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Todos estos momentos se perderán en el tiempo como lágrimas en la lluvia

OPERACIÓN NÉMESIS: LA VENGANZA ARMENIA

El exterminio del pueblo armenio por los turcos otomanos es apenas el primer genocidio del siglo XX. Escribo "apenas" porque el terrible siglo pasado nos dio muchos más, como el de los campesinos de Ucrania y Kazajistán por el estalinismo, el de los judíos y los gitanos por los nazis, el de los bosnios por los serbios o el de los tutsis por los hutus en Ruanda. Tal vez, sólo tal vez, si el genocidio armenio hubiera sido castigado, los demás no hubieran existido. El mundo era otro hace un siglo, no había instituciones internacionales que pudieran llevar adelante semejante proceso ni condiciones para establecerlas, y entonces brotó entre los armenios la tentación de hacer justicia por mano propia. De la tentativa de ejecutar la venganza, llamada Operación Némesis, se ocupa este articulo.

 

"¿Quién, después de todo, recuerda hoy el exterminio de los armenios?". Adolf Hitler a los mandos de la Wehrmacht, Obersalzberg, 22 de agosto de 1939.

 

BERLÍN, ALEMANIA, 15 DE MARZO DE 1921
"¡No soy un asesino, él lo era!" gritaba en un alemán dificultoso el joven de aspecto extranjero, al que los policías prusianos rescataron a duras penas de los exaltados transeúntes indignados porque, decían, había asesinado por la espalda a otro extranjero a apenas unos metros de distancia, aquella mañana lluviosa de fines del invierno. A las pocas horas medio mundo se conmovía: la víctima era Mehmed Talaat, o Talaat Pashá, antiguo primer ministro del Imperio Otomano y una de las figuras centrales de la política de su país en la década anterior, y el asesino era armenio y se llamaba Soghomon Tehlirián. Decenas de antiguos funcionarios otomanos se encerraron en sus hogares a espiar por las ventanas si los vigilaba alguien sospechoso; millones de armenios de todo el mundo sintieron que la Justicia había demorado tanto que ahora la Venganza era bienvenida. Para entender a Tehlirián, a los otomanos y a los armenios tenemos que viajar miles de kilómetros al este y muchos años al pasado.
ARMENIA, SIGLO IX ANTES DE NUESTRA ERA - 1914
Armenia es un pequeño país montañoso del Asia Occidental, en la encrucijada de todas las rutas de Eurasia: al este Persia y más allá la India y China, al sur Mesopotamia y Siria y luego Arabia y Palestina, al oeste el Asia Menor y Europa, al norte la cordillera del Caúcaso y más allá las estepas interminables de Rusia y Asia Central. A mediados del siglo IX antes de nuestra era surgió el primer estado que reclamó para sí aquellas montañas, mesetas y valles: el reino de Urartu, al que los hebreos llamaban Ararat, enemigo de Asiria y famoso por la calidad de sus trabajos en metal. La Historia es una rapsodia de crueldades olvidadas, y más aún la historia de las naciones pequeñas situadas en la encrucijada de todas las rutas: apenas hubo imperio de la antigüedad ante el que los armenios no debieran aceptar el vasallaje. A comienzos de nuestra era el rey Tigranes logró hacerse respetar, pero sus sucesores quedaron atrapados en la pugna entre sus poderosos vecinos romanos y partos, como antes entre persas y medos y luego entre bizantinos y persas. En otro breve período de independencia, hacia el año 300 de nuestra era, el reino de Armenia abrazó el cristianismo, el primer estado del mundo en convertirlo en religión oficial. Árabes, turcos seljúcidas, mongoles, se sucedieron como gobernantes de los armenios hasta que el país fue presa del antagonismo entre turcos otomanos y persas saváfidas: entre 1513 y 1737 Yereván, la capital armenia, cambió de mano cuatro veces. A comienzos del siglo XIX los persas fueron derrotados y remplazados por un imperio remoto que comenzaba a considerar a la región como parte de su esfera de influencia: el ruso. [Mapa de arriba a la derecha: Armenia histórica y Armenia actual]
