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Cine Braille

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Todos estos momentos se perderán en el tiempo como lágrimas en la lluvia

EL ESPACIO ES EL LUGAR - PARTE I DE II

Este comienzo de 2024 en nuestras tierras argentinas es un gran, gran momento para rever o, mejor aún, descubrir temas del pop, rock, ambient y hasta jazz de vanguardia anglosajón que tengan que ver con el espacio interplanetario y con seres extraterrestres. No por una pura maniobra de evasión, sino más bien como un momentáneo refugio en la creatividad y la fantasía, un alto en el camino en donde recuperar fuerzas para enfrentar mejor una realidad distópica. (Cuánto vale poder sacar la cabeza de la porquería de todos los días y respirar algo de aire puro ¡volver a sentir ganas de vivir!). Desde febrero de 2016 hay una lista similar en este portal pero dedicada al rock argentino: el presente informe en dos partes abarca un universo mucho más grande y, diría, inabordable, así que tomen esta lista como una de tantas posibles.

 

PARTE UNO: 1966-1976
Se excluyeron las canciones (muchísimas) en las que la referencia a elevarse al orbe de los planetas y las estrellas se limita a ser una metáfora, ya bastante gastada, del enamoramiento o el clímax erótico, como Fly me to the moon de Frank Sinatra o Spaceship coupe de Justin Timberlake o Venus de Lady Gaga, o el conocer a un ser que no es de este mundo como metonimia de una persona endiosada por el enamoramiento, como ET de Katy Perry o Alien de Britney Spears o Cosmic girl de Jamiroquai o Star Wars de Ryan Adams & The Cardinals. También aquellas en las que la referencia al espacio interestelar es más bien espiritual o mística, como en Across the universe de los Beatles, o es el tema de las películas que un personaje solitario ve en el cine, como Life on Mars? de David Bowie, o es una cifra de la cualidad única y original de un personaje, como en Ballrooms of Mars de T.Rex. También esos temas de Muse en los que las referencias al cosmos son apenas pinceladas de un verso o dos, como Starlight, Supermassive black hole o Knights of Cydonia. También nos limitamos al ámbito anglosajón: dejamos tal vez para otro informe a artistas como el italiano Meco, o los franceses de Air, o los alemanes de Tangerine Dream o Eloy, o los húngaros de Omega.

 

Mr. Spaceman. The Byrds, 1966. En aquel ya remoto año la sonda soviética Luna 9 fue el primer artefacto humano en descender suavemente en la Luna, Venera 3 fue la primera sonda terrestre en impactar la superficie de Venus, y los Byrds fueron la primera banda de rock en cantarle a las abducciones de seres humanos por parte de alienígenas. Mr. Spaceman es un muy pegadizo rockito con aires country acerca de una persona ilusionada con que los tripulantes de las extrañas "luces con forma de platos" que "vienen cada noche" lo lleven a pasear con ellos, hasta que un día se despierta sintiéndose mal y nota que alguien escribió su nombre con dentífrico en su ventana, así como un "hasta la vista, te veremos otra vez". Los Byrds parecían en aquel 1966 tan adelantados como la astronáutica soviética: estaban llevando el country rock más lejos que nadie, también le cantaban a la "quinta dimensión" en 5D (Fifth Dimension) e iniciaron la exploración del universo interior de la psicodelia con Eight miles high, una canción acerca de un viaje en avión a Inglaterra pero con una letra ambigua y una forma musical muy libre, influida por artistas tan diferentes como John Coltrane y Ravi Shankar. (Casi al mismo tiempo, James Ballard sostenía que la ciencia ficción debía ser la literatura en la que se encontraban el espacio interior y el exterior). Muchos tomarían nota.

 

Astronomy domine. Pink Floyd, 1967. Si hay una banda que tiene fama de interpretar "rock espacial", sea lo que sea tal centauro musical, es Pink Floyd. Y lo es para su horror: sus temas nunca tuvieron que ver con inteligencias extraterrestres o viajes interplanetarios... salvo en su primer disco, todavía con Syd Barrett al timón. El grupo se presenta al mundo en su placa debut, The piper at the gates of dawn, con Astronomy domine como primera pista del álbum y el instrumental Interstellar overdrive abriendo el lado B. Grandiosas frases de guitarra distorsionada de Barrett, pasajes instrumentales a la medida de los sintetizadores de Rick Wright, intervalos inusuales o disonantes, silencios expresivos, uso intensivo del eco y la reverberación, otros efectos de sonido... y una letra del tema inicial que menciona oscuramente unas "aguas heladas subterráneas", una serie de cuerpos celestes del sistema solar exterior y una referencia algo siniestra a las estrellas en el vacío inconmensurable del cosmos, que "pueden atemorizar". Los que ahora tomaron nota fueron todavía más.

