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CALAMARO, A VOLUMEN 11

Con ustedes, un tema por tema del nuevo álbum de Andrés Calamaro, editado por Warner Music a comienzos de este mes, diciembre de 2016.

Es todo un desafío emitir un juicio acerca de esta nueva exposición de las inevitablemente dispares grabaciones encontradas típicas de El Salmón. Porque algunas canciones son brillantes y otras nos dejan preguntando si no hay nadie en el mundo que le diga ¿te parece? a Andrés. Porque en la misma canción, grandes melodías y arreglos inteligentes pueden estar al servicio de letras que parecen tentativas, provisionales, como a cuenta de un relámpago de genialidad que las redima en un par de versos. Así que lo mejor sería evitar una opinión global e ir tema por tema de esta obra: dieciocho canciones con la apertura estilística habitual de Calamaro, aunque con un marcado sabor a blues. De allí, tal vez, lo de Volumen 11: que remite a la vez al chiste de This is Spinal Tap y a los cardinales nombres con que se solían dar a conocer sucesivos discos de varias bandas del rock argentino de los setenta, por caso Pappo's Blues, Billy Bond y La Pesada, Color Humano, Polifemo.

Un escrupuloso comprador del disco puede comprobar, apenas revisando la lista de temas, que en esta colección de estampas sonoras no hay ni un clásico del tango: constatación que predispone muy favorablemente a escucharlas, a sabiendas de que no acecha entre las pistas lo que Calamaro entiende por rendir homenaje a la música de Buenos Aires.

El álbum comienza con un rock de válvulas al rojo, Apocalipsis en Malasaña, compuesto para una película aún no estrenada de Alex de la Iglesia, y que en sus apenas 2 minutos 51 segundos nos permite apreciar, por mérito de una paráfrasis recitada, la fuerza impresionante de las palabras del autor o autores del Libro del Apocalipsis. Altos letristas de rock pesado, Juan de Patmós y sus correctores del siglo II.

Frío y barro (segunda parte) es un tema dulcemente oscuro y triste, cuyo asunto es la resaca de la experiencia con drogas, y cuyo disfrute es severamente obstaculizado por el falsete con que es cantado. Lo de "el despertador de Sherlock Holmes" parece un eufemismo notable para referirse a la cocaína. Rock y juventud es un agradable midtempo con un aire a Carnaval de Brasil, la mejor pista de La lengua popular, disco de regreso por todo lo alto que está a punto de cumplir ¡una década! La letra enhebra una imagen melancólica tras otra: suena a canción que acompaña los recuerdos de un hombre que pasó los cincuenta años. Hay una referencia a la pasada a Spinetta ("sed verdadera") y a Pink Floyd (los "dos en una misma pecera" de Wish you were here).

Están la bella Tan triste no es el blues y Hasta el cielo, sentidos homenajes a Pappo, con imágenes que remiten al Carpo (incluyendo los imposibles usos líricos rockeros de "es menester" o "no obstante lo cual"). En Hasta el cielo Andrés hasta se anima a unas inflexiones de voz bien napolitanas. El verso "mis abuelos en el campo de algodón" es un tributo algo forzado a la cuna del género, en boca de un porteño de Retiro de apellido italiano. Igual, las dos canciones son de lo mejor de la placa.

En la misma tesitura estilística podemos contar a El huevo y la gallina, un tema simpático de voz, guitarras y armónica, y una letra escrita con gracia. Y también a respetuosos y logrados covers de Pescado Rabioso y Pappo´s Blues, Como el viento voy a ver y Blues de Santa Fe, dos gemas de intensidad cataclísmica, en especial la primera. Cierto que esas letras de Spinetta y Pappo tampoco son extraordinarias: tal vez estoy siendo demasiado severo con las de Calamaro. Como si I wanna hold your hand o Since I've been loving you fueran Pessoa...

Hay dos canciones arteramente escritas para ser hits, La noche y Pánico en Benidorm, las dos igual de gancheras: no te las podrás sacar de la cabeza fácilmente, incluso por más que Pánico... sea un tanto banal. El segundo estribillo de La noche, el de "tonta, todo en la vida se paga / tonta, conmigo no", no quiere decir nada y aparece en la canción como un deus ex machina, pero la melodía y los precisos cambios de acordes nos hacen creer exitosamente que asistimos a una revelación: el don para el pop de Calamaro no conoce del paso del tiempo.

