HELLO, ARGENTINA! VISITAS DE ARTISTAS ANGLOSAJONES DE ROCK Y POP CUANDO NO VENÍA NADIE
De Paul McCartney a Franz Ferdinand, de Mars Volta a los Rolling Stones, de U2 a Pearl Jam, de Madonna a The Strokes, apenas hay artista anglosajón de pop o rock de alguna envergadura que no haya pisado estas playas remotas del sur del mundo, algunos de ellos varias veces. Pero no siempre fue así: hubo épocas en las cuales la visita de un número de segunda línea era el acontecimiento del año. Con ustedes, una crónica de aquellas visitas en tiempos heroicos, digamos antes de 1990. (Parte I de II: 1958-1980). .
En el principio, una visita que no fue, la de los Beatles, a quienes el legendario Alejandro Romay intentó traer en 1966. La gestión tuvo un resultado insólito: como el agente de Romay no logró que Brian Epstein siquiera le prestara atención, se trajo a una banda norteamericana, The American Beetles, con el increíble pretexto de que "eran iguales". Este sería el comienzo ideal de este artículo si yo pretendiera lanatearla y dar por senta
do el carácter inherentemente trucho, berreta y patético del ser nacional, pero eso se lo dejo a los chetos que lamentan cada minuto de sus vidas no haber nacido en París o Nueva York. Porque en realidad la primera visita de artistas anglosajones de pop o rock fue la de nada menos que Bill Haley & The Comets, los primeros blancos que hicieron rock and roll, y no fue diez años después de su primer éxito, sino en mayo de 1958, por otra parte en las primeras semanas de la agitada presidencia de Arturo Frondizi.
Antes de tocar en el Teatro Metropolitan de Buenos Aires, hubo tiempo para que a Bill Haley le infligieran la obvia foto con poncho y mate, cortesía de la revista Antena que el bueno de Bill no respondió como debería hacer un rockstar que se precie de tal, esto es, rompiéndole el mate en la cabeza al agente de prensa que le propuso semejante idiotez. El telonero de los Comets fue un grupo local, Mr. Roll y Sus Rocks, liderado por un entonces joven Eddie Pequenino, largos años antes de ganarse la vida como director de la orquesta de Feliz Domingo, como remplazo de Fidel Pintos en La peluquería de Don Mateo y como compañero de Alberto Olmedo en el sketch de Los Contratistas.
Tuvieron que sucederse largos años antes de que pasara otra vez por estas tierras ídolo alguno del rock. En 1973 actuó en Buenos Aires Carlos Santana, un guitarrista y músico muy considerable, y en su mejor momento artístico, décadas antes de necesitar un empujoncito en su carrera de nada menos que ¡Maná! a cambio de endosarle a la banda un aval de supuesta autenticidad rockera. Santana actuó el domingo 14 de octubre en el Teatro Metro, el lunes 15 en el Luna Park y el martes 16 en el viejo estadio de San Lorenzo, el Gasómetro, un poco más acá de la góndola de lácteos. El viernes 12 Juan Domingo Perón había asumido por tercera vez la presidencia, así que cabe considerar que la visita de Santana fue parte de los festejos. Bueno, sort of.
A fines de 1974, cuando el deterioro del gobierno de la viuda de Perón preanunciaba la catástrofe a la vuelta de la esquina, vino Joan Baez, a pasarla mal en un país en el cual tal vez no podía entenderse su repudio de la violencia. (Dijo al algo desorientado cronista de la revista Crisis: "¿cuál es la alternativa? Seiscientos años de violencia organizada no han modificado más que los nombres de las víctimas y asesinos. La no violencia en sí puede no producir los cambios necesarios, pero por lo menos produce menos cadáveres"). Tampoco podía entenderse su simultánea burla a la búsqueda de la "paz interior". (En la misma entrevista: "¿Cómo se puede conocer la paz interior cuando hay hombres que son asesinados y torturados?"). Dio recitales en el Luna Park de Buenos Aires y en Rosario, y volvería en mayo de 1981, aunque no podría actuar porque la dictadura prohibió sus shows, y se tuvo que contentar con ver en el Luna Park a un Gilberto Gil que contó como invitados con Charly García y Pedro Aznar.
