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Cine Braille

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Todos estos momentos se perderán en el tiempo como lágrimas en la lluvia

EN LAS PLAYAS DE LA ARGENTINA TROPICAL

La República Argentina no es precisamente un país de hermosas playas de aguas cálidas aunque alguna vez, bien que muy brevemente, su bandera ondeó en paradísiacas playas californianas y caribeñas. Si al eventual y acaso inexistente lector le interesa conocer algo más de este tema, adelante, si gusta es su casa.

 

CORSO A CONTRAMANO
La guerra de corso, como ya he escrito algunas veces (aquí y en una versión corregida y aumentada aquí) era, si nos permitimos un momento de cinismo, una forma de crear oportunidades de negocios para la iniciativa privada en el mercado inexplotado de las guerras entre estados nacionales. Me cito: una patente de corso era un "contrato por el cual un Estado otorgaba a un particular el derecho de atacar, apresar, saquear o destruir todo buque que enarbolara una bandera enemiga, a cambio de permitirle quedarse con una cierta parte del botín obtenido. A veces el Estado emisor de la patente aportaba la nave, o al menos pertrechos, víveres y una parte de la tripulación; el corsario (o su armador) debía cargar con el resto de los gastos. La campaña no solía durar más de un año, al cabo del cual se debían devolver al gobierno los bienes confiados, así como entregar las municiones y armas obtenidas en las capturas en el mar. En caso de naufragio, el corsario quedaba exento de todo reintegro. Debía llevar un registro de lo sucedido en la campaña, así como debía izar, en el momento del ataque, la bandera del estado emisor de la patente". Los ingleses emplearon la guerra de corso durante siglos, en especial contra España, y los norteamericanos le dieron a la Pérfida Albión un poco de su propia medicina durante la guerra de 1812-1814. Al terminar este conflicto, muchos corsarios con base en el puerto de Baltimore continuaron explotando ese floreciente mercado gracias a las patentes de una nación en la que no habían estado ni estarían jamás: las Provincias Unidas del Río de la Plata.
La guerra de corso entre España y sus antiguas colonias americanas se inició hacia 1813, y su ideólogo en Buenos Aires fue el comandante de la Marina y veterano de la Batalla de Trafalgar, Matías de Irigoyen. Los principales armadores corsarios locales eran comerciantes como David De Forest, Jorge Macfarlane, Juan Pedro Aguirre, Adán Guy, Juan Highinbothon, Guillermo Ford y alguien de quien ya nos ocuparemos: Vicente Anastasio Echevarría. En realidad, casi todos eran los agentes locales de firmas corsarias (sic) de puertos de los Estados Unidos, en especial el citado Baltimore. En la tarea de provisión de las imprescindibles patentes se destacó el comerciante y agente diplomático norteamericano Thomas Lloyd Halsey Jr., una especie de encargado de negocios no oficial en el Río de la Plata. Periódicamente, éste remitía a Estados Unidos patentes de corso en blanco, que eran completadas en su destino por sus usufructuarios. Halsey era partidario de los rebeldes, aunque en su elección había, cosa nada sorprendente, un elemento de interés personal: recibía el cinco por ciento de los beneficios de las capturas. (El gobierno norteamericano hizo la vista gorda durante un tiempo, pero la operatoria de Halsey era tan flagrante que obligó a su reemplazo. Por cierto, quien lo denunció a sus superiores fue… el Director Supremo de las mismas Provincias Unidas, Juan Martín de Pueyrredón: el diplomático había irritado al gobierno de Buenos Aires al expender patentes de corso a favor del odiado Protector de los Pueblos Libres, José Gervasio Artigas).
