas de cloaca son muy organizadas, como soldados ejercitando una estrategia de combate), enormes, erguidas sobre sus patas traseras daban horror al mirarlas. El hombre estaba más bizco aún, por todo su cuerpo la miel hacía estalagtitas, hilos babosos, goterones que vivoreaban por su magro cuerpo, abrió su boca hasta casi dislocar su mandíbula pero ningún sonido salió de ella.

La rata más grande, más negra y lustrosa, mayor que un gato mediano, la que minutos antes había alzado por la cola y acercado vejatoriamente al rostro de Cristina, seguramente la líder de aquel grupúsculo, pegó un salto que ningún atleta humano podría realizar e hincó sus incisivos en la nariz de Hammelín.

Luego estalló el espanto.

El hombre cubierto de ratas parecía un inaudito yeti en convulsión. La sangre no tardó en brotar y las vísceras hicieron su aparición, rojas, verdosas y rosadas.

Cazador comido por ratas Dibujo arreglado por mi
"Cazador comido por ratas" - dibujo arreglado por Natán Solans
sobre caricatura publicada en un medio de prensa

Acompaño una foto del protuario policial de Hammelín que me costó mucho obtener y que agradezco al Museo de la Sureté y al Inspector Leclerc en funciones. Y un dibujo de la época que ilustra aquel suceso. Si estudian los periódicos de ese entonces verán que se refieren a este hombre como "el procesado 1030", pués fue encarcelado, por poco tiempo, por "atentados a la moral".

Hammelín, El Mata-Ratas
"Hammelín", El Mata-Ratas

A todo esto Cristina estaba arrodillada sobre una pañoleta que llevaba y apoyaba sus manos en rezo sobre el banquito, pedía por sus compañeras, por el éxito del teatro y de las óperas, realizaba la vieja liturgia cristiana pero, aunque sus ojos estaban clavados en la virgen de piedra, no la veía a ella si no al Ángel de la Música que unos sesenta metros más arriba coronaba el techo del palacio. Su pensamiento, tercamente, volvía una y otra vez al guapo y afable vizconde de su infancia.

Los gritos hicieron que su ágil cuerpo se incorporara como un mimbre y en cuanto vio aparecer el primer roedor, como en un clásico chiste gráfico, se subió al banquito y levantó sus largas faldas por sobre las botitas y los tobillos. Las ratas cebadas, rojas de sangre, parecían rubíes rodantes de un collar roto; se apiñaban en los rincones, golpeaban el banquito. De pronto comprendió que no tenía tanto autocontrol porque se sorprendió gritando agudamente y luego se desvaneció.

Al despertar lo primero que pensó fue en las mordidas de las ratas, pero no tenía ninguna.

También se sorprendió porque la encontraron desmayada en su camarín y no en la remota capillita.

Charles GounodCharles GounodMadame Girí sostenía con una mano su nuca y con la otra un frasco de amoníaco debajo de su nariz. Todas sus compañeras la rodeaban, la pequeña Girí la tenía tomada de la mano, la Sorelli la miraba con infinita ternura y piedad y, detrás de todos, hasta el desagradable rostro de la Carlotta se mostraba preocupado. El celebérrimo compositor Gounod, que luego sería mentor de Cristina, tenía una mirada grave. En primer plano, el Inspector de la Sureté Milo Milfroid, trataba de imponerse haciendo callar al marido policía de Carlotta, pero controlándolo todo, estaba el alto Director Entrante, rojo de furia y desazón (actitud muy rara en él, siempre muy aplomado y ecuánime), repitiendo sin cesar:

- ¡Deux semaines, deux semaines! - refiriéndose a las dos desastrosas semanas (dos crímenes) de su directorio.

Desbordando el camarín del coro también habían tramoyistas, utileros, acomodadoras y, claro está, los infaltables enanos que sonreían fuera de lugar.