El siglo XIX parecía irse como todos, con Armenia como sufriente campo de batalla de ocupantes enemistados entre sí, pero sucedió algo aún peor. Tras la revolución francesa y las guerras napoleónicas, las naciones empezaron a exigir a sus súbditos la adoración sumisa a versiones idealizadas de sí mismas. Que a veces eran monstruosas: imperios habitados hasta entonces por decenas de pueblos de idiomas, religiones, costumbres y rasgos faciales diferentes empezaron a exigir la uniformidad total, la mera tiranía abrazando la tentación del totalitarismo. A los armenios de Rusia se les empezó a obligar a actuar, hablar, pensar como rusos; a los armenios del Imperio Otomano, convertirse al Islam y abandonar su idioma y sus tradiciones. Hacia 1890 aparecieron las primeras sociedades secretas que pretendían dirigir la resistencia y aún la liberación, pero que a veces parecían más interesadas en oponerse a las otras que a los comunes opresores: el movimiento de la Joven Armenia, el Partido Socialdemócrata Hunchak, y la que terminó siendo la más exitosas de todas, la Federación Revolucionaria Armenia, los Dashnaks de Christapor Mikaelián y Simón Zavarián. Rusos y otomanos pasaron de la competencia a la colaboración: tenían enemigos en común.
En 1894, una sublevación armenia contra los impuestos abusivos y los frecuentes ataques de bandidos kurdos amparados por las autoridades otomanas fue reprimida salvajemente: fue la primera de una serie de masacres que se extendieron hasta 1897 y que se conocen como Masacres Hamidianas, por el nombre del Sultán que las consintió u ordenó, Abdul Hamid (imagen). Entre 200 mil y 300 mil personas fueron asesinadas, la gran mayoría armenias y el resto cristianos griegos y asirios. En Rusia, el zar Nicolás II ordenó en 1903 la confiscación de bienes de la Iglesia Armenia y el cierre de todas las asociaciones culturales, periódicos y bibliotecas armenias, y la represión de cualquier protesta a sangre y fuego. La derrota en la guerra contra Japón y la consiguiente Revolución de 1905 debilitaron al zarismo y lo forzaron a hacer concesiones: Nicolás II envió a un gobernador dialoguista, el Conde Vorontsov-Dashkov, que revirtió las medidas contra la iglesia armenia y gobernó atrayéndose a la burguesía, tratando de separarla de los movimientos radicales. A su vez, y como efecto de la evolución de la situación internacional, Rusia cambió de actitud hacia el Imperio Otomano y volvió a colaborar con las fuerzas que pretendían liberarse de la opresión del sultán. Como los armenios.
Pero esa buena noticia proveniente de Rusia era un regalo envenenado: para los otomanos, los armenios pasaron a ser, además, quintacolumnistas del enemigo exterior. Abdul Hamid fue derrocado en 1908 por un movimiento militar reformista, el de los Jóvenes Turcos, pero la reforma se limitaba a la administración del Imperio y no a su opresión de las minorías: entre 20 y 30 mil armenios fueron masacrados en Adana en abril de 1909. Cuando en octubre de 1914 el Imperio Otomano firmó una alianza con Alemania, la hostilidad hacia Rusia no tardó en degenerar en guerra abierta: los armenios fueron arrojados a los horrores de la Primera Guerra Mundial divididos en bandos diferentes por motivaciones que en nada los involucraban. Rusia fue más eficaz en utilizar el sentimiento nacional armenio: 150 mil de ellos se unieron a su ejército, que alcanzó rápidas victorias y pronto controló el oriente de la Armenia otomana hasta el Lago de Van. Pero hasta aquí esta historia no explica por qué los armenios de todo el mundo se alegraban de que las máximas figuras del Imperio Otomano fueran cazadas una a una.
