* * *

Cine Braille

* * *
Todos estos momentos se perderán en el tiempo como lágrimas en la lluvia

GOOD SHOW: ADIÓS TATO, HOLA SIGLO XXI

Tato Bores se despidió de la TV en 1993 con una serie de fastuosos especiales mensuales emitidos por Telefé, Good Show. Razones de salud del propio Tato y la falta de apoyo de la emisora ante la hostilidad del gobierno menemista concurrieron para cerrar, antes de tiempo, más de tres décadas de trayectoria en el difícil y a menudo riesgoso asunto de cultivar el humor político en la Argentina de la segunda mitad del siglo XX. Pero ese cierre fue también un comienzo: porque, con gran generosidad, Tato se las arregló para abrirle el camino a una nueva generación de actores, guionistas y técnicos.

 

Tras cuatro temporadas en Canal 13, Tato Bores aceptó una oferta irresistible de Telefé y cambió de pantalla y de módulo de trabajo: abandonó su espacio tradicional de los domingos a las 21 horas por el de los lunes a las 22, y su frecuencia semanal por otra mensual. El cambio tuvo sus ventajas obvias, como la de contar con un trabajo de producción que, visto desde la agonizante TV de aire de 2019, cabe calificar de asombroso, y tuvo sus desventajas. La frecuencia mensual hacía que Good Show desapareciera de la conversación pública por varios días al mes, y se perdiera algunos temas simplemente porque, para cuando el programa salía al aire, habían sido olvidados, sepultados por muchos otros. Y la pantalla elegida, Telefé, cultivaba una audiencia que consagraba éxitos como Grande Pá, Hola Susana, Amigos son los Amigos, Videomatch o Ritmo de la Noche, bastante alejados del perfil que el equipo creativo de Tato le dio al proyecto. Además el canal tampoco había sido capaz de sostener a otro programa de humor político, Kanal K, cuando fue atacado por las infaltables ONGs embanderadas en la moralina, por un chiste acerca del Papa del que lo peor que se puede decir hoy es que no era taaan gracioso. El antecedente debería haber servido de advertencia para un humorista acostumbrado a estrellarse contra la inquina del poder político. (Un ejemplo olvidado de los años de ¡Raúl Alfonsín! puede leerse aquí).
El equipo de trabajo que acompañaba a Tato estaba encabezado por su hijo Sebastián Borensztein como director y Emilio Cartoy Díaz como productor, con el apoyo creativo de la dupla de Radio Mitre, Omar Quiroga y Pedro Saborido, y Santiago Varela a cargo de escribir los monólogos de costumbre. La extraordinaria dirección de arte, evocadora de La Banda del Sargento Pepper y de Yellow Submarine, estaba ejercida por Marlene Lievendag, y los créditos señalan como director de cámaras a un tal Alejandro Stoessel. (Sí, el papá de Tini). Saborido y Lievendag se conocieron trabajando para Tato y son pareja desde entonces.