Para 1977, la catástrofe que se anunciaba en 1974 ya era parte del día a día. Ir a un recital de rock tenía menos de salida de fin de semana que de sufrida militancia a favor de una contracultura perseguida por el Estado: lo más seguro era terminar preso por averiguación de antecedentes, en el mejor de los casos después de haber recibido unos pocos insultos y empujones de los agentes de la ley, con todas las comillas posibles. En las noches del 10, 11 y 12 de agosto de ese año Joe Cocker se presentó en el Luna Park, acompañado de una banda en la cual descollaban Bobby Keys y Nicky Hopkins... y los sucesivos encargados de llenarle el vaso de whisky al bueno de Joe, que iban cayendo agotados por la tarea uno tras otro. En un raro momento de sobriedad, el propio Cocker sólo rescató la primera de las tres actuaciones, o al menos eso afirma en la nota que le hiciera el recordado Fernando Basabru para el Expreso Imaginario, en un número que recomiendo leer página por página, para asomarse a una época que ya nos queda muy lejos. Con el León de Sheffield vino también su representante Michael Lang, el productor del Festival de Woodstock, quien recibió tanta atención de la revista como el propio Cocker: vaya por lo que decía de la militancia contracultural. (Vean la muy disfrutable película Taking Woodstock de Ang Lee)
(Releo lo que escribí acerca de la militancia que acompañaba al rock en aquellas épocas y se me producen emociones mezcladas, como dirían los Rolling Stones. Por un lado, creo que se le daba una importancia suprema a aspectos extramusicales, como la ideología anticomercial, el anticonformismo, la "autenticidad", al precio de tolerar comportamientos nada profesionales en escena o hasta la pura y dura ineptitud musical, lo que yo llamaría la contracultura de la sordera. Por otro lado, la sensación de pertenencia y de - aún módica - trascendencia que daba esa militancia es algo que extraño profundamente).
Durante la Copa del Mundo de fútbol de junio de 1978 vino al país Rod Stewart, aunque no para cantar, sino para ver a la selección escocesa, que tenía un muy buen equipo y fundadas expectativas de hacer un buen papel. Pero los escoceses hicieron lo que les sale mejor, que es beber whisky a litros y perseguir mujeres, y cuando se dieron cuenta ya habían perdido con Perú y empatado con ¡Irán! y estaban obligados a la hazaña nada menos que contra Holanda. Así y todo le dieron un buen susto a los naranjas: les ganaron 3-2 y quedaron afuera por diferencia de goles. (¿Recuerdan la memorable escena de Trainspotting?). ¿Y Rod Stewart? Se fue del país el mismo día de Perú - Escocia, que jugaban en el entonces Chateau Carreras de Córdoba, hoy Estadio Mario Kempes, porque la noche anterior se pegó un susto memorable cuando el restaurante en el cual cenaba fue asaltado por dos ladrones, que a su vez fueron ejecutados a balazos por las fuerzas policiales de la dictadura, siempre tímidas para el gatillo. La Warner le mandó decir a Rod que el seguro no cubría esos incidentes, y el cantante se fue del país en el primer avión que salió por Ezeiza.
Billy Preston, gran tecladista que se dio el gusto de ser sesionista de nada menos que los Beatles, los Rolling Stones, Bob Dylan, Eric Clapton, Little Richard, Elton John o ¡Juana La Loca!, hizo dos Luna Park, unas actuaciones en el Bauen Hotel y un show en el club Junior de Córdoba en noviembre de 1979. Ese año también hubo actuaciones como las de Jan Hammer y John McLaughlin, testimonio del gusto por el jazz-rock que entonces asolaba al paí... digo deleitaba a la crítica y el público.
