* * *

Cine Braille

* * *
Todos estos momentos se perderán en el tiempo como lágrimas en la lluvia

THE WHITE LOTUS

La premisa de la primera temporada The White Lotus es la problemática interacción entre los insufribles clientes de clase media alta de un hotel all inclusive de una isla hawaiana y sus sufridos trabajadores. Expresado así, podría ser una comedia para ómnibus de larga distancia, de las que ni título tienen, con un Nicholas Cage de esas épocas suyas en las que se le complica pagar el mínimo de la tarjeta y acepta literalmente la primera oferta que le acerquen. Los Premios Emmy que recibió la serie no me conmovieron: le otorgaron el Premio Nobel de la Paz a Kissinger y Obama, amigues, qué valor puede tener un premio después de eso. ¿Sabés qué me decidió a verla? Que estaba en el catálogo de HBO y eran apenas seis episodios. Y terminé lamentando no tener decenas de episodios más para ver, y ahora espero con ganas la segunda temporada: gracias, Mike White. Siguen algunas líneas que pueden contener spoilers.

 

The White Lotus es de esas comedias dramáticas que apenas condescienden al chiste o al gag, pero hacen reír. A veces por la incomodidad suprema que producen algunas situaciones, a veces porque las escenas se suceden por obra de una lógica sarcástica, como Curb your enthusiasm. Pero, a diferencia de la imperdible serie de Larry David, en The White Lotus el sarcasmo no está dirigido contra la estupidez de la etiqueta social de los Estados Unidos, sino contra la manera en que los privilegios de clase, de género o de color de piel contaminan irreparablemente toda relación humana. Especialmente los de clase, Larry, los de clase. Ya sé que no es tu tema.
En el contingente que arriba a la isla en el primer capítulo hay una pareja de jóvenes blancos recién casados, una mujer mayor blanca sola con un cofre donde guarda las cenizas de su madre, y una familia blanca con sus dos hijos adolescentes y una invitada amiga de su hija... que es mulata. Al interior de cada uno de esos grupos ya hay en potencia un conflicto ¡incluso en el caso de la mujer sola y los restos incinerados de su madre! que se desata por intervención involuntaria de un empleado del hotel.
El matrimonio flamante está integrado por un niño rico muy pagado de sí mismo, acostumbrado a que su insoportable madre le resuelva todos los conflictos instantáneamente con una transferencia bancaria, y su hermosísima esposa, una más de las mal pagas redactoras de un portal meramente clickbaitero, y que soporta mal intuir correctamente su condición de esposa trofeo y poco más. Y el conflicto se activa por un motivo nimio, una confusión de habitaciones que ni siquiera representa un perjuicio pero claro: no se les asigna la mejor de todas. El responsable del error es el administrador del hotel, un homosexual con problemas de adicciones que eran viejos y dejarán de serlo, y la cuestión escalará absurdamente, día tras día, hasta un final que no contaré. De aquellos polvos estos lodos.
La mujer sola es una niña rica que tiene tristeza: una mujer abusada psicológicamente por sus padres, y que no puede liberarse de la carga de tener que disponer de las cenizas de su madre. Encuentra su consuelo y mucho más, diría el eje de su vida, en la interacción con una empleada afroamericana del spa del complejo, creándose una malsana dependencia psicológica que escalará en promesas y se resolverá en perjuicio del más débil de sus términos.
Mike White se lució escribiendo y dirigiendo a los muy ricos personajes del grupo familiar. (Probablemente, este disfuncional grupo le provocaría una sonrisa a Charly García: el autor de Música de fondo para cualquier fiesta animada). Por empezar, quien aparece como su cabeza es la mujer, que es un "robot corporativo" al decir de su hija. Interrumpe sus vacaciones para una teleconferencia con sus socios chinos pero no tiene un minuto para los problemas de pareja o de familia, y lamenta que la búsqueda de la igualdad de género y de origen étnico haya ido demasiado lejos y condicione la vida de su hijo: en esta total inversión de lo esperable hay una ironía.
Su esposo pasa por una mayúscula crisis de mediana edad: además de sobrellevar la lenta agonía de su matrimonio, un diagnóstico médico pendiente lo ha llevado a hacerse preguntas acerca de su padre, fallecido hace mucho, y replantearse su relación con su hijo adolescente. A su vez el hijo parece demostrar un total desinterés por las preocupaciones de sus padres: prefiere soportar el curso de las horas pasando de los videos porno a los juegos en línea, hasta que un contacto casi fortuito con la paradisíaca naturaleza de la isla le revela un camino, que tampoco pasará por seguir a sus progenitores. La hija y su amiga, compañeras de universidad y de experiencias no ordinarias, demuestran en cada diálogo familiar servirse de su conocimiento de las dinámicas nocivas del privilegio para poco más que ostentar una afectada y estéril superioridad moral. A su vez, en esa relación que atraviesa las diferencias de clase y de color de piel pareciera haber menos sincera amistad que sobreactuación de progresismo. Un joven y atractivo empleado hawaiano, miembro del clan que fuera despojado de las tierras sobre las que se asienta el complejo, conmoverá esos equilibros inestables.... y alguien pagará un precio. Que una de las chicas lea Los condenados de la tierra de Frantz Fanon no es gratuito.
La serie está maravillosamente escrita: no hay personajes unidimensionales, no son meros argumentos de una tesis. Está actuada a la perfección por un elenco brillante, además digno en cuatro o cinco casos de la contemplación cosificada que pasó a ser de mal gusto mencionar pero de la que nadie se priva.
[Nota: la segunda temporada, estrenada a fines de 2022, está ambientada en Sicilia y la disparidad de los mandatos que construyen nuestra idea occidental de los géneros pasa a ser el tema principal: la cuestión de las diferencias de clase sigue siendo reflejada, sólo que a menudo pasa a un segundo plano. Me pareció menos lograda que la primera].