Terror Universal
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Seccion: Géneros (Lecturas: 34320)
Fecha de publicación: Agosto de 2003

El cine de explotación: respuesta a una necesidad concreta

Hoy en día es moneda corriente ver señoras desnudas y temas tabú en la pantalla. Veamos como se las arreglaba el cine en los años '30 y '40.

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Fabián Cepeda



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Investigador del cine norteamericano:
* Nota publicada originalmente en la revista Terror-mania, Nº 1. Para comprar esta revista pueden escribir a

Orígenes y raíces de la tendencia

El género que los cinéfilos conocemos como "películas de explotación", y que ha sido rebautizado recientemente con el nombre de "films de culto", fue durante varias décadas una parte de la industria cinematográfica muy poco valorada y aún menos reconocida. Si se utiliza la palabra explotación en términos generales, rápidamente se hace referencia al costado moral de la gente, dando rienda suelta a imaginaciones que van en contra de las normas sociales políticamente establecidas. Pero cinematográficamente hablando, esa misma palabra posee una marcada diferencia de interpretación.

Películas que poseían temáticas consideradas bizarras, como la diversidad de placeres sexuales, abusos de adolescentes, la drogadicción, prostitución, la vida en la cárcel y otros dramas similares, no eran exhibidas masiva ni comercialmente, justamente debido a los parámetros reinantes por entonces que delimitaban el material, encuadrándolo dentro del buen o el mal gusto.

Para mediados de los años treinta, Hollywood continuaba siendo una máquina de producir películas de elevado costo, pero existían montones de pequeños cines a los que no les era redituable ofrecer grandes títulos que, debido quizás a las características de la zona de exhibición, no eran precisamente el tipo de programas que los lugareños buscaban. Además, nunca había demasiada cantidad de películas buenas que oficiaran de anzuelo para atraer clientes. Cada sala necesitaba más títulos para exhibir y vender, y las superproducciones de los estudios más famosos eran para esa necesidad relativamente escasas, y también más costosas para su adquisición. Los dueños de cines y teatros pequeños podrían aún hacer más dinero ofreciendo programas que brindaran dos películas baratas al precio de una, y más aún aquellos locales con más de una sala.

La respuesta a esta necesidad la brindaría el citado género cinematográfico "de explotación". Dotadas casi siempre de extrema y gratuita violencia, situaciones al límite inusitadas y/o una buena dosis de sexo, estas películas estaban direccionadas a un público específico pero numeroso (y rentable). Y, aunque debieran sortear como pudieran el tema de la censura o los severos códigos de clasificación, el material tenía recepción asegurada.

A los responsables de estas películas poco le importaban los valores morales, sino que se empeñaban en "explotar" (de ahí el nombre) al máximo los aspectos de la vida cotidiana menos tratados, y adecuaban la temática a las necesidades del momento. Para ellos, ningún tema era inabordable, y eran increíblemente bien recibidas por las audiencias que anhelaban ver cosas en la pantalla que seguramente no verían en películas de estudios mayores.

Así, mientras un alto porcentaje de la sociedad de los años '30 y '40 se deleitaba con las comedias de Cary Grant y Katherine Hepburn, o bailaban con Fred Astaire y Ginger Rogers, otra porción un poco menos numerosa acudía a cines específicamente acondicionados también a disfrutar, pero con otros programas. Los "usuarios" receptores de este material sabían cómo pasar una buena hora de su tiempo pagando por ver estas películas, aunque fueran discriminados por su dudoso gusto.

Los mejores exponentes del género no se delimitan justamente en cuestiones de gusto. Son crudas demostraciones de una narrativa a veces vulgar, que no dudaban en mostrar lo que fehacientemente deseaban. Y, lógicamente, este género era exclusividad de la producción clase "B". Aunque vistas hoy la mayoría de estas películas son disfrutables por la gran cantidad de errores que contienen (tomas desastrosas, fotografía oscura, malas actuaciones, pésima continuidad del guión, etcétera), a veces la unión de todos estos factores conforman un todo que, de alguna manera, pegaba en el gusto del espectador eventual y se convertía en un suceso de taquilla inesperado. Y esta unificación disparatada de elementos disímiles parecía transformar al material en algo así como un sueño difícil de creer, y el hecho de no poseer figuras notorias o un background moderadamente conocido les proveía un perfil tipo documental de atractiva calidad.