 

2000 light years from home. The Rolling Stones, 1967. Una celda en la prisión de Brixton no es un mal lugar para que a alguien se le ocurra que está a dos mil años luz de casa: eso le pasó a Mick Jagger en el verano boreal de 1967, como consecuencia de la condena sufrida en el célebre juicio por posesión de drogas que lo involucró junto a Keith Richards y al marchand Robert Fraser. La letra de la canción habla de sentirse solo, a una distancia del hogar que crece en cada estrofa, a medida que van quedando atrás el Sol, una "estrella con fieros océanos", "rojos desiertos helados" y "la arena verde del desierto" de la estrella Aldebarán. La canción es muy linda, armónicamente simple, pero el genio está en el sonido. Los ecos, reverberaciones, distorsiones y silencios ya de rigor, un oscilador en manos de Bill Wyman, Keith Richards en bajo con pedal de fuzz y un magistral Brian Jones en un Mellotron con sonoridades vagamente arábigas: cómo no sentirnos en una estrella con océanos fieros o arenas verdes, suponiendo que en las estrellas pudiera haber océanos fieros o arenas verdes. Hay una canción de Green Day de 1991, 2000 light years away, en que la misma inaprensible distancia es utilizada como imagen de lejanía entre dos amantes.
 
I took a trip (on a Gemini spaceship). Legendary Stardust Cowboy, 1968. Tema más bien secreto, de no ser porque a David Bowie se le ocurrió registrarlo para su disco Heathen de 2002. Norman Carl Odam, el Legendario Vaquero de Polvo de Estrellas, es un tejano cultor del psychobilly, una versión acelerada y algo lisérgica del viejo rockabilly, pero esta canción que describe un viaje en una cápsula del Proyecto Géminis, el antecesor directo del Programa Apolo que llegó a la Luna, es un tema country casi recitado y, ya en 1968, una parodia de los viajes espaciales musicales con propulsión a LSD. La versión de Bowie es radicalmente diferente, y por cierto bastante más accesible al oído promedio.

 

Space oddity. David Bowie, 1969. Un clásíco ineludible, editado en los días en que 2001: a space odyssey de Stanley Kubrick y la misión Apolo 11 eran furiosa actualidad y no mero pasado. La historia de esta genial canción folk con muy compleja producción psicodélica es casi conocida. La letra es básicamente un diálogo entre un astronauta, el mayor Tom, y el control de misión, que le advierte que es hora de consumir sus pastillas alimenticias o le informa que es muy famoso en la Tierra y que los periodistas quieren saber "qué camisas usa". (La epopeya astronáutica ya ha dado paso a su frivolización casi sin que nadie se diera cuenta). Pero "sus circuitos están muertos, hay algo mal" y Tom, que se sentía "muy calmo", tras pedir al control que le diga a "mi esposa que la amo mucho", comienza a flotar alrededor de su nave, arrobado, "mucho más allá de la Luna", yéndose en fade como los bradburianos astronautas del cuento Calidoscopio o como el pobre Frank Poole en 2001 ¿o como su compañero Dave Bowman? La deriva del mayor no es inocente de la imputación de parecer alegórica. En 1980 el propio Bowie lo trae de vuelta de "el planeta que brilla" o donde fuese en la maravillosa Ashes to ashes, y nos baja a tierra: al final, "el mayor Tom era un falopero / colgado en lo alto del cielo / en su punto más bajo de todos". ¿El final del mayor estará en Blackstar, la obra del adiós, en ese astronauta muerto cuya calavera es adorada por un culto de mujeres?
Para no repetir artistas, dejamos fuera de esta lista a otras canciones de David Bowie que merecerían estar por derecho propio, como Hallo space boy o las del álbum Ziggy Stardust and The Spiders From Mars: un extraterrestre andrógino que toma la forma de una estrella de rock bisexual para salvar a la Tierra de un desastre inminente, y que termina cayendo en desgracia víctima de su ego irrefrenable y asesinado por sus propios seguidores. Todavía es ficción y no es noticias, pero esta tercera década del siglo XXI se está gastando todas las sorpresas.
 