Hablaba unas líneas más arriba de "fastuosos especiales". Creo que el mejor ejemplo es el fascinante videoclip de la canción que acompaña a los títulos, llamada también Good Show, cuya letra fue escrita por Sebastián Borensztein y cuya música corrió por cuenta de nada menos que Charly García. En la grabación del tema, un no del todo apreciado guiño de Charly a Sgt. Pepper, intervino toda su banda de entonces más 23 músicos del Teatro Colón y la Camerata Bariloche, dirigidos por, apenas, Carlos Villavicencio. (¡Para la canción que acompañaba los títulos!). Y el genial videoclip requirió ¡dos meses de producción! con un trabajo extraordinario de casting, maquillaje y vestuario. (¡Para el video que acompañaba los títulos!). La idea era recrear la tapa de Sgt. Pepper en la Argentina de 1993: acompañan a Tato desde el propio Charly hasta actores caracterizados de Perón, Evita, Martín Fierro, Don Quijote, Piluso y Coquito, Borges, Gardel, Maradona, Jesucristo, Buda, Freud, Einstein, Troilo, Beethoven, San Martín, el Che Guevara, los Hermanos Marx, Marilyn Monroe, Chaplin, Sally Bowles de Cabaret, Leonardo Da Vinci y la Gioconda, Dalí... Y la banda que tocaba jazz mientras Tato disfrutaba de su habitual plato de pastas estaba integrada por, entre otros, músicos reconocidos como Jorge Minissale, antiguo guitarrista de Suéter, o compañeros de ruta de Charly como el Zorrito Von Quintiero, Fernando Lupano o Luis Morandi. (El Zorrito y Morandi, los socios fundadores de Soul Café, se conocieron en la casa de veraneo de Sebastián Borensztein). Los títulos del final estaban acompañados por un temazo de Bobby y Shirley Womack, It's all over now, interpretado por la Dirty Dozen Bass Band. Un montón de referencias culturales que, por cierto, gritan programa de culto en vez de éxito masivo. Tal vez Telefé no era la mejor pantalla para ese proyecto.
El primer capítulo se emitió el lunes 31 de mayo de 1993, y se puede ver entero por YouTube. La idea era realmente buena: un ejemplo de humor político montado en guiños pop que Saborido llevaría a cumbres insuperables con Diego Capusotto en Peter Capusotto y Sus Videos, una buena década y media después. Un prestidigitador de Praga, un tal Filos Milevic (Tato) se presenta en Ritmo de la noche y pide al conductor Marcelo Tinelli que llame a un voluntario del público para una prueba muy peligrosa. El voluntario es nada menos que el Presidente Menem (interpretado por un actor que siempre aparece de espaldas). El Presidente se mete dentro de una caja blindada, Milevic la cierra, la atraviesa con espadas que le suministra su ayudante (Carolina Peleritti) y enriquece el encierro del presidente con escorpiones y arañas... pero no con la entonces reciente ex primera dama, Zulema Yoma, considerada "demasiado" por la custodia presidencial. Milevic fracasa repetidas veces en su objetivo de liberar a Menem una vez cumplido el truco, y el Presidente se ve obligado a cumplir su función dentro de la caja durante unos días, para desesperación de su principal asesor, un memorable, extraordinario Carlitos Balá. Para peor, la siguiente solución que intenta el bastante trucho mago centroeuropeo ¡volatiliza la caja con el Presidente dentro! El gerente de programación de Telefé, Gustavo Yankelevich (interpretado por un entonces novel Alfredo Casero) debe aparecer frente a las cámaras para explicar lo inexplicable, en un eco del triste papel del presidente del directorio del canal, Pedro Simoncini, en ocasión del escándalo de Kanal K. Actúan también miembros fijos del elenco, como Los Prepu y los impecables Roberto Catarineu y Roberto Carnaghi, más Alberto Martín, Franco Salomone y un muy joven actor cómico gordito, bigotudo y de pelo largo a quien los títulos presentan como Fernando Sily. Hay tiempo para los habituales monólogo y llamado telefónico al Presidente y hasta para un ¡segmento de animación! Producir uno solo de estos envíos probablemente costaría lo mismo que una temporada entera de cualquiera de estos gritones y superfluos programas de debates de los que hoy habla todo el mundo, esos programas en los que, diría Jorge Asís, las palabras pronunciadas se olvidan apenas se emiten.