Al promediar la década del '70 las características y necesidades sociales y económicas hicieron que un alto porcentaje de las salas de barrio se convirtieran en cines dúplex o en multicines. Obviamente, estas salas consumían películas de culto a granel, considerando que la programación variaba casi diariamente. Sumado a esto, la explosión en el mercado del video casero puso en el tapete al cine de explotación como nunca. A partir de allí, el material tendría una vida útil garantizada, a través de su consumismo por medio del video o por la televisión por cable. Y, en formato de videocassettes, podrían incluirse escenas explícitas que obviamente no habían sido excluidas en la versión exhibida en cines, obviamente por cuestiones de censura.

Cine de explotación en la Argentina

Aunque resulte difícil de creer, nuestro país también despertó al cine de explotación en los albores de los años treinta. Ubicadas casi en su totalidad en la Capital Federal, existían numerosas salas en el hoy denominado microcentro que, ofrecían películas tildadas de "sólo para la platea masculina", o también llamadas "salas para fumadores". Así, durante toda la citada década y gran parte de los años cuarenta, estas salas capitalinas exhibían gran variedad de películas del género, la mayoría de ellas provenientes de Europa y Estados Unidos, con material explícito que era renovado día tras día. Muchos cines funcionaban en pequeños cuartos de subsuelos de galerías, con horarios de exhibición por supuesto nocturnos. En este tipo de lugares, los bonaerenses de esos años pudieron ver innumerables películas con títulos tan sugestivos como EL TEMPLO DEL VICIO, MARIPOSAS DEL DESEO, MUCHACHAS QUE PECAN (exhibidas en Capital Federal en febrero de 1931) o LAS VENDIDAS, PERDICIÓN Y LUJURIA, LAS MUCHACHAS BAJO EL FAROL ROJO (en cartel durante la primavera de 1934), todas ellas catalogadas como "no aptas para menores".

A continuación se listan solamente algunos de los tantos films representativos del género, exhibidos en nuestro país, acompañados por una breve reseña de sus argumentos:

Un fuerte y auténtico drama social con mensaje para la raza

POR UN SOLO DESLIZ (Damaged Lives, 1933, dirigida por Edgar G. Ulmer) con Diane Sinclair, Lyman Williams, Cecilia Parker, George Irving, Murray Kinnell, Marceline Day. Luego de participar en una alocada fiesta y tener sexo con una desconocida, un muchacho a punto de casarse contrae una enfermedad venérea, y contagia a su futura esposa.

Bebidas, risas y miradas lascivas, prolegómeno de la tragedia en ROAD TO RUIN.

CAMINO DE PERDICIÓN (The Road to Ruin, 1934, dirigida por Melville Shyer y Mrs. Wallace Reid) con Helen Foster, Glen “LeRoy” Boles, Nell O’Day, Richard Tucker, Mae Busch. Una adolescente, infuenciada por su amistad con una mala mujer, se hace habitué de fiestas muy libertinas, tiene sexo por dinero, se alcoholiza, queda embarazada y se contagia de sífilis.

ALMAS PERDIDAS (Gambling with Souls, 1936, dirigida por Elmer Clifton) con Martha Chapin, Wheeler Oakman, Robert Frazer, Bryant Washburn, Myrtle Stedman, Gay Sheridan, Gaston Glass. Acostumbrada a una vida plagada de lujos y dinero, una joven esposa se desespera cuando su marido pierde su trabajo. No duda en prostituirse en un conocido burdel para continuar con su licencioso estilo de vida.

Una fumada, una fiesta, una tragedia... la película que todo padre debe ver!

 

En el próximo número concluiremos con esta interesante nota
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