Terror Universal
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Seccion: Cronicón (Lecturas: 11177)
Fecha de publicación: Agosto de 2011

Videodrome

Un análisis pormenorizado y meticuloso de ese oscuro título de culto de la filmografía de David Cronenberg.

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J.P. Bango



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Nota originalmente publicada en El Cronicón Cinéfilo

III. Imágenes evocadoras y corporaciones al margen del sistema:

El argumento de Videodrome se nutre de metáforas y evocaciones visuales que, aparte de redundar el sentido paranoico y sugestivo presente en la mayor parte del film, sirve para confirmar el talento visual de David Cronenberg. Así, las pantallas de las televisiones se ensanchan, adoptando formas humanas (unos labios carnosos, una mano apuntando con un arma...), incluso tomando la imagen de Nicky Brand cuando ofrece su espalda de plástico y metal para la consumación de un encuentro sadomasoquista.

JAMES WOODS en VIDEODROME

Pero, sin duda alguna, una de las imágenes más recordadas es la un Max Renn abierto en canal frente a un televisor dimanante de reflujos conspiranoicos. La ubicación de la hendidura (el abdomen) y su aspecto (vaginal) nos sugiere un receptáculo contenedor (una especie de bolsa de canguro) cuyas particularidades el propio Cronenberg lleva al extremo cuando comienza a introducir (y guardar) una pistola (herramienta definitiva para la confirmación del marionetazgo) o incluso una cinta de video (la llave que desencadena la catarsis).

En palabras de Leonardo Díaz Bouquillard:

“...Cuando Renn tiene la ranura —que no es permanente— es como una máquina deseante y su deseo no siempre es sexual...“ [1]

El cuerpo de Max Renn se transforma, entonces, en una suerte de contenedor biotecnológico que abre la puerta de su mente, convirtiéndolo en un individuo a merced de la voluntad de otros. Videodrome se define, en este sentido, como una herramienta de reprogramación que altera la realidad del sujeto afectado... distorsionándola. Aquí vuelven a ser protagonistas las imágenes: las cintas de video se deshacen (en una imagen más propia del cartoon que del Cine de consumo), los cuerpos muertos se corrompen y descomponen dejando al trasluz la tumefacción y el deterioro orgánico. Finalmente, el esófago de Renn acaba de disolver/deglutir la mano de uno de los lacayos de Convex en una secuencia que nos recuerda a la de otra película coetánea: La Cosa de John Carpenter.

Es aquí, en la filmación de una paranoia afectada por la descomposición de las formas, donde la creatividad visual (y visionaria) de Cronenberg brilla en todo su esplendor.

La segunda constante reseñable en este apartado es la presencia de dos Corporaciones:

a) La Iglesia del Rayo Catódico, liderada por el personaje de O’blivion (y por su hija, Bianca), pretende una aplicación terapéutica de Videodrome, racionalizándolo (y racionándolo en dosis) entre aquellos desamparados que por su posición social (o mejor dicho por su ausencia de ella) quedan al margen del Sistema. Esta congregación (una especie de ONG que da asilo y dosis catódicas a los mendigos) se conduce por un dogma cuya naturaleza se define por una lógica aplastante: si aceptamos que la televisión puede cambiar a la Sociedad quedarán al margen de ella aquellos que no tienen acceso a los terminales (de nuevo, Cronenberg y sus vaticinios). La congregación de O’Blivion persigue compensar este desperfecto regalando entre los ciudadanos sin techo diarias dosis de visionados televisivos. La imagen de esta especie de “comedor social” preñado de silencio (a pesar de estar lleno de gente) nos devuelve la idea de la impersonalización y el automatismo a la que conduce esta nueva sociedad adicta a la televisión, lustros antes de que el propio sistema catódico, lejos de conformarse con el cambio societario, comience a demandar/exigir de forma adicional... un Nuevo Ser.

b) Convex, se desmarca de O’Blivion (literal y metafóricamente) por una simple cuestión de a) propósitos (ensayan liderar una revolución transgresora) y b) de plazos (pretenden hacerlo... ya). Necesitan a Renn y a su canal televisivo, es decir, un medio capaz de universalizar la señal de Videodrome para cambiar la voluntad de la audiencia (de nuevo, tenemos que pensar en Mabuse) y sus propios cuerpos (inoculándolos el tumor) con un objetivo menos que revolucionario: el castigo. La corporación de Convex (no por casualidad, y ya que hablamos en términos perceptivos, una Óptica) desprecia no ya al medio o el contenido sino a los consumidores. Y a ellos, y a quien trate de oponerse, proyecta atacar sin remisión.

 

 

 

 

 

Notas

 

 

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