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PENSAMIENTOS DEMOLIDOS

Una excursión por las ruinas de antiguos pensamientos, que comienza en la película “Casablanca” cumpliendo setenta años de estrenada y continúa con la moda de los pantalones que dejan ver la ropa interior, pasa por la obsesión de la policía argentina de antaño con el cabello corto, sigue con la fórmula presidencial Balbín - De La Rúa y llega hasta el Álbum Blanco de The Beatles, de cuya edición se cumplen por estos días ¡44 años! Por si esto fuera poco, en este artículo hay además cameos de ¡Richard Coleman, Los Wachiturros, Mauricio Macri, Gino Germani, Jorge Luis Borges, Macedonio Fernández, el Indio Solari, Marcel Duchamp, Thomas Eliot! y un agradecimiento a Thurston Moore de Sonic Youth por la idea del título (?).

EL TRIÁNGULO DE LA INSATISFACCIÓN

Seguro que todos conocen la película "Casablanca", de Michael Curtiz, astuto melodrama travestido de película bélica y de espionaje y con un reparto glorioso: Humphrey Bogart, Ingrid Bergman, Paul Henreid, Claude Rains, Conrad Veidt, Peter Lorre, Sydney Greenstreet… (Bueno, si no la conocen, sepan que hacen muy mal. Ya mismo dejen de leer los próximos tres párrafos. Y vuelvan para la mesa de examen de marzo). Una característica muy llamativa de su perfecto final, probablemente el único final que podía desatar satisfactoriamente tantos nudos argumentales, es que resuelve un triángulo amoroso de una manera en la que ninguno de sus tres vértices puede sentirse pleno. Viktor Laszlo (Henreid) se lleva a la chica, pero sabe que ella está enamorada de otro. Ilsa (Bergman) logra que su marido salga vivo de Casablanca y pueda continuar la lucha, pero pierde al amor de su vida. Y Rick (Bogart) por más “siempre tendremos París” a que recurra, deja ir a la chica y se queda… “con él”, con el corrupto, acomodaticio y, sí, querible capitán Renault (Rains). Aunque ¿estamos totalmente seguros de lo que siente Rick?

(A la derecha, los últimos instantes de la película, en un lamentable doblaje castizo que hasta estropea alguna línea de diálogo - ¡es la monumental "arreste a los sospechosos de costumbre", bestias! - pero no hay versión subtitulada en YouTube ¡qué querés que haga, fiera!).

Quiero decir: ¿estamos seguros de que a Rick le duele haber perdido a la mujer amada y sólo aparenta que eso no le afectó y que la vida continúa, como pareciera sugerir ese final de "Louie, creo que éste es el comienzo de una gran amistad"? ¿Y si la partida de Ilsa en realidad le permite salir de las sorpresivamente recobradas zozobras del amor para volver a su cómodo nihilismo alcohólico? (¿Es imaginable un final feliz burgués para los dos, con chalecito, auto, hijos?). ¿Y si al recuperarla perdió el último interés que tenía por ella? ¿Y si al verla volver, y al saber qué es lo que en verdad pasó aquel día en París, Rick sintió piedad por ella? ¿Se puede amar a alguien por quien uno siente piedad? Richard Coleman ya nos advirtió en la época de Fricción, después de una frase inolvidable como “no es justo / que a un adicto a la piel le duela el alma”, que “no se puede amar con lástima”.

Vaya esta glosa sobre el brillante final de “Casablanca”, seguramente superflua pero nunca disparatada, por todas esas películas infinitas en que tan a menudo incurre el cine. Infinitas en el sentido de que jamás llegaremos a ver su final.

MODA Y PUEBLO

Humphrey Bogart es el perfecto ejemplo del concepto de elegancia masculina de los años 1940: un adulto maduro y muy varonil, de entre 30 y 40 años, y vestido como para asistir a un cóctel, una función de teatro o una cena en un buen restaurante. Nada más alejado del ideal masculino de hoy en día: un joven apenas salido de la adolescencia, con tanta testosterona en la sangre que no puede ni desea moderar sus impulsos, y con el aspecto que tendría, amiga, cualquier varón que amaneciera a tu lado después de una noche de frenesí sexual. No otra cosa indican el cabello despeinado y revuelto, la barba de más de un día, las remeras tan ajustadas que marcan el torso... y que esté a la vista su ropa interior, gracias al tiro de los pantalones.