YENDO A CALIFORNIA
El 27 de junio de 1817, la nave La Argentina del corsario francés Hipólito Bouchard zarpó de Buenos Aires por cuenta del armador rosarino Vicente Echeverría y de las autoridades de las Provincias Unidas. Su objetivo era emprender una guerra de corso contra las líneas marítimas de comunicación de la España de Fernando VII, que a su vez estaba decidida a aplastar como fuere el brote insurreccional americano, una vez convenientemente liquidado el movimiento liberal en la propia metrópoli. La Argentina estuvo activa en las costas de África y Asia Oriental y en la Polinesia, pero para noviembre de 1818 merodeaba las costas de la California todavía española. (Imagen de la derecha: itinerario de La Argentina. Clic sobre ella para ampliarla).
El día 24, Bouchard desembarcó en la capital de la provincia, Monterrey, con 200 infantes y marineros armados de fusiles o lanzas, además de algunos cañones. Pronto los apenas 25 soldados españoles destacados por el gobernador Solá huyeron asustados, y uno de los guerreros polinesios que se había sumado a la tripulación en Hawaii pudo arriar la bandera española y enarbolar la enseña argentina sobre una ciudad vacía, ya que las mujeres y niños habían sido evacuados, lo mismo que los archivos y el dinero de la Real Hacienda. Desde esa noche, y hasta el 29 de noviembre, la capital de California fue argentina. Las guarniciones realistas de San Francisco y San José no intentaron recuperar la ciudad, sino que esperaron el retiro de los corsarios argentinos, que se dedicaron prolijamente al saqueo. Los marinos hawaianos demostraban predilección por... los vestidos de las mujeres que encontraron en las casas. El ganado que no pudo llevarse, fue muerto. Se incendió el fuerte, el cuartel de artilleros, la residencia del gobernador y las casas de los españoles, pero se respetaron tanto los templos como las propiedades de los criollos.
Poco después los corsarios saquearon el rancho El Refugio, la hacienda de los Ortega, contrabandistas conocidos de la zona, quienes habían colaborado con las autoridades coloniales contra los patriotas mexicanos. El 14 de diciembre atacaron San Juan de Capistrano. Bouchard solicitó provisiones a cambio de no hostilizar a la población, recibiendo como respuesta una bravuconada. Una partida saqueó la misión, bien nutrida de licores pero sin dinero ni tesoros, los que ya habían sido evacuados. El retorno de estos hombres a La Argentina fue un tanto errático... por su grado de ebriedad. La pequeña flota corsaria pasó de largo frente a San Diego y se refugió, para reparar los buques, en la bahía Vizcaíno. Permanecieron en ese lugar hasta enero de 1819, cuando partieron hacia el sur, a rondar los puertos de San Blas y Acapulco, para terminar sumándose unos meses después a la flota que José de San Martín preparaba en Chile para liberar Perú.
EN EL CARIBE SUR
Louis-Michel Aury nació en París en una fecha que desconocemos, aunque se puede circunscribir a los años 1781 a 1788. Siendo apenas un adolescente se enroló como marinero en buques corsarios franceses que operaban en el Caribe. En 1802 desertó en Nueva York y se unió a la banda de corsarios y traficantes de esclavos capitaneada por Jean Laffite. Para 1810 ya había reunido suficiente capital como para largarse por cuenta propia, contando con su propio barco y con una tripulación en la que predominaban los haitianos, seguramente lo mejor de cada casa, y en abril de 1813 ya tenía una patente para atacar barcos españoles. En diciembre de 1815 Aury se destacó al burlar el bloqueo realista de Cartagena de Indias y llevar sanos y salvos a Haití a centenares de rebeldes.
Allí se enfrentó con Simón Bolívar: fue uno de los oficiales que se negó a concederle poderes dictatoriales. Pero Aury quedó del lado que perdió la pulseada, y con ello perdió más que una discusión: Bolívar le asignó la comandancia de su flota al marino curazoleño Louis Brion; otras fuentes sostienen que Brion, que era armador, influyó en crear en Bolívar una fuerte desconfianza en los corsarios. Decepcionado, nuestro Han Solo parisino ofreció sus servicios a los rebeldes mexicanos.