Se dice -no me consta- que entre aquella compañía estaba quién veinte años después fuera primera dama de la República Argentina, la portuguesa Regina Pacini, muy joven entonces y luego esposa del presidente Don Marcelo Torcuato de Alvear. Una misteriosa figura hizo aquí su aparición, alto, esbelto y de una exótica apostura masculina, tocado con un sobretodo liviano y cuello de astrakán, al igual que su gorro turco: el Daroga, que miraba filosóficamente la escena. Era, como creo haber dicho ya, una figura familiar en La Opera; un habitué.

- ¿Qué le sucedió a Hammelín? - preguntó Cristina, con voz ronca.

- ¿Cómo sabe eso, Mademoiselle? Eso sucedió muy lejos de donde la encontramos... - interrogó el Inspector, costernado.

- ¿Qué le sucedió? - replicó en tono más alto la autoritaria joven.

- Eh... eh... bueno... ¡fue devorado por las ratas!- exclamó la pequeña Girí, muy poco diplomática, y todos rompieron a cuchichear.

La impresión de Cristina fue apagada por Raúl que, abriéndose camino entre el gentío, se aproximó a ella. Así lo vio, por fin, luego de diez años. Estaba buenmocísimo y acercándose, se agachó sobre el chaislonge donde descansaba y tomándole la mano libre exclamó:

- El médico ya viene, les ruego a todos se retiren. Cristina necesita aire... ¡Inspector, Director, por favor!

El cuadro, pese al reciente horror, le pareció a la joven deliciosamente ideal. Ella y Raúl quedaron a solas, juntos... solos... solos no.

Vichadero"Vichadero", máscara hueca que era, en verdad, escondite de voyeur (camarín Opera Garnier, 1998)En un rincón oscuro, detrás de una moldura que representaba a la máscara de la Tragedia, a través de su boca de yeso, una cerbatana amazónica apuntaba al cuello de Raúl. (estos sitios de espionaje no eran - ni son - tan insólitos; siempre existieron voyeurs, mirones, especialmente donde había chicas. Mucho antes que las sofisticadas camaritas se escondieran en duchas y vestuarios, ya existían espejos polarizados de "cristal inglés", agujeros, ranuras, troneras, aberturas en el techo, debajo del piso, verdaderos periscopios en chimeneas, mascarones huecos... todo esto, en el Río de la Plata se llamó "vichaderos", de nuestro lunfardo "vichar", es decir, "espiar".

La cerbatana temblaba y su púa de espino sostenida por una bolita de algodón olía a almendras amargas, olía a curare, al extremo de la misma una boca sin labios, una boca de muerto estaba pronta a soplar. Por encima, dos ojos de fuego ardían de celos, de odio. Pero pudo más la razón y retiró el letal tubo de caña y cerró con una tapa la boca de la moldura.

(Nota del autor: También en el Museo Carnavalet se encuentra una cerbatana amazónica que, insólitamente, se encontró en los sótanos en 1956, en ocasión de unas restauraciones. Estas cerbatanas también permiten a los indios Yepibas, Cholones, Hibitos y Jívaros respirar debajo del agua cuando, por ejemplo, hay invasión de mosquitos. Erik también la usaba así, pero por diferentes razones.)

Ese breve cuarto de hora, donde Raúl estuvo a punto de morir envenenado, sirvió para que los dos jóvenes supieran, sin decírselo, que siempre estarían juntos, por siempre jamás. Cristina entonces vivió entre nubes: de repente tenía todo lo que soñó, una posible carrera, un sitio seguro (?), una audiencia que su padre nunca tuvo y que corroboraba su arte y, lo sabía, tenía, sobre todo, la certeza de un amor.

Agradezco nuevamente a Christian de Vallejo y Miranda, nieto ya octogenario de Cristina y Raúl, que me regaló la fotografía de su padre que aquí publico. El Conde de Vallejo y Miranda era nada menos que el hijo de la célebre pareja y solo lamento que Christian no me permita publicar su foto, (aunque, como indiscrección, les digo que pueden encontrarlo a menudo en las páginas de la revista española Hola!). Este hombre también es lector habitual de Cinefanía y Terror Universal.

