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Cine Braille

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Todos estos momentos se perderán en el tiempo como lágrimas en la lluvia

LA COMEDIA TRIUNFANTE

Ah, la Italia de posguerra, la de los gloriosos años 1945 a 1985. Miracolo económico, cultura vibrante, agitada vida política. Pasolini. Enzo Ferrari. Fellini. Umberto Eco. La Loren. Iva Zanicchi. Sciascia. Sergio Leone. Bobbio. Monicelli. El Fiat 600. Ugo Pratt. Morricone. Natalia Ginzburg. El Calcio. Mastroianni. Gina Lollobrigida. El eurocomunismo. Franco Battiato. Anna Magnani. Dino Buzzati. Mina. La Azzurra. Darío Argento. Luciano Benetton. Sordi. Domenico Modugno. Terence Hill y Bud Spencer. La Olivetti. Italo Calvino. Raffaella Carrà. Bertolucci. Tognazzi. Armani. Claudia Cardinale. Carlo Levi. Nino Manfredi. Alfa Romeo. Mónica Vitti. El Festival de San Remo. Corbucci. Ornella Muti. Gassman. Lancia. Cinecittà. Pavarotti. La casa Einaudi. Visconti. De Sica. Lamborghini. Milva. Antonioni. Rossellini. Nino Rota. Pirelli. Lina Wermüller. Tinto Brass. Ornella Vanoni. Pininfarina. Lando Buzzanca. Adriano Celentano.... Un poder blando o soft power propio de una gran potencia mundial. Y una democracia vigilada. La que satirizaban Monicelli y Tognazzi en Vogliamo i colonnelli.

 

"Hay mucho para hacer, no podemos mantenernos al margen. ¡Hay grandes ideales en juego! Y se puede ganar un montón de plata". El teniente Carmelo La Rosa (Antonio Catania) en el año 1944 de Mediterráneo, de Gabriele Salvatores, Oscar a la Mejor Película Extranjera en 1992.

 

"También la Marcha sobre Roma fue una payasada... Pero tuvo éxito". El ministro Li Masi (Lino Puglisi) en Vogliamo i colonnelli.
 