Participó de la conquista del puerto de Soto La Marina, Tamaulipas, en abril de 1817, y luego navegó hacia la Florida todavía española para socorrer al aventurero escocés Gregor MacGregor, el autodenominado Brigadier General de las Provincias Unidas de Nueva Granada y Venezuela y General en Jefe de los Ejércitos de las Dos Floridas, que ocupaba el estratégico refugio de contrabandistas de Amelia Island desde junio de 1817. El objetivo de la campaña de Florida, que contaba con pleno respaldo de Bolívar, era lograr el control del Caribe Norte y con ello amenazar a las bases realistas en Cuba, así como asegurar las comunicaciones marítimas con Estados Unidos. MacGregor, todo un personaje que merece una nota para sí solo, había reunido fondos como para invadir Florida entera pero se los había gastado en darse la gran vida, y con lo que le sobró apenas pudo reclutar unos centenares de aventureros en los puertos de Nueva Inglaterra. En esa Armada Brancaleone participaban también otros personajes riquísimos de esas décadas de lucha como el militar italiano Agostino Codazzi, el abogado y diplomático caraqueño Pedro Gual y el periodista altoperuano Vicente Pazos Kanki, de regreso de su exilio en Baltimore.
Cuando Aury llegó a Amelia Island, el 17 de setiembre, se encontró con que MacGregor había zarpado rumbo a las Bahamas. El marino francés izó la bandera revolucionaria mexicana, hizo elegir una legislatura, aprobó una constitución muy radical que establecía el sufragio universal y la igualdad de todas las razas e invitó a toda Florida a sacudirse el yugo español. Pero Estados Unidos, que por cierto no tenía el menor interés en contar con semejantes vecinos, tenía sus propios planes para la península. El presidente James Monroe había enviado al general, héroe de guerra y futuro presidente Andrew Jackson a “pacificar” a creeks y semínolas en Georgia, y de paso Jackson se adelantó más de cien años a la frase de Roberto Arlt y ocupó Florida por pura prepotencia de trabajo. Las tropas norteamericanas tomaron la isla el 23 de diciembre de 1817. A los pocos meses, España cedía la península a los Estados Unidos.
Pero Aury no se quedó quieto. El 3 de junio de 1818 le fue extendida en Jamaica una patente de corso firmada por el "Ministro Extraordinario" de las "Repúblicas de Buenos Aires y Chile", José Cortés de Madariaga, un cura chileno fundador de la Logia Lautaro de Cádiz y viejo amigo de Francisco de Miranda, y que ahora expedía patentes de corso a diestra y siniestra a nombre de los estados presididos por sus hermanos en la masonería independentista, Juan Martín de Pueyrredón y Bernardo O’Higgins. Según Francisco N. Juárez, muy probablemente la de Aury se tratara de una de las 25 patentes que el Director Pueyrredón entregó a su enviado diplomático a Estados Unidos, Manuel Aguirre.
El 4 de julio de 1818, Aury tomó la isla de Providencia, frente a las costas de Nicaragua, hoy perteneciente a Colombia. La isla había sido reclamada por España en 1510, junto a su vecina San Andrés, pero no fue ocupada, y para 1629 ya se habían asentado en ella colonos escoceses, ingleses y holandeses, y que no denominamos okupas por un mal entendido escrúpulo. Providencia fue hacia 1670-89 la base de operaciones del pirata Henry Morgan; un siglo después fue ocupada por los españoles, hasta la llegada de Aury al mando de 14 barcos y 400 hombres, bajo el pabellón argentino. Desde el poblado de Santa Catalina, en Providencia, Aury lanzó el 10 de julio una proclama a los "¡amigos errantes y sin patria!" que proponía "¡ensoberbeceos con el noble entusiasmo inseparable de nuestra causa!", la causa "de la emancipación" de los "oprimidos hermanos" caribeños de "los poderosos Estados Unidos de Buenos Aires y Chile" (sic). Aury también difundió una copia de la Declaración de la Independencia del Congreso de Tucumán de 1816.
