* * *

Cine Braille

* * *
Todos estos momentos se perderán en el tiempo como lágrimas en la lluvia

EL RETORNO A UNA VIDA MÁS SIMPLE

La moda de abandonar la vorágine de la modernidad por un estilo de vida más sereno. La recuperación de la calidad de vida. Testimonios de un fenómeno que conmueve a tres cuadras de Martínez y dos de Recoleta. Una nota absolutamente prescindible como no sólo el equipo de Punto Pif puede hacer: Noticias, La Nación y Clarín ya la han hecho varias veces y la volverán a hacer. Pero Cine Braille no te cobra nada por leerla...

 

Seguramente usted recuerda a Anabel Culkin (32), aunque difícilmente sepa su nombre. Anabel es la bella y voluptuosa rubia que aparecía semidesnuda en una publicidad de la que todo el mundo hablaba hace unos diez años, la de los cursos de teología de la Universidad Tomás de Torquemada.
El mundo del glamour y la sensualidad parece muy lejano hoy, mientras Anabel nos guía a través de su huerto orgánico de Esquel, en el que produce hortalizas y especias para el mercado europeo. "Yo estudiaba marketing mientras modelaba; sabía que esa era una etapa que no iba a durar para siempre", nos dice hoy, mientras sonríe mostrándonos una zanahoria recién cosechada, de importantes proporciones (imagen). "Ese mundo de hiperactividad no era para mí. Yo siempre quise algo más cercano a la raíz, a la tierra. El clic fue mi divorcio, hace unos tres años [del empresario Gregorio Laspada (58), dueño de la cadena homónima de escribanías al paso]. De pronto me quedé sola con tres millones de dólares. ¿Qué iba a hacer, gastarlos en un shopping? El divorcio me llevó a un replanteo de mi vida, a pensar qué era lo que quería para mí. Entonces decidí abandonar la frivolidad y radicarme aquí en los Andes Patagónicos. Compré la finca, expulsé a los moradores mapuches, contraté a una firma de ingenieros agrónomos para que me administre la empresa y me decidí a vivir a pleno esta nueva vida de paz y tranquilidad", concluye diciendo con esa sonrisa que la hiciera famosa.
El caso de Anabel no es el único; hay tres o cuatro más. Todos ellos son representativos de un fenómeno que conmueve a tres cuadras de Martínez y dos de Recoleta: el abandono de la vorágine de la modernidad por un estilo de vida más sereno, que recupere el valor de las cosas simples. Ricardo Frascino (62), sociólogo, docente de la Universidad de Harvard y tarotista, dice: "la vida moderna nos abre un amplio abanico de posibilidades, pero exige un precio muy alto. La gente se encuentra muchas veces en la encrucijada de tener que sacrificar su vida familiar o su tiempo libre para conservar el mismo tren de vida del que gozaba unos pocos años atrás. Las ocupaciones se convierten en un fin en sí mismas, en lugar de un medio, y se vuelven imposibles de compatibilizar con el goce. Muchas veces la gente se encuentra en la situación de quien debe correr como desesperado solamente para mantenerse en su lugar".
Ese fenómeno no consiste necesariamente en el abandono de la frenética Buenos Aires por la calma bucólica de los Andes Patagónicos o la costa bonaerense. Diego Rossi (38) es un ejemplo. "Yo tenía un estudio contable con una colega", afirma. "Para poder mantener el estudio cada vez necesitábamos más clientes, y cada cliente adicional nos representaba más horas de trabajo. Hace un año decidí cambiar de vida. Con mi colega contratamos cinco pasantes universitarios y nos reservamos las tareas profesionalmente más relevantes. A los chicos les damos la posibilidad de un aprendizaje intensivo de su trabajo: pasantías de ocho horas diarias durante tres meses, sin renovación, por cuatrocientos pesos mensuales. Ahora voy al estudio dos horas por día; el resto lo dedico a una de mis pasiones, el estudio de la ética en Spinoza".
Alberto Gorostiaga (42) era miembro de un exitoso estudio de abogados de la Capital Federal, especializado en derecho societario. Hace tres años tuvo un infarto; el susto resultante le llevó a replantear su vida. "La gran ciudad caníbal da mucho, pero también exige mucho. No pude soportarlo. Con mi esposa fuimos a descansar a la quinta de un amigo en el agreste balneario de Mar de las Pampas, nos encantó el lugar, y yo vi la posibilidad de establecernos. A la semana ya había comprado una casa, y al poco tiempo decidí construir un hotel para gente como yo, que necesitaba un poco de descanso, con spa y un servicio de cuidados médicos. Justo en el estudio recibimos una visita de unos inversores rusos. Les hice la oferta, aceptaron encantados y nos asociamos para este emprendimiento. Íbamos a abrir en noviembre, pero tuvimos una denuncia de lavado de dinero que pronto demostraremos que era infundada. Abrimos en Semana Santa" dice orgulloso (en la imagen, la entrada del hotel). "Mi vida ha cambiado. Ahora respiro aire puro, vivo todos los días en un ambiente relajado. Recuperé el sabor de la vida".
José Luis Hereford (50) es hijo de acaudalados ganaderos de La Pampa. En su juventud, abandonó sus estudios de economía en Londres para recorrer Europa como mochilero. Vivió en comunidades hippies de Ibiza, Marrakesh y California, conoció a Krishnamurti y Lanza del Vasto y tuvo una breve conversación con el escritor beatnik norteamericano William Burroughs, en ocasión de un accidente de tránsito. Hasta le alcanzó su sombrero al anciano escritor, sombrero que se había volado por el viento. "A los 30 años terminé a la carrera mis estudios y me dediqué a administrar los campos de la familia", rememora Hereford. "Pero algo en mí se negaba a sepultar así como así mi juventud. Hace unos años hubo un problema con el producto de la venta de algunas tierras. La relación con mis socios era muy mala: llegaron a acusarme injustamente de estafa. Mi primer matrimonio naufragaba... y recordé mis lecturas de adolescencia. Esa no era la vida que quería vivir. Llegué a un acuerdo con mis socios, me retiré del negocio a cambio de una compensación y me establecí en Colonia del Sacramento, Uruguay. Vivo en una casa no muy pretenciosa. ¡Ni siquiera tengo TV por cable! Tengo TV satelital. Me volví a casar, y sólo vuelvo a Buenos Aires para organizar unos retiros de reflexión con gente amiga y percibir los alquileres de unos locales de mi propiedad en Puerto Madero".
Hereford remarca lo difícil que fue para él vencer la inercia que lo retenía en una vida que ya no disfrutaba. El licenciado Frascino concuerda: afirma que este interés por vivir una vida más saludable está en todos, pero que no todos se atreven a tomar el control de su destino. "También esas cadenas que odiamos nos dan seguridad. Muchas veces nos quedamos en la comodidad de la queja, por temor a hacernos cargo de nuestra propia vida".
Diego Rossi también le apunta a ese temor a realizar cambios. "Si alguien tiene un trabajo que no le agrada, con compañeros con los que ya no tiene nada en común, y una familia a la que no soporta, hay que atreverse a romper con todo eso e iniciar una nueva vida". Gorostiaga, por su parte, dice que "hay que terminarla con la cultura de la queja. Yo dejé uno de los mejores estudios de Buenos Aires por una aventura aquí, en medio de estas soledades", y señala el océano a lo lejos. "A veces pienso que no cambia de vida el que no quiere".