Aquí es la parte en que mi memoria debe suplir las deficiencias de Internet, que no acierta a definir ni los cambios de horario de los especiales ni su cantidad, y no puede proveer imágenes o referencias de una buena mitad de ellos. En los siguientes programas:
* Se satiriza la obsesión por la popularidad del entonces ministro de Economía, Domingo Cavallo, interpretado por Carnaghi, quien pide ayuda a Dios... y la Divinidad, interpretada por Marcos Mundstock, se la concede. Pero el amor popular llega cuando Cavallo se convierte en una inverosímil especie de Lennon argentino de los noventa, al punto de casarse con Yoko Ono, lo que despierta el rencor inmediato y brutal de "los intereses creados". Además de Gianni Lunaidei y Fernán Mirás en pequeños roles, hay cameos de Víctor Hugo Morales, Gustavo Garzón, Horacio Fontova y Mario Pergolini: en esa época, aparecer en el programa de Tato era visto como un honor, un signo de reconocimiento. En otro sketch, Carnaghi intenta lograr un imposible contacto entre Menem (Sebastián Pacha Rosso de Los Prepu) y Fidel Castro (Nito Artaza). Se puede ver en YouTube aquí.
* El Presidente Menem (otra vez Pacha Rosso) es poseído por Satanás (genial, consagratorio Casero). El ministro Cavallo (Carnaghi) es entonces seducido por el intrusado Presidente (Carolina Peleritti ¡con patillas!) para implementar en el país un "plan económico satánico". Memorablemente Satanás se burla del dicho popular que sostiene que "Dios es argentino" diciendo "¡YO soy argentino!". Las fuerzas del bien están representadas por el cadete de Casa Rosada (Fernán Miras) y un exorcista algo ceceoso, el hermano Mauricio (Tato Bores) quien intenta expulsar al demoníaco inquilino del cuerpo presidencial leyéndole la Constitución Nacional. En roles secundarios aparecen Toti Ciliberto como un sacerdote confesor, Norman Erlich como Freud, Jorge Corona como sí mismo, Darío Grandinetti como el instructor de un diabólico batallón de especuladores financieros, Lucrecia Capello y Coco Sily. Si mi golpe de vista no falla, el Infierno fue escenificado en el entonces derruido Mercado del Abasto, unos pocos años antes de que se inaugurara el Shopping.
* Un capítulo del que no hay rastros en la red: una relectura de la vieja serie El túnel del tiempo en que, obviamente, algo sale mal y el emperador Nerón (Tato) es transportado al Buenos Aires de 1993, al que pretende incendiar mientras, inolvidablemente, suena Nueva Roma de Patricio Rey y Sus Redonditos de Ricota. Simultáneamente, y como consecuencia del mismo error que afecta irreparablemente la urdimbre del devenir, Argentina es una potencia mundial y sus astronautas han llegado a la Luna, el Presidente es Diego Maradona y Menem y Cavallo... son dos fugitivos de la ley que huyen de una manera muy similar a la de las protagonistas del filme Thelma y Louise de Ridley Scott.
* Un capítulo del que apenas hay retazos en la red revisita la historia argentina. Unos muy jóvenes Mex Urtizberea y Diego Capusotto comentan cual Macaya Márquez las alternativas del cruce de los Andes por el ejército de San Martín. Mariquita Sánchez de Thompson (Marina Borensztein, la hija de Tato) estrena el Himno Nacional Argentino en su casa, interpretado al piano por un joven criollo que no es otro que Charly García, a quien, una vez presentada para siempre la canción patria, le piden "una que sepamos todos" y toca Canción para mi muerte. Un funcionario gubernamental interpretado por Hugo Arana le dice a San Martín (Tato) "¿usted quiere un país justo, libre, independiente? Bien, acá tengo el pasaje, Francia". Otro sketch satiriza el hoy incomprensible Decreto 4161 de la dictadura Libertadora que impedía nombrar a Perón: los personajes deben recurrir a silbidos y onomatopeyas cada vez que se ven obligados a identificar al gobierno de Perón como responsable de cierta obra, lo que es decir a cada rato, para desesperación del Almirante Rojas.