It came out of the sky. Creedence Clearwater Revival, 1969. Armstrong, Aldrin y Collins no habían terminado de volver de su paseo lunar que ya el cosmos y sus hipotéticos habitantes eran ocasión de sátira política y social. Algo nunca bien descripto desciende en medio del campo, asustando a un agricultor al punto de hacerlo caer de su tractor, y las multitudes se reúnen a ver de qué se trata. Un científico dice que es mero "gas de los pantanos" que suele brillar extrañamente al liberarse, el entonces vicepresidente y luego convicto evasor de impuestos Spiro Agnew pretende usarlo como excusa para subir los impuestos, el Vaticano dice que es el Señor que ha vuelto, Hollywood no se quiere perder la oportunidad de rodar una película, el entonces gobernador de California Ronald Reagan sostiene que es un "complot comunista", y los conductores de TV se relamen con acaparar la audiencia invitando al granjero, que a esta altura ya entendió de qué la va la época y afirma que lo que sea que haya caído "es mío / pero pueden tenerlo por 17 millones".

 

Rocket man. Pearls Before Swine, 1970. Una suave balada que musicaliza el cuento homónimo de Ray Bradbury, acerca de la familia de un viajero del espacio interplanetario, en una época en que estos viajes ya son comunes. También los accidentes fatales: la mujer y el hijo rehuyen el Sol en un "llanto silencioso" porque se hicieron la promesa de que "si mi padre cayera en una estrella / no deberemos mirar a esa estrella nunca más". Bernie Taupin y Elton John completaron el tríptico que iniciara Bradbury al inspirarse en la idea de esta canción para su tema del mismo nombre, aunque la desarrollan de modo muy diferente.

 

Rocket man. Elton John, 1972. Otra elección clásica, pero como todos los clásicos lo es por algo: una balada de piano perfecta. La letra comienza en tono hogareño, un hombre que se levanta a la mañana mientras su esposa, a la que enseguida extrañará, empaca sus pertenencias. El protagonista "llegará tan alto como un barrilete" en un viaje que durará "un tiempo largo, largo" porque además "el espacio exterior es solitario". Vive en un tiempo en que viajar al espacio interplanetario es cosa de todos los días, "es sólo mi trabajo cinco días a la semana", en el que a veces piensa que "Marte no es un lugar para criar a tus hijos" porque "es frío como el infierno". Pero este "hombre cohete" de la canción dice "no soy el hombre que piensan que soy en mi hogar", mientras está "quemando mi mecha", y ya empezamos a sospechar que hay un segundo tema de la canción, que va por debajo o detrás y es, no casualmente, la doble vida que lleva este "hombre cohete" cuando está fuera de su casa, sea porque es un artista que sale de gira a un metafórico "espacio exterior" allá arriba o porque tiene una vida íntima doble, y las dos interpretaciones no son excluyentes conociendo alguito de la vida privada de Elton John durante los años setenta.

 

Space truckin'. Deep Purple, 1972. En la canción previa el viajar al cosmos ya era algo cotidiano, y en este tema del mismo año también. Ahora se trata de trabajadores del transporte de cargas, sólo que en vez de cruzar Estados Unidos en un camión por la Ruta 66 cruzan la galaxia en una astronave carguera: una canción que cantarían con agrado tanto BJ McKay y Hugo Moyano como Han Solo y Ellen Ripley. Los riffs de guitarra son maravillosos: con Space truckin' la banda cierra el álbum Machine Head en gran forma.

 

Supersonic Rocket Ship. The Kinks, 1972. En esta especie de calypso con sonoridad de bluegrass compuesto por Ray Davies se propone un viaje idílico "más rápido que la velocidad de la luz" en una "nave cohete supersónica" que, casi como un Arca de Noé de la Era Espacial, funciona como un refugio, como diría Spinetta, contra todos los males de este mundo. "Nadie está obligado a estar a la moda" ni debe "estar fuera de la vista" ni "viajar en segunda clase" porque rige "la igualdad / y no se suprime a las minorías": un manifiesto totalmente contracultural entonces y aún más ahora. En este proyecto utópico y revolucionario "sacudiremos" "este planeta" "y lo pondremos de cabeza", pero sin "magia" ni "mentiras", "te vas a reír tanto que vas a llorar". Qué pena que nos perdimos su partida, vaya a saber por dónde andará ahora. Porque lo que es por acá, seguro que no.