CONSTANTINOPLA, IMPERIO OTOMANO, 25 DE FEBRERO DE 1915
El Estado Mayor Otomano hizo circular la Directiva 8682 del Ministro de Guerra Ismail Enver, conocido como Enver Pashá, que ordenaba desarmar a todos los armenios que sirvieran en las fuerzas otomanas y asignarlos a batallones de trabajo. La directiva incluía una acusación ominosa: el patriarcado de la iglesia armenia revelaba secretos militares a los rusos. Ese fue el primer paso de una serie que se proponía acabar con la cuestión armenia para siempre, y de un modo espantoso: borrando al pueblo entero de la faz de la Tierra. Las primeras masacres ya habian ocurrido en diciembre de 1914, pero el exterminio sistemático y planificado comenzó en abril de 1915, cuando el gobierno otomano arrestó a centenares de líderes de la comunidad armenia de Constantinopla en un golpe de decapitación: casi todos fueron asesinados. Un mes después se dictó la Ley de Deportación Temporaria, que disponía el traslado forzoso de la entera población de la Armenia otomana a Siria, un eufemismo que encubría el asesinato, sin distinción de edad ni género, requerido por las órdenes secretas extendidas a las fuerzas paramilitares encargadas de dirigir el supuesto traslado. El grado de cooperación entre los gobiernos nacional, regionales y locales hace imposible dudar del carácter organizado del exterminio. Las órdenes secretas incluían arrojar los cuerpos a los ríos, método de disposición supuesto como eficaz, pero la cantidad de cadáveres era tan grande que corrompia el agua y la hacía imposible de beber; en algunos sitios de los ríos Tigris y Éufrates hubo que dinamitar los cuerpos porque bloqueaban el curso de las aguas. Los turcos que se prestaron a socorrer a los armenios fueron también ejecutados. El genocidio también intentó eliminar el pasado: toda traza de la milenaria historia armenia fue borrada intencionadamente, desde la propiedad de bienes muebles e inmuebles, sustraída de forma masiva, hasta el mismo nombre de los parajes. La propiedad de los armenios desplazados era un botín considerable, que ayudó a crear una burguesía turca étnicamente pura.
El número de víctimas es imposible de precisar, por la naturaleza de su ejecución y por la actitud del estado turco bajo los más variados gobiernos durante un siglo, que consiste en negar el genocidio y no prestar ninguna colaboración para su esclarecimiento. Las estimaciones oscilan entre 800 mil y un millón y medio de muertes entre abril de 1915 y octubre de 1916. El genocidio no pasó desapercibido: el 24 de mayo de 1915, el Imperio Británico, Francia y Rusia emitieron un comunicado conjunto en el que afirmaban que fuerzas irregulares llevaban un mes masacrando a los armenios, con la connivencia e incluso apoyo de las autoridades, y que los tres estados hacían responsables al gobierno del Imperio Otomano de crímenes contra la humanidad.
Las masacres fueron documentadas por periodistas y diplomáticos, la mayoría de ellos de Estados Unidos, que en ese entonces era todavía una nación neutral en la guerra, y sus ciudadanos podían circular libremente por el Imperio. Los cónsules alemanes, representantes de un país aliado a los otomanos, enviaron alarmados informes que fueron archivados sin mayor trámite. Walter Rössler, el cónsul en la ciudad siria de Alepo, que intentó ayudar a los deportados armenios, fue reprendido por sus superiores. En general, los militares alemanes y los funcionarios de la compañía ferroviaria de capitales alemanes colaboraron con los perpetradores del genocidio, salvo casos aislados como el del subteniente médico Armin Wegner (imagen) cuyas fotografías de los campos de concentración de armenios constituyen una prueba de primer orden, que fue detenido por sus jefes y remitido a Alemania. Las memorias del embajador norteamericano Henry Morgenthau Sr., publicadas en 1918, son otra fuente directa que documenta las masacres casi apenas ocurridas.