Conde Vallejo y Miranda 1932, hijo de Raúl y Cristina
Conde Vallejo y Miranda 1932, hijo de Raúl y Cristina

Pero la vida en la Opera no era tan plácida. Los crímenes habían tomado estado público en los principales periódicos y pasquines ("Mercure de France", "Le Fígaro", "Le Monde", "Le Télégrame", "L'Eclipse", etc.) y, como suele pasar, esto llevó más gente a la Opera.

No quiero explayarme en detalles macabros pero algo que pasó en esas dos semanas fue un verdadero desastre. Hacía unos diez años el fabuloso empresario norteamericano Phineas Taylor Barnum había popularizado a los elefantes exhibiendo al suyo, al más famoso que existió, a Jumbo.

Dromel, elefante de Aida
Dromel, elefante de Aida

André Messager. El Señor MoncharmìnAndré Méssager, director entranteEl Director Entrante André Méssager tuvo la desgraciada idea de comprar uno a un zoológico para incluirlo en la faraónica puesta en escena de "Aida" de Verdi que, como es sabido, transcurre en el antiguo Egipto. Se llamaba "Drómel". El pobre paquidermo nunca se sintió cómodo en aquel claustro brillante, en aquellos sótanos solo aptos para caballos (que también participaban de "Aida"). Se sintió nervioso, luego inquieto, después furioso... Hubo que sacrificarlo a tiros de carabina delante del tout Paris, para vergüenza y oprobio del pobre Méssager.

Llamo la atención sobre un periodista de "L'Eclipse", Monsieur Ritz, que, como el personaje de Orson Welles en "El ciudadano Kane", era un hombre inmensamente rico pero gustaba escribir artículos, principalmente de espectáculos. Adjunto aquí una nota que le hizo a Cristina, en ocasión de interpretar a Ofelia; caricaturizada con un coro de ranas por el dibujante de la farándula parisina, Cordell Gill.

Mlle. Nilsson (por Cordell Gill)

Monsieur Ritz, dueño del hotel del mismo nombre, fue un confidente de la cantante y, debo decirlo, un gay encubierto por las imposiciones de la época. Gracias a escritos de su autoría pudimos ofrecer un perfíl más acabado de Cristina Nilsson.

Lo cuento ahora porque temo olvidarlo. La pequeña Girí, gracias al único romance que tuvo en su vida, devino en Marquesa Girí de Camembert-Fermiér. Su marido era nieto de Marie Paynel-Fermier, la aldeana que regaló a Napoleón el queso que elaboraba, Camembert (significa "queso agusanado") y que, gracias a esta promoción y luego a una red de trenes se popularizó tanto que la familia ganó millones y millones de francos en oro. Su matrimonio duró solo cinco años (Camembert-Fermier le llevaba casi cuarenta años a su esposa), heredando ella una fortuna de fábula que dura aún hasta hoy.

Al enriquecerse "la pequeña Girí" siguió siendo sencilla pero a su madre, Madame Girí, se le subieron los humos y trató de ascender socialmente; comenzó por adelgazar con un extraño tratamiento en base a ingestas de mercurio y huevos de tenia. A causa de esto perdió casi todo su cabello (se puede apreciar en la foto) y cambió totalmente su biotipo; de rolliza y feliz gritona, se convirtió en una mujer silenciosa, digna, grave, con la delgadez de una estaca y la palidez de una muerta. Compraba ropa carísima, alhajas y hacía viajes con la fortuna inagotable de su hija. En 1912 tuvo la mala suerte de comprar un boleto para viajar a bordo del "Titanic"...

Tan ausente estaba Cristina que casi no oía a su amiguita, la pequeña Girí, cuando le contaba de primera agua lo que había vivido su madre.

- Entonces el sobre, la carta apareció de repente en el despacho del Director. En otras ocasiones era mamá quien la llevaba, pero como tuvo problemas, le comentó a Él que prefería no llevarlas más, renunciando a los napoleones de oro que le dejaba.