Un apunte digresivo: una de las limitaciones de cualquier comentario, y no sólo de música, es que nuestros gustos cambian, a veces en cuestión de horas, por motivos tan poco relacionados con la obra en sí como nuestro humor del momento. Nada hay más mudable que el humor del momento: lo pueden afectar el hambre, la saciedad, el funcionamiento del sistema digestivo, una pelea con la pareja o un compañero de trabajo, el colectivo que demora en pasar, la acreditación del sueldo en tu caja de ahorro, la victoria o derrota de tu equipo favorito. Ni hablar de si no te gusta un artista porque le gustaba a una ex novia o a los idiotas con que tuviste que compartir una parte de tu adolescencia: ¿qué clase de comentario musical puede surgir de condicionantes así?

El paso del tiempo y el cambio de las costumbres tal vez oculten a las nuevas generaciones que en el verso "la noche y su colección de co-có, de corazones abandonados" hay otra referencia a la merca: cocó, que es un antiquísimo término lunfardo. Sí, la cocaína ya era popular en el ambiente del tango hace un siglo, tanto que merca viene de Merck, la empresa química alemana que la comercializaba cuando era legal. Sí, porque era legal. Nuestros bisabuelos preferían otros motivos a la hora de perseguir gente gratuitamente, como perseverar en la adhesión al voto secreto y obligatorio, organizar un sindicato u ostentar la condición de judío.

Atunes y ballenas es una canción inacabada, casi un borrador, pero realmente hermosa, y con una línea de Mellotron asesina. La letra habla de un barco y un capitán claramente alegóricos, que "en el puerto es extranjero siempre", y parece improvisada por Calamaro en el momento mismo en que el oyente la escucha . Retoma el gusto del autor por las historias y metáforas marineras, de Donde manda marinero a El barco.

Esta letra confirma que su autor no es de los que pule interminablemente sus versos hasta lograr la letra perfecta, sino de los que se juega el alma en el culto de la espontaneidad. Algo para lo cual conviene alimentar el subconsciente poético con influencias tan variadas y potentes como las que delinearon la lírica de Calamaro: chicos, si no es su caso, mejor no intenten eso en sus casas. Como pasa con la escritura automática del surrealismo, una técnica tan de vanguardia que ya tiene cien años, es una de esas costumbres que es mejor que no hagan escuela. Ya dijo Eliot del Finnegan´s wake de Joyce que "con una sola de esas obras ya es suficiente"

Están Las almas agradecidas y Blues y orquesta, con letras recitadas no especialmente memorables y destino de skip this track. Las almas agradecidas tiene una base funk muy buena: con un par de retoques hubiera sido un muy buen instrumental, y a la otra canción no la salva su claro aire a Leonard Cohen, una de las muertes más lamentadas de este 2016 que se llevó más gente que el final de Rogue One. Y no la salva porque... con una mano en el corazón, digan la verdad, chicos, chicas: al viejo Leonard lo aprendimos a querer leyendo sus letras, no escuchándolo. Salvo Hallelujah, claro.

Vampiro torero es un tema menor, pero es tal vez la letra más ingeniosa: las referencias al vampirismo y a la sed de sangre son metáforas de la adicción a ya saben qué. Al revés que en varios casos de este disco, aquí la letra viene en rescate de la música. Cazador de ateos es una polémica y agresiva defensa de la tauromaquia y un ataque a los defensores de los derechos de los animales. Su principal problema no es ideológico ni filosófico: es que es una canción horrible. El Andrés que se quería cobrar una cuenta pendiente aquí le ganó la pulseada al compositor de canciones. Otro tema para saltear.

Hay otros dos muy pulcros y disfrutables covers bolerísticos de Babasónicos y José Alfredo Jiménez, Mareo y Que te vaya bonito, y un final con dos instrumentales muy buenos: tanto Trujillo libre, un ejercicio de jazz-rock setentoso grabado en vivo, como el funk La burra, pista convenientemente oculta, dado su cariz alevosamente marginal ("¡el crimen paga, papá!").

 

 

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