Todas las naciones marcharon casi con alegría a la guerra en 1914 porque presuponían que el conflicto estaría terminado para Navidad, uno de los errores más mortíferos y crueles de la Historia. Los años pasaban, y una generación entera de varones jóvenes marchaba a la muerte en cada país. A fines de 1916 todos los contendientes estaban agotados: los gobiernos se limitaban a resistir esperando que el enemigo se derrumbara primero. Rusia fue la primera de las grandes potencias en perder su voluntad de lucha: el zar cayó en marzo de 1917, y para noviembre el país más grande del mundo estaba en manos del pequeño grupo de conspiradores maximalistas que lideraba un tal Lenin, que en marzo de 1918 firmaron en Brest-Litovsk el tipo de paz que se le impone a los vencidos. La Armenia rusa se declaró independiente el 28 de mayo de 1918, pero eso significó quedar a merced de los ejércitos otomanos y sus simpatizantes: entre 10 mil y 30 mil armenios fueron masacrados en Bakú, en la vecina Azerbaiyán, cuando el ejército otomano la ocupó ese setiembre (1). Acción que no sirvió de nada, porque en noviembre fue el Imperio Otomano el que se tuvo que rendir, derrotado, a la coalición enemiga. Entonces, contando con el apoyo de Estados Unidos, el único vencedor de una guerra terrible, los armenios aspiraban a recuperar los territorios en poder de los otomanos y a reconstruir por fin la Armenia histórica.
Todavía estaban en el futuro la reconstitución del poder turco bajo una dictadura republicana y nacionalista con base en Ankara en vez del sultanato con capital en la antigua Constantinopla, la invasión turca de setiembre de 1920 y la rusa de noviembre de ese año, la nueva división de la patria armenia entre sus dos vecinos más poderosos. Pero entre setiembre y octubre de 1919, en una Yereván liberada y esperanzada, se reunió el Noveno Congreso de la Federación Revolucionaria Armenia. Los Dashnaks tomaron nota de que los responsables del genocidio seguían libres, que no había legislación ni jurisprudencia que permitiera juzgarlos fuera del Imperio Otomano, y que el Imperio sólo parecía dispuesto a hacerlo para salvar las formas, por lo que se decidió localizarlos y ajusticiarlos, con la oposición del sector que sostenía que el enemigo principal era Rusia. La operación recibió el nombre de Némesis, por el nombre de la diosa griega de la justa venganza (2). Voluntarios para unirse nunca le faltaron al líder designado de esa fuerza vengadora, Shahan Natalie. Los armenios de Estados Unidos colaboraron financiando al escuadrón secreto de ejecutores; los de media Europa y Asia aportaban sus redes y la información que podían reunir. Un límite se imponía: las acciones se debían planear y ejecutar evitando toda muerte de inocentes.
Pero aún no sabemos por qué Talaat Pashá encontró su destino aquella mañana en Berlín.
SEBASTOPOL, CRIMEA RUSA OCUPADA POR ALEMANIA, 3 DE NOVIEMBRE DE 1918
Una lancha torpedera alemana atracaba en el puerto de Sebastopol. Llevaba a la elite del gobierno otomano de la última década, que huía de la derrota de su nación y buscaba lo que suponía un refugio seguro en el territorio de su principal aliado. Entre ellos se contaba el hasta octubre gran visir o primer ministro Talaat Pashá, uno de los principales cerebros del genocidio armenio cuando era ministro del Interior. El viaje de Talaat a Berlín fue duro y muy largo: cuando por fin llegó, siete días después, el Emperador de Alemania o Káiser Guillermo II ya había huido rumbo al exilio en los Países Bajos, su imperio se derrumbaba y la rendición era inminente. Los viejos amigos de Talaat le consiguieron del nuevo gobierno provisional una declaración de asilo político, con lo que pudo radicarse en los suburbios de Berlín, aunque bajo un nombre falso por razones de seguridad: Alí Salim Bey.