 

Flying teapot. Gong, 1973. Difícil no entender qué se quiere decir con "rock espacial" después de escuchar el comienzo de este tema. La banda Gong mutó de integrantes de las más variadas nacionalidades tantas veces que nos mareamos como si estuviéramos ascendiendo en un cohete: para los argentinos, el elemento de atracción es que en una de sus encarnaciones participó el violinista rosarino Jorge Pinchevsky. (Para los argentinos que por suerte todavía sabemos quién fue el violinista rosarino Jorge Pinchevsky). El título del tema ya nos advierte que ingresamos al terreno de la parodia: "tetera voladora" en lugar de alguna otra pieza de vajilla más concurrida. Los hombrecitos verdes del tema pueden "leer tu mente del revés". El estribillo dice "toma una taza de té / toma otra / toma una taza de té": la psicodelia se cansa enseguida del rigor de la ciencia ficción y rumbea siempre hacia la Constelación del Lado de los Tomates.

 

Just visiting. Lynsay de Paul, 1973. Balada de piano en la que la cantautora inglesa se hace eco de la hipótesis seudocientífica, entonces bien en boga gracias a Erich Von Däniken, de que seres de otros planetas visitaron la Tierra en la antigüedad y nuestros antepasados los confundieron con dioses. "Y ahora nos hemos unido a la carrera" y tal vez, canta Lynsay, pronto tengamos que repetir lo que aquellos viajeros dijeron y nuestra especie no entendió: "no soy tu hacedor / un ángel o un santo divino / ni tu Creador / dándote un signo sagrado / Soy un ser del espacio / y sólo estoy visitando tu tierra / Vos sos un hombre mono / y he estado visitándote / siempre, desde tu aparición".

 

Space Station #5. Montrose, 1973. Esta canción se postula a la consideración general en el que se considera el primer disco del heavy metal de Estados Unidos. El narrador cuenta que se desplaza de vivir "bajo tierra" a la "estación espacial número cinco". Esto acontece después de una catástrofe no descripta que acabó con el mundo tal como lo conocemos: "éramos jóvenes pero el recuerdo aún permanece / de tomar una fruta de un árbol, o pescado de los mares / ahora nada queda, salvo las manchas". Ahora "el futuro está en los cielos", y el narrador lo recibe con una alegría algo llamativa para el contexto apocalíptico. Hay un cover de 1992 de Iron Maiden.

 

Space ritual. Hawkwind, 1973. Hawkwind es una banda inglesa muy prolífica, bastante amiga de las experiencias no ordinarias, y que ha pasado por diversas etapas artísticas, del rock progresivo con tintes psicodélicos al proto-punk, y que probablemente es el arquetipo del space rock. Su líder Dave Brock ha sabido reclutar a músicos como Lemmy Kilmister o Ginger Baker, a un escritor de ciencia ficción como Michael Moorcock para colaborar con las letras, a poetas como Robert Calvert para recitar sus creaciones entre tema y tema, y a ¡tragafuegos! y bailarinas con los pechos al aire y artistas visuales para la puesta en escena y el arte de los álbumes. Space ritual es casi una ópera rock montada con canciones de sus primeras placas más algunas inéditas, que cuenta la historia de unos astronautas que emprenden un largo viaje interestelar en estado de animación suspendida, y que explora el concepto de armonía de las esferas. La experiencia fue notablemente presentada como "88 minutos de daño cerebral", y atrajo a un bien heterogéneo grupo de seguidores integrado por cultores de la experiencia con alucinógenos, fanáticos de la ciencia ficción y motoqueros. (¿En serio no son Los Redonditos de Ricota?). Las letras (en inglés) se pueden leer aquí.

 

Space is the place. Sun Ra and His Interagalactic Solar Arkestra, 1973. Esta pista inicial del álbum de jazz vanguardista del mismo nombre explora una idea similar a la del ya mencionado tema de los Kinks: el espacio interestelar como espacio de libertad. La letra es en su mayor parte repetitiva hasta convertirse en mantra. En medio de un mar de reiteraciones rítmicas refulge el mensaje: "el espacio exterior es un lugar placentero / un lugar donde podés ser libre / no hay límites a lo que podés hacer / no hay límites a lo que podés ser / tu pensamiento es libre y tu vida vale la pena ser vivida". "Sun Ra", o sea "Sol Dios Egipcio del Sol", fue un jazzero afroamericano cultor del afrofuturismo, una estética deudora de la ciencia ficción y las mitologías africanas, y que se apropia de la cultura del Antiguo Egipto por considerarla una civilización africana más. Algo que tiene sentido geográfico mas no antropológico: los antiguos egipcios eran cultural y étnicamente más cercanos a los demás habitantes del Mediterráneo Oriental que a los africanos negros del sur del Sahara. Herman "Sonny" Blount nació en Alabama en 1914 pero decía haber sido enviado para salvar a la humanidad desde un lugar mucho más hospitalario para los negros que el sur de Estados Unidos, como es Saturno, y eso que en el planeta de los anillos no hay superficie sólida ni atmósfera respirable y las temperaturas son glaciales. Blount grabó decenas de álbumes desde 1957 bajo el concepto de Sun Ra: elegimos esta placa porque hay también una película de 1974 que mereceria un artículo para ella sola y un disco con su banda de sonido.