La idea de que el aspecto del hombre sugiera un reciente encuentro sexual debe tener unos 15 o 20 años, pero cabalga sobre una tendencia de largo plazo, que se remonta a los años 1950. Se puede asociar esa verdadera revolución con James Dean o Elvis Presley, pero esos dos íconos son más bien emergentes de un proceso, que no sus causas. Estados Unidos experimentó un notable aumento de la natalidad en los años posteriores a la Segunda Guerra Mundial, facilitado por medidas muy progresistas que favorecían a los veteranos de guerra: apoyo estatal para iniciar carreras universitarias o estudios terciarios, para conseguir trabajo, para iniciar un emprendimiento, para comprarse una casa. El resultado fue que, para fines de los años 1950, había una cantidad nunca vista de adolescentes de buen poder adquisitivo, dada la prosperidad general, que conformaban un nuevo y extraordinario mercado. Las agencias de publicidad y los primeros expertos de lo que ya se empezaba a llamar marketing (mercadeo en España) captaron inmediatamente lo que estaba pasando, y el cine y la industria musical se sumaron de inmediato al proceso.

En Europa estaba sucediendo lo mismo, sólo que con unos pocos años de atraso y con algunas características locales. Con el orbe soviético literalmente del otro lado de la medianera, el gran capital percibió que estaba obligado a hacer concesiones, y entonces se resignó a los salarios altos, la protección social y la búsqueda del pleno empleo como objetivo primordial de política económica. (Concesiones que el capital está logrando revertir desde hace unos treinta años, por cierto con sumo éxito, como puede testimoniar cualquier español o inglés que no sea de clase alta). La industria textil percibió el cambio de época, y también llegó una cierta proletarización de la moda, que no da señales de detenerse aún hoy: el jean o vaquero ¡agujereados!, las remeras muy amplias o muy ajustadas, el uso a toda hora del calzado deportivo y todo lo demás. También este proceso ha tenido idas y vueltas que guardan un cierto aire de justicia poética: la imagen de Burberry, una añeja y prestigiosa marca británica de indumentaria masculina, se vio perjudicada por su no buscada asociación con los chavs, jóvenes de barrios marginales con una ideología y una estética que es fácil de emparentar con los seguidores del gansta rap norteamericano o con los wachiturros argentinos, quienes, por cierto, tienen una relación similarmente problemática con la marca Lacoste.

El punto de quiebre de las tendencias mencionadas fue, qué duda cabe, la década de 1960, aquellos años que lo cambiaron todo, o al menos sentaron las bases para que todo cambiara después. Acompaño dos ejemplos: en uno de ellos, el de la derecha (clic sobre él para ampliarlo) podemos ver que un cierto actor argentino, que para su papel debía usar el cabello largo, llevaba consigo una credencial que le evitara problemas con los agentes de las fuerzas del Orden. Sí, leen bien, en la Argentina de fines de los ’60, para usar el cabello largo ¡había que pedirle autorización a la policía! Por no hablar de las razzias para detener amantes adúlteros, mujeres que usaban escotes marcados o faldas cortas, meros sospechosos de ser homosexuales, encabezadas por el inolvidablemente miserable comisario Luis Margaride.

La otra imagen que acompaña estas líneas (abajo a la derecha, clic sobre ella para ampliarla) es la de un afiche de la campaña para las elecciones presidenciales argentinas de setiembre de 1973, en la cual podemos ver, llamando a marchar “en acción para la unidad, construcción y liberación nacional” a ¡los candidatos de la Unión Cívica Radical! Que eran nada menos que ¡Ricardo Balbín! y ¡sí, un joven Fernando de la Rúa! Vaya esto para todos aquellos que no consideren relevante tener en cuenta el espíritu imperante en una época (¡”liberación nacional”!) para entender los acontecimientos (Balbín y ¡Chupete De La Rúa! por ¡la “liberación nacional!”).

Pero si hablamos de los años 1960, es imposible omitir en una consideración de aquellos tiempos a The Beatles, la mejor y más influyente banda de música popular de la historia. Por más que al corrector de Word le caiga muy mal e intente sabotear estas líneas convirtiendo cada referencia al grupo de John, Paul, George y Ringo más George Martin en Los Vétales, que sólo Dios y Word sabrán qué es. ¿La banda tributo de Mauricio Macri, tal vez?