Volviendo a la realidad La Nilsson le preguntó:

- ¿A quién te refieres cuando dices "Él" y quién le dejaba las monedas de oro a tu mamá?

- ¡Al Fantasma, por supuesto! El sobre de peticiones siempre se lo dejó en la capillita que te mostré, mamá lo tomaba y en el suelo, escrito en el polvo estaban sus instrucciones, debajo del sobre estaba la recompensa en centavos de oro.

- ¡Pero qué imaginación tienes, - dijo riendo - vive Dios! ¿Y pretendes que te crea eso?

- Bueno, no me creas... algún día te toparás con Él y entonces me creerás.

Tan grande fue el enojo de la pequeña que Cristina se puso seria, se disculpó y le pidió que continuara. Parte de su seriedad se debía a que le causó cierto temor pensar que podía, como todos, encontrarse con semejante engendro.

- ...Como te decía - continúo Girí -, el Fantasma, que es un caballero, no quiso comprometer más a mamá y entonces, como por arte de magia, hizo aparecer el sobre, ayer mismo, en el despacho del Director.

- ¿Y que decía?

- Ahora río yo... hoy mismo te enterarás.

Efectivamente (cuenta Ritz, en un artículo inédito de su periódico) esa misma tarde las prácticas de canto y las clases de danza, fueron interrumpidas por los gritos del Director Entrante. La orquesta dejó de tocar y se escuchó lo que vociferaba el anciano:

- ¡Deux semaines, deux semaines... pero esto es el colmo! ¡Seguramente se trata de una broma de los Directores Salientes, o de algún papanatas que no tiene nada que hacer! ¿Quién puede creer en esta patraña, en este fantasma de, de... pacotilla? ¿A quién se le ocurriría inventar estas cosas...? ¡Todos los teatros del mundo tienen uno, todos tienen un fantasma! ¡Deux semaines, mon Dieu y ya tengo estos problemas!

Al preguntarle todos de que se trataba, el hombre, más calmado, prosiguió:

- ¡En un burdo truco de magia, esta mañana apareció este sobre donde se me pide 240 mil francos... en oro, "preferentemente", dice "con 70 centavos"!

Sugiere también ciertos cambios en la escenografía, en las partituras y declara... estar cansado de La Prima Dona Carlotta.

Recuerda que una cifra ligeramente menor le era otorgada por los Directores Salientes y cuenta que estos le permitían realizar cambio en las obras líricas. Acota que es su "pensión anual".

- ¡Ah! Y reclama "su palco Nº 5", quejándose de que el sábado lo hemos alquilado.

Sin solución de continuidad, aduce que, "de no cumplirse sus pretensiones, la desgracia caerá sobre el teatro en la forma de nuevas muertes y, posiblemente, una explosión o incendio".

Dicho esto le pasó la misiva al Director de Orquesta que luego de leerla se la dio a un músico y este a otro y así la carta fue de mano en mano hasta llegar a Cristina.

Una extraña sensación le produjo su contacto; se trataba de un finísimo papel grueso de esparto, amarillo, con un bello grabado floral en cuyo centro decía "Erik". La letra no podía ser más bella y culta, de libres trazos generosos y de una tinta muy oscura, azul.

(Poseo, gracias a Dios, una reproducción de esta carta, con otro texto; el Museé Carnavalet exhibe varias y no pocos coleccionistas me dicen que tienen otras tantas; en próximas entregas la mostraré), pero lo que más impresionó a Cristina, que tenía un fino olfato fue el perfume que emanaba aquel papel: se trataba de un molesto olor a flores, un agudo aroma agresivo a pétalos mústios, a flores viejas, mezclado con otro tono odorante inidentificable, pero desagradable, como el tufillo que impera en los velatorios...

Casi pega un grito cuando La Sorelli le pidió la carta. Luego de dársela pensó que aquella carta no era apócrifa, que no pertenecía a ningún papanatas burlón como había dicho el Director; aquella carta era un misterio, un misterio muy grande...