 

Space baby. The Tubes, 1975. En esta balada con secciones bien prog-rock del álbum debut de estos rockeros glam californianos hay un retrato de la alienación y extrañamiento que puede sentir un alienígena en la Tierra... y no sólo un alienígena: "es un misterio para mí / cómo mi ser llegó a existir / y por qué vine aquí / Tal vez ni siquiera sea humano". Le queda al narrador una esperanza: "tiene que haber un tiempo y un lugar / para mí en que cese esta búsqueda sin fin / y me establezca con mi propia raza / y nunca jamás, jamás ser un bebé del espacio". Otra vez el espacio exterior como espacio de libertad, de fuga de una realidad pedestre o incluso hostil. El productor de la placa fue nada menos que Al Kooper.

 

A spaceman came travelling. Chris De Burgh, 1975. Esta balada del compositor irlandés de Venado Tuerto retoma la creencia en las visitas alienígenas en nuestro pasado, y la incapacidad de nuestros antepasados para entender esa realidad. Uno de estos visitantes llegó en una astronave que apareció en el cielo "como una estrella", caminó hacia una barraca donde había una madre con su hijo, "una luz plateada irradiaba de su cabeza / y tenía el rostro de un ángel", pero les dijo que no temiesen, que traía un mensaje para la humanidad, "y entonces la música más dulce llenó el aire": un agradable tarareo que a mí me hace acordar un poco al tema principal del filme Nazareno Cruz y el lobo, sólo que es inferior. El viajero predica "paz y buena voluntad para todos los hombres y amor para los niños" y, ante los miles que ya se han reunido mitad aterrados y mitad maravillados, dice que debe retirarse y que volverá "en dos mil años de vuestro tiempo". No es difícil entrever una reescritura de la historia de la Natividad de Jesucristo en clave ET: de hecho, en el Reino Unido esta canción suele ser escuchada el día de Navidad.

 

Inca roads. Frank Zappa and the Mothers of Invention. 1975. Esta larga y complejísima y otra vez larga y complejísima pieza de jazz-rock con aires latinos, cantada por el tecladista George Duke, abre One size fits all preguntándose, incrédulamente, si "¿vino un vehículo / de algún lugar ahí afuera / sólo para aterrizar en los Andes?'". El narrador sigue haciéndose preguntas: si era redondo, si tenía un motor "o era algo completamente diferente", y si alguien construyó un lugar donde aterrizara, haciéndose eco de la extraña moda de aquellos años de creerse el desvarío sensacionalista de que las grandes obras de los pueblos antiguos se debían en realidad a inteligencias extraterrestres. Inca roads adquiere al promediar un aire de parodia de las suites de tema místico del rock sinfónico: la letra se dispersa en referencias absurdas como la "Reina del Guacamole en el Armadillo en Austin, Texas", y la música en fragmentos de patrones rítmicos arduos hasta la pesadilla.

 

'39. Queen, 1976. Esta canción folk fue escrita por Brian May, que al dedicarse a la música debió interrumpir su doctorado en... astrofísica, que reanudó muchos años después: en 2007. Es la historia de un grupo de exploradores interestelares que, en el '39 (¿2139?) emprenden una expedición de un año para encontrarse, al regreso, con que en la Tierra han pasado muchísimos más y las personas que conocían son ancianas o han muerto: un efecto del viaje a velocidades cercanas a las de la luz que es más que una teoría de Einstein, porque se ha comprobado experimentalmente con satélites girando en órbita terrestre, a velocidades muy lejanas a las de la luz pero lo suficientemente altas como para producir efectos mensurables. Brian May declaró inteligentemente que, después de componer la canción, había notado una segunda capa de sentido en ella, relacionada con su sensación de que, al regresar a su hogar después de una larga gira, sentía que no había vuelto a la misma casa. La canción es además la número 39 que la banda había editado hasta ese momento.
 
(Continúa aquí)