El destino de la Europa de la segunda mitad del siglo XX, y el de Italia con él, se decidió en un balneario de Crimea llamado Yalta, a fines del durísimo invierno boreal de 1945. Los líderes de la Unión Soviética, Estados Unidos y el Reino Unido acordaron sus esferas de influencia en el continente, y hay que decir que el acuerdo fue respetado escrupulosamente. Las potencias occidentales condenaron firmemente las invasiones soviéticas a Hungría y Checoslovaquia, o el golpe de estado de 1981 en Polonia, pero con la misma firmeza se abstuvieron de intervenir. Sï, financiaron al sindicato polaco Solidaridad, pero no enviaron sus escuadrones de bombarderos o sus divisiones blindadas a apoyarlo. Y por su parte, los soviéticos mantenían obvias relaciones amistosas con los partidos comunistas de Europa Occidental, pero nunca demostraron real interés porque llegaran al gobierno. Más bien lo contrario (1). A la larga, esa oposición de intereses en el seno del movimiento comunista tenía que producir un cisma, y es lo que sucedió tras el aplastamiento de la Primavera de Praga en 1968, que terminó de disipar cualquier ilusión que el modelo soviético podía despertar en Europa Occidental. Al comunismo de país rico y occidental se le llamó eurocomunismo, y a ese movimiento lo lideró el PC de... Italia. El más fuerte de Europa Occidental, con alrededor de un cuarto del electorado de su lado. (A mediados de los años setenta llegó a ser un tercio).
Pero los arreglos de Yalta regían en tiempos de paz. En caso de guerra, que todos entendían comenzaría con una invasión titánica del Ejército Rojo, los soviéticos y los partidos comunistas europeos habían montado una red clandestina de depósitos de armas, municiones y equipos de comunicaciones para sostener una quinta columna que colaborara con los atacantes. Y a su vez, Estados Unidos y sus aliados de la OTAN habían creado otra estructura similar para resistir la ocupación que siguiera a un triunfo temporario o definitivo de la invasión. Esa red se llamó de diferente manera según los países: en Italia, Gladio, un nombre de reminiscencias romanas. ¿Sabés a quién más le gustaban las referencias al Imperio Romano?
Porque esa estructura clandestina de la OTAN se creó sobre la base de redes preexistentes, que habían montado... la Alemania Nazi y la Italia Fascista. En Alemania fue la Organización Gehlen, por ejemplo. Y en Italia fueron los servicios de inteligencia civiles y militares, repletos de admiradores del rancio totalitarismo mussoliniano. Pero, a diferencia de las redes clandestinas que obedecían a la gerontocracia socialista de Moscú, las estructuras paramilitares occidentales solian intervenir activamente, a su manera, en la política interna de sus países. En Grecia y Turquía, organizando golpes de Estado que impusieron crueles dictaduras ultraderechistas. En España no hacía falta que intervinieran: en la torturada tierra del Generalísimo eran el Estado. Y en Italia...
... si imaginamos una mesa en la que se sientan los factores de poder de un país, en esa pujante Italia de 1945 a 1985 estaría el poderoso Partido Comunista Italiano de Enrico Berlinguer, cómo no. Pero también estarían la embajada de Estados Unidos, la embajada de la Francia que soñaba con la Grandeur bajo la conducción de De Gaulle, la embajada de Alemania Occidental vigilando celosamente sus ingentes intereses económicos, los servicios de inteligencia británicos, la Iglesia de Roma, los grandes imperios industriales nazionali como la Fiat o la Olivetti, las corporaciones que controlaban la prensa, las Fuerzas Armadas apenas expurgadas de fanáticos del Duce ¡las mafias de Sicilia, Calabria y Nápoles! Expresando a todos esos intereses en forma abierta estaban partidos políticos como la Democracia Cristiana, el Socialista Democrático, el Liberal o el Republicano, colaborando en un sistema de alianzas parlamentarias para que el PCI jamás llegara al gobierno. Y en forma subterránea, oscuras organizaciones como la Logia Propaganda Due, o P2. (2).
En Italia hubo conatos de golpes de Estado en 1964 y 1970. Y entre fines de los años 1960 y comienzos de los años 1980 se implementó la llamada Estrategia de la Tensión: atentados terroristas en sitios públicos, asesinatos políticos y operaciones de acción psicológica a través de la prensa, con el fin de mantener a raya al PCI... y a las organizaciones armadas de la izquierda revolucionaria que surgieron en esos años, resultado de dos constataciones: de que la única vía que tenía el PCI para llegar al poder era abandonando su ideal revolucionario, de que a la URSS no le interesaba una revolución en Italia.
A menudo pareció que la Estrategia de la Tensión se proponía un objetivo más ambicioso: la toma del poder por una dictadura neofascista. Que quienes se mancharon las manos de sangre con los innumerables crímenes de esa Estrategia eran parte de la Operazione Gladio está probado. Que miembros de la Logia P2 enquistados en los servicios de inteligencia participaban de su planeamiento, también. Queda abierta la especulación acerca de quién o quiénes movían los hilos detrás de tales esperpénticos monigotes. Los párrafos previos pueden dar una idea de por dónde buscar. Lástima que ya no podamos preguntarle a Giulio Andreotti, o a Vernon Walters, o a Licio Gelli. O al pobre Aldo Moro, un líder democristiano que exploró la posibilidad de incorporar al comunismo a la alianza de gobierno... y murió en el intento.
Los amagos de golpe de 1964 y 1970 inspiraron a Mario Monicelli una de sus películas menos conocidas en Argentina, tal vez no por casualidad, Vogliamo i colonnelli ("queremos los coroneles") estrenada en Italia en 1973. El recordado Ugo Tognazzi es su protagonista. El cuartelazo del filme es una ficcionalización de los episodios reales ya mencionados, y la historia resultante es particularmente llamativa para un espectador español: el golpe de estado verdadero montado sobre la represión de un intento brancaleonesco recuerda al Tejerazo de 1981, el 23F. Los interesados en verificarlo pueden estudiar el rol del general Alfonso Armada, amigo muy cercano del hoy Rey Emérito.
Al espectador argentino, la película le recordará a los filmes de la productora Aries. Pero a sus dos vertientes en una: es como si Queremos los coroneles fuera una película de Héctor Olivera protagonizada por Alberto Olmedo, con algunas secuencias escritas por Hugo Sofovich. ¡Hasta hay un coronel bizco, si me parece estar viéndolo a Tristán!
 
NOTAS
(1) El almirante Fulvio Martini, director de los servicios de inteligencia miltares entre 1984 y 1991, relató a una comisión parlamentaria en 1999 un diálogo con su par del espionaje soviético, Vladimir Kriuchkov (cabeza del KGB): "me dice, por ejemplo, que ellos eran los más fieles observantes de los acuerdos de Yalta. (...) Me dice Kriuchkov: el Partido Comunista de Italia no llegará jamás al poder. Eso les preocuparía mucho, porque es un estado asignado a los americanos en Yalta. (...) Tienen interés en que exista un Partido Comunista fuerte, pero no uno que pudiese arribar al poder, porque habría turbado el equilibrio que ellos aprecian tanto, porque según ellos Italia no vale los tres países vecinos que se les habían rebelado [Hungría, Checoslovaquia y Polonia]". (La fuente, en italiano, aquí, página 441).
(2) El rol de abrepuertas del Vaticano que tenía el cerebro de la P2, Licio Gelli, lo llevó a trabar relación con Juan Domingo Perón, cuando el líder político argentino buscaba retomar contactos con la Iglesia tras la estruendosa ruptura de 1954, y planeaba un retorno al país. Las andanzas de la P2 en Argentina darían para otra nota, aunque hay un problema insuperable: intuyo que nunca estaremos ni cerca de conocer su verdadero alcance. Sabemos que Gelli reclutó a la mano derecha del Perón ya anciano, José López Rega, y a altísimos oficiales de la dictadura que tomó el poder en 1976, y puso sus contactos en el mundo del tráfico clandestino de armas al servicio del esfuerzo bélico argentino en Malvinas. Ni siquiera hoy existe mucho interés en Italia en develar todos los secretos de la logia: uno de sus afiliados era un entonces joven Silvio Berlusconi.