No quiero abundar aquí con detalles biográficos, para eso está la novela de Leroux. Solo quiero acotar que una vez leída por todos con distintas reacciones, Monsieur  la volvió a guardar en aquel bello sobre tan siniestro y bello como la carta que cobijaba, con sello de lacre, y se lo llevó.

En sus memorias el Daroga (documento que me mostró mi amigo Marcelle Maumus) cuenta que el Director dejó el sobre brevemente sobre una mesita Luis XVI y acto seguido interrogó, a Madame Girí amenazando con echarla si comprobaba que era autora o cómplice de la broma. Para hacer más dramático su reto, abrió el sobre para mostrarle la carta y del sobre brotó... ¡confetti, papel picado!

Para ilustrar esto adjunto la viñeta de una historieta sobre Erik de origen francés.

Al día siguiente se daba una función vermouth (a las 17 hs.) a beneficio de un orfanato y Mr. Méssager vio la oportunidad de desafiar al "fantasma" alquilando el palco Nº 5 por segunda vez en "deux semaines".

Los agraciados fueron el matrimonio Schiaffino. El hombre, tosco y ruidoso era un compañero de Mr. Méssager quién, como dije, hizo su fortuna en el negocio de la basura, algo así como nuestros porteños cirujas o cartoneros. Su señora no la iba en zaga y también gustaba gritar al hablar, agitando sus caras alhajas que pendulaban junto a los colgajos grasoso de sus brazos y cuello: eran resabios de la desaparecida sociedad napoleónica.

Había comenzado la obertura de la opereta "Rapunzel" y ya el coro de bailarines y comparsas disfrazados con grandes mascarones que representaban insectos, ranas y flores comenzaba su labor cuando el ruidoso matrimonio Schiaffino hizo su tardía aparición en el palco Nº 5.

Todos los miraron molestos, inmediatamente saludaron con grandes ademanes al Director, que les contestó con una inclinación de cabeza. Luego la Señora se quitó ella sola el costoso tapado de pieles y raso tirando una silla. Cuando hubieron de estar sentados sonreían a la concurrencia sin prestarle atención a la obra. Sus onerosas dentaduras postizas de marfil y gutapercha no paraban de iluminar la platea: había que exhibir esos 200 mil francos; casi lo que pretendía Erik.

Luego de esto, miraron por primera vez el escenario y se dedicaron a cuchichear al oido uno con el otro. Las miradas molestas eran como dardos; en esa época la gente no se permitía chistar.

Fue entónces que una voz autoritaria y firme , de tono alto, dijo:

- Señores Schiaffino, además de invadir mi palco, no dejarán de portarse como lo hacen en el mercado de la Rua Casanova. Por eso, par de cerdos, tendrán que irse inmediatamente.

Dicho esto un programa que estaba descansando en la barandilla de terciopelo del palco se irguió solo, como si un espectador lo leyera.

Y el matrimonio de cerdos demostraron que podían ser mucho más ruidosos cuando salieron gritando y empujando la puerta del palco. La vieja volvió pese a su miedo para recoger su tapado, tirando por segunda vez la silla.

Pasó un ominoso minuto donde todos, artistas y públicos contenían el aire ante lo ocurrido.

Fue entonces que se escuchó un audible suspiro y acto seguido las puertas del palco se cerraron con suavidad, la silla fue levantada y el programa se erectó como si alguien lo siguiera leyendo.

Del otro lado de las puertas del palco dos fornidas acomodadoras trataban de abrirlo sin éxito (solo al terminar la función y salir todo el público las puertas se abrieron para permitir el aseo del palco).

Poco a poco la gente dejó de mirar hacia allí, la orquesta cobró su brío, las figuras humanas y de cartón siguieron danzando pero... en el ambiente flotaba un inequívoco aire fúnebre.

Para el próximo capítulo, revelaciones en ciernes y más tragedias...

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