Durante 1980 hubo visitas importantes, aunque tal vez la que entonces pasó más desapercibida es hoy la más recordada. A fines de abril vino nada menos que B.B. King, a tocar en el Auditorio del Bauen... y a recibir de regalo de Pappo, casi como tarjeta de presentación ¡una horma de queso! lo cual marcó, como no puede ser de otro modo, el comienzo de una gran amistad. En el Festival BUE, un festival más bien jazzero que se celeb
ró del lunes 18 al miércoles 20 de agosto en el Luna Park, y en el cual también participaron artistas argentinos y brasileños como David Lebón, Emilio del Guercio, Luis Alberto Spinetta y Baby Consuelo, entre otros, actuaron John McLaughlin, George Duke & Stanley Clarke y los esperadísimos Weather Report, casi los Rolling Stones para la prensa del momento. Eran años en los cuales el arduo jazz-rock gozó de un prestigio que nunca más recobró, en parte porque esos fueron sus mejores años, en parte porque era lo más eléctrico y rockero que se toleraba en la Argentina de Videla, Martínez de Hoz y Llerena Amadeo. Para poder escuchar en vivo a Virus o a Riff todavía faltaban unos meses.
Tras un setiembre en el cual nos visitó Chick Corea, llegó el concurridísimo octubre, el pico de la euforia consumista por un dólar artificialmente barato, gentileza de la Plata Dulce del ministro Martínez de Hoz y su política de megaendeudamiento externo. Algo que ya sabemos cómo termina y nunca más se repitió en la historia argentina. (Me avisan por cucacaracha desde producción que el final de la anterior oración no está chequeado). Se arrimaron a este rincón del sur los olvidados Village People pero sólo a hacer playback en Canal 13 (?), el ex Humble Pie Peter Frampton a dar cuatro shows en el Luna Park del viernes 10 al lunes 13 y Earth Wind and Fire a presentase dos veces, el jueves 16 y el viernes 17 de octubre. También vino al Teatro Ópera el grecoegipcio Demis Roussos, un cantante melódico de voz impactante, cuya inclusión en esta lista obedece a dos razones, Una, que en su juventud integró una buena banda de rock sinfónico llamada Aphrodite's Child, junto a nada menos que Vangelis. La otra, que su visita a Argentina de la mano de un productor dejó muy disconforme a otro, tanto que este último se encargó de sembrar los medios de publicidad negativa, desde el absurdo rumor de que el obeso Roussos tenía una debilidad por la carne de perro (!) hasta generar un escándalo en su show, algo que relata el legendario Braccamonte en esta mordaz página de una revista Humo® de la época.
En diciembre actuó Jean-Luc Ponty en el Luna Park, y unos días después llegó al país una banda que entonces estaba en su apogeo pero no era tan conocida en Argentina, y que hoy parece LA visita de aquel agitado 1980: la de The Police. Actuó el domingo 14 en la misma disco New York City del tema de Sumo, el lunes 15 en el Estadio Obras y el martes 16 en el Teatro Radio City de Mar del Plata, ante cuanto mucho 450 personas (¡casi un regreso al under!). Tengo la sensación de que fue en esos días en que en el rock de Argentina comenzaron los años ochenta: fue gracias a The Police que nos dimos cuenta de cómo era esto. En especial en el más grande de los tres recitales, el de Obras. Cuatro mil afortunados saltando, bailando y cantando, comenzaron a dejar atrás esos años setenta en los cuales el rock era un gueto, mal mirado por un Estado policial, lleno de miedos y represiones, tanto que ¡se odiaba a la música disco sin escucharla y hasta estaba mal visto bailar! (Sin que yo crea que bailar deba ser una experiencia central en la vida de una persona, pero entendeme ¡estaba mal visto bailar!). Las crónicas del Expreso Imaginario de aquellos recitales hablan de las prevenciones de los viejos rockeros ante la New Wave, derrotadas por tres músicos brillantes y un repertorio de canciones irresistibles. No, las canciones de The Police no tenían solos eternos de guitarra o batería, ni decenas de acordes sofisticados, pero no por ello dejaban de ser muy buena música, ni carecían de complejidad.
El recital de Obras es también recordado por el puntapié que el guitarrista Andy Summers le dio a un policía que le pegaba a una chica al pie del escenario. Andy fue ovacionado por el público, pero a la salida del concierto pasó un momento muy feo en una comisaría porteña, hasta que fue liberado por la oportuna intervención de la embajada británica. En ese puntapié que recibió un agente de la ¿ley? puede verse también una señal: se acababa el miedo. Comenzaban los ochenta.
Pero esa es otra historia... que contaré en unos días.