* En el que creo que fue el último capítulo antes del cierre con una recopilación de los mejores momentos de la temporada, El candidato, se satiriza la elección del candidato presidencial favorito para las elecciones de 1995 asumiendo que no iba a haber reforma constitucional que habilitara la reelección de Menem (un dato que permite fechar el capítulo antes del Pacto de Olivos de octubre del '93). Mientras tanto, el país se ha convertido en un páramo a consecuencia de las políticas aplicadas por el menemismo (un error... por adelantarse seis o siete años a la realidad). El candidato resultante de las alquimias de los expertos liderados por el doctor Frankenstein (Tato) termina siendo... una criatura monstruosa, que ni siquiera puede presentarse en público porque, afuera, el país ha sucumbido. La pena de Menem por tener que abandonar el poder, tan grande que lo lleva hasta a llamar al programa de Luisa Delfino (!) en busca de contención, se expresa a través de un paralelo muy gracioso con Pink de The Wall: por caso, suenan One of my turns mientras Menem destruye su cuarto tras una enésima derrota del River de los tempranos noventa frente a Boca, o Comfortably numb mientras se derrumba de tristeza, encerrado en el baño, para desesperación de su asesor interpretado por Gianni Lunadei. Lalo Mir da vida sensacionalmente a un cronista del derrumbe, Mario Sánchez aparece en el papel de una mendaz y gardeliana hipóstasis de la gloria, hay un cameo de Jorge Lanata como cocinero, y el clima de época permite la broma de la presentación de los payasos Firulete, Cañito y Rosita en la Casa Rosada. En otros sketches, el "Ministro Carnaghi" va preso en Italia por una derivación argentina de la Operación Manos Limpias y un personaje interpretado por Alberto Martín explica a Tato cómo funciona el espionaje político en las escuelas secundarias de la Ciudad de Buenos Aires (!).
El buen ejercicio del humor político requiere entender cuál es el adjetivo y cuál es el sustantivo en esa frase: demasiadas veces la intención política olvida la simple verdad de que el humor político debe hacer reír, ante todo debe ser humor. (Si lo sabremos en esta página, que fracasamos tantas veces por eso mismo. Y si lo debería saber el propio Sebastián Borensztein, a quien Clarín le permite una página por semana para ver si alguna vez logra recordarlo). Por eso el humor físico funciona en todas las épocas y todos los públicos y la parodia, en cambio, patina cuando el espectador carece de la información necesaria para decodificarla. Aunque el público que sí comparte esos códigos encuentra un goce adicional al de la risa en ese caso: el de participar de la sofisticación de la idea. Programa de culto, vuelve a oírse gritar.
Los practicantes del humor político la tenían bastante sencilla en los noventa, con la increíble capacidad del menemismo para generar noticias que lo hicieran aparecer como un rejunte de inútiles, corruptos y fiesteros. (Algo que no impidió su reelección en 1995, montada en un trieno de crecimiento continuo del consumo - 1991/94 - y la incapacidad de la oposición de entonces para proponer una alternativa). No era obvio para todo el mundo, ni siquiera para la mayoría, que el principal pecado de esa época era otro: una política económica que solamente podía desembocar en un desastre. No por nada a Menem lo sucedió Fernando De La Rúa en 1999: la misma orientación económica, los mismos beneficiarios y los mismos perjudicados... pero sin la pizza con champán. Así le fue al país. Y le cabe a Tato, o más bien a sus libretistas, el honor de haber señalado más de una vez el carácter peligrosísismo de la política económica ideada por Cavallo, como podrán comprobar quienes revean los programas.
Al gobierno de entonces no le cayó muy bien Good Show: Tato y su gente siempre pensaron que estaba la mano del menemismo detrás de la falta de entusiasmo con que Telefé bancó al programa. A fines del ’93 el Gustavo Yankelevich de verdad, no el interpretado por el Gordo Casero, decidió que Tato Bores no continuaría en el aire el año siguiente. Tato tuvo que superar un sorpresivo cáncer óseo en 1994 que de todos modos hubiera complicado su presencia, pero unos meses después podría haber estado en condiciones de volver. No fue así, y un recrudecimiento de la enfermedad acabó con la vida del querible humorista el 11 de enero de 1996.