Providencia y San Andrés fueron utilizadas como bases de operaciones para una activa campaña de corso por el Mar Caribe. Aury incluso intentó dos ataques a puertos realistas de lo que hoy es Honduras en abril de 1820, fracasando tanto en Puerto Trujillo como en Omoa, y hay constancias de que lo hizo enarbolando una bandera con los colores de la bandera argentina, aunque parece que con otro escudo. Como hemos dicho, Aury no tenía buena relación con Bolívar, y parece ser que intentó granjearse la confianza del otro Libertador, José de San Martín, que por esos días ya había desembarcado en Perú. Aury llegó a proponerle a San Martín un ataque a Panamá en acción conjunta con la flota del Ejército Libertador del Perú, o al menos eso afirma una carta suya, fechada en Barranquilla el 7 de febrero de 1821 y que se conserva en el archivo del entonces Vicepresidente de la Gran Colombia Francisco de Paula Santander, aunque no hay constancias de que su destinatario la haya recibido nunca. Su portador, el segundo de Aury y también militar francés Louis Peru de Lacroix, fue con el paso de los años uno de los oficiales predilectos de Bolívar.
"Ya sabe usted lo que vale un Jack [marinero] en tierra", dice desdeñoso el capitán Smollett en el capítulo XVII de La isla del tesoro de Robert Louis Stevenson. Aury bien puede servir de confirmación de esa frase, porque el corsario no murió ni durante un abordaje, ni durante un naufragio ni tan siquiera durante un desembarco: murió al caerse de su caballo en Providencia el 30 de agosto de 1821. La patente que legalizaba su actuación ya hacía meses que no tenía ningún valor: desde el 11 de febrero de 1820, el día de la renuncia del último Director Supremo tras la derrota en la Batalla de Cepeda, no había autoridad central en ese oxímoron político que entonces eran las Provincias Unidas del Río de la Plata. Las islas de San Andrés y Providencia se unieron a la Gran Colombia en ese mismo 1821.
 
NOTAS
Todas las fuentes consultadas sobre la vida de Aury remiten al mismo texto: la Vida de Luis Aury, de Carlos A. Ferro (Publicaciones del Departamento de Relaciones Públicas de la Jefatura de Estado, Tegucigalpa, Honduras, 1973, luego editada en Buenos Aires en 1976 por Cuarto Poder). Ferro era un doctor en ciencias jurídicas y sociales argentino, profesor de la cátedra de Derecho Marítimo y Aduanero en la Facultad de Derecho de La Plata, y que además fue embajador en Honduras, Ecuador y Trinidad Tobago, entre otras misiones diplomáticas. Escribió también obras de temática similar como Los corsarios de Buenos Aires en la emancipación americana (Pen Club de Honduras, Tegucigalpa 1968), La Bandera argentina: Inspiradora de los pabellones centroamericanos (Ministerio de Cultura y Educación, Buenos Aires 1970), San Martín y Morazán (Editorial Nuevo Continente, Tegucigalpa 1971), San Martín y la revolución ecuatoriana (Editorial Cuarto Poder, Buenos Aires 1976) o Historia de la bandera argentina (Editorial Depalma, Buenos Aires 1991). Hay otro libro interesante, más reciente: El corsario Luis Aury: intimidades de la Independencia, de Antonio Cacua Prada (Academia Colombiana de Historia, Bogotá 2001).
* [Agregado del 25/06/15: buena parte de la bibliografía, por ejemplo El desafío insurgente. Análisis del corso hispanoamericano desde una perspectiva peninsular: 1812-1828, la más que recomendable tesis doctoral de Feliciano Gámez Duarte, encuentra otros motivos en el desencuentro entre Bolívar y Aury. Concretamente, el desprecio del Libertador por la guerra de corso, al menos en los primeros momentos de la guerra de la Independencia, y la influencia de Brion que, como armador, tenía justas prevenciones contra todo lo que se pareciera a piratería, corso o actividad asimilable]