MIENTRAS MI TECLADO USB LLORA SUAVEMENTE

Terminemos este recorrido por pensamientos verdaderamente demolidos con una nota musical porque, durante varios párrafos, este divagante artículo pareció escrito por Los Salieris de Gino Germani, los presuntuosos integrantes de la secretaría de extensión de la Facultad de Sociología del Instituto Santiago Bal. Es indudable que si hay mucha gente que estará de acuerdo en mi elevada consideración de los Beatles, también hay mucha gente que ama su música sin entrar en pirotecnias retóricas que Jorge Luis Borges deploraba, porque “las afirmaciones categóricas no son caminos de convicción sino de polémica”. Algo similar puede decirse de la elección del mejor tema Beatle, empeorado además porque ¡es totalmente imposible elegir una entre tantas memorables canciones!

(Toda lista se hace para quedar bien con el comisario, podría decir parafraseando a Macedonio Fernández; toda lista es política, podría decir, parafraseando al Indio Solari. En especial las listas de mejores libros, canciones, discos, películas, que suelen reflejar puntualmente la línea de la entidad o la revista que las armó. Si no me creen, revisen las listas de la Rolling Stone, las que, por ejemplo, omiten casi todo el rock sinfónico europeo, o dan al soul o al country un lugar absolutamente desproporcionado para el juicio de todo aquel que no sea norteamericano, por no hablar de que ignoran totalmente a artistas que no canten en inglés).

Hay una canción que ha aparecido siempre en todos mis fracasados intentos por elegir los mejores cincuenta, veinte, diez, cinco temas de la banda de Liverpool, y que es “While my guitar gently weeps”, de George Harrison, que comparte el absolutamente extraordinario Álbum Blanco con gemas como “Dear Prudence”, “Back in the USSR”, “Happiness is a warm gun”, “Mother Nature’s son”, “Sexy Sadie”, “Savoy Truffle”, “Cry baby cry”… y podría seguir, y no sólo con “Blackbird”. Tomemos al azar dos canciones más. “Wild honey pie” parece un chiste musical elemental, no tan bueno como si el tema se llamara “wild money pie” como quiere el corrector de Word, pero quien haya escuchado la gran versión de Pixies, probablemente acordará conmigo en que no es un tema pavote. “Rocky Raccoon” está lejos de ser una de las mejores veinte canciones de los Beatles, pero es una muy bella melodía, muy bien arreglada y cantada, y cualquier grupo hubiera salido de perdedor con esa canción como hit. Sí, claro, está, “Revolution 9”, pero en su defensa se puede decir que fue el primer, eh, digamos, “tema” de ese estilo, y que su edición fue una manera de afirmar que, a partir de ese momento, se podía hacer cualquier cosa que se deseara con la canción, y que ya no había límite alguno que respetar. (Un gesto similar fue aquel urinal presentado por Duchamp en una exposición de arte, “Fountain). Y agrego que no podemos hacer responsable a “Revolution 9” de sus continuadores: como dijera Eliot sobre Finnegan’s Wake de Joyce, una sola obra como ésa ya “era suficiente”.

¿Qué es lo que tiene de especial “While my guitar…”? No es la letra, que acompaña bien la melodía pero no es particularmente memorable. La melodía en tonalidad menor de los versos es atractiva aunque algo básica; la melodía del estribillo me encanta. Armónicamente, el tema es simple pero tiene esas cositas que hacen al estilo Beatle, esas variaciones sobre lo que todos esperarían que se hiciera. En los versos, un acorde de la menor es complementado con bajos descendentes de la a sol, fa sostenido y fa; sigue otro la menor (que contiene un mi), luego un acorde de sol mayor (que contiene un re) y luego, según la estrofa, un re mayor o un do mayor antes de un mi mayor con séptima menor que anuncia al la siguiente, todo ello interesante pero no peculiar. El estribillo empieza en un acorde de la mayor y parece que va a seguir en ese tono, más animado que el de la menor, pero pronto se revela que en realidad está en fa sostenido menor, que tiene las mismas notas que la mayor pero en otro orden, además de que es una tercera menor más bajo que el la menor de los versos, un contraste atractivo.

Tal vez la magia Beatle funcione por acumulación: estos pequeños detalles, sumados, más la buena interpretación vocal de Harrison, más… sí, claro, cómo lo voy a omitir, la descomunal aparición del invitado Eric Clapton en guitarra blusera.

¿Gustó, no gustó? Y... son pensamientos demolidos. Esto es lo que quedó.

[Adenda del 27/11/12: mi agradecimiento a Patricio Flores, por la copia del insólito "certificado de autorización de uso del pelo largo" o algo así, y a Matías Marini, porque las reflexiones acerca de los diferentes ideales masculinos y los polémicos pantalones de tiro bajo surgieron en una conversación que mantuvimos vía correo electrónico].

 

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