En Alemania vivió una vida modesta debido a su escasez de recursos pero gozó de gran libertad, viajando incluso a Dinamarca, Suecia, los Países Bajos, Suiza e Italia, recibiendo a un enviado del gobierno británico y manteniendo activa correspondencia con Mustafá Kemal, el líder del gobierno nacionalista turco de Ankara. Incluso visitó en la cárcel al dirigente comunista Karl Radek, preso tras la fracasada revolución alemana de enero de 1919, a quien había conocido en Brest-Litovsk en 1918, en circunstancias bien diferentes. Seguía las noticias de su patria: tras la rendición, Constantinopla había sido ocupada por fuerzas británicas, francesas, italianas y griegas. El Sultán intentaba conservar el trono colaborando con los vencedores: la Conferencia de Paz de París de 1919 exigió la prosecución de los criminales de guerra otomanos, y el Imperio montó unas cortes marciales destinadas desde el principio a salvar la cara... y fracasar en el intento. Eran impopulares entre los turcos porque nadie reconocía que el exterminio de los armenios fuera un crimen punible, y los aliados consideraban que eran una farsa ajurídica. Así y todo, el 5 de julio de 1919 Talaat fue condenado a muerte en ausencia por esas cortes, una medida que no había forma de hacer cumplir estando asilado en Alemania. Otros prófugos sobre quienes recayó la pena capital, como organizadores del genocidio, fueron el antiguo ministro de guerra Enver Pashá, el ministro de Marina y gobernador de Siria Djemal Pashá y el ministro de Educación y dirigente del partido de los Jóvenes Turcos Nazim Bey. Hubo unos pocos condenados que fueron ejecutados, como los gobernadores Mehmed Kemal y Behramzade Nusret y el comandante Abdulá Avni, a quienes el gobierno nacionalista de Kemal no tardó en rehabilitar y considerar mártires de la causa nacional.
El gobierno de Alemania sabía que Talaat estaba primero en la lista de criminales a ejecutar por los armenios, y le recomendó refugiarse en una finca solitaria en Mecklenburgo, propiedad del general Bronsart von Schellendorf, antiguo asesor del ejército otomano (3). Talaat se negó: necesitaba permanecer en Berlín para concretar su objetivo de dirigir la política del gobierno nacionalista turco desde el exilio. Esperaba a su esposa, Hayriye, que recién pudo unírsele en 1920.
Pero Talaat se relajó y lo perdió la confianza. A fines de febrero de 1921 fue visto abordando el tren expreso a Roma, y un poco después la red de los armenios encontró su residencia. Su ejecutor Tehlirián alquiló un departamento enfrente para vigilarlo, lo que resultó relativamente sencillo porque Talaat cometió el error de adoptar rutinas y volverse predecible. Cuando Tehlirián lo vio caminando por la calle, se acercó por detrás y, delante de varios testigos, le disparó un solo balazo en la nuca, que lo mató instantáneamente. Tehlirián perdió la calma y huyó en vez de quedarse a esperar a la policía como se le había ordenado, pero enseguida fue detenido por transeúntes y golpeado repetidas veces. "¡No soy un asesino, él lo era!" gritó en un alemán dificultoso. ¿Pero cómo probarlo?
De allí las órdenes de no rehuir la persecución policial: el objeto de la acción no era solamente matar a un criminal de guerra, sino utilizar el inevitable juicio para hacer conocer la causa armenia en el mundo. Y vaya que se logró.
BERLIN, ALEMANIA, 2 AL 3 DE JUNIO DE 1921
Tehlirián se había alistado como voluntario en el ejército ruso durante la guerra, y tras ella formaba parte del grupo de armenios que buscaba activamente vengar crímenes que le afectaban de modo personal: su madre y su hermano mayor habían caído en el infierno de las deportaciones turcas. En Constantinopla ya había dado muerte a Harutián Mgrditichián, un traidor que había colaborado con los otomanos redactando listas de personas a ser detenidas y asesinadas, y la cúpula de la Operación Némesis lo consideró apto para hacerse cargo del reto de ejecutar a Talaat. Viajó a Suiza, donde a comienzos de diciembre de 1920 obtuvo una visa para ingresar a Alemania como estudiante de ingeniería mecánica. Al llegar a Berlín acudió a reunirse con el vicecónsul armenio, Libarit Nazariants, en cuya casa se reunían los conspiradores. Una vez que el departamento de Talaat fue descubierto, se alojó en otro cruzando la calle, desde donde lo vigiló hasta la mañana fatal. Tehlirián declaró en la investigación preliminar, que se cerró en menos de una semana, que había actuado por cuenta propia. Ahora era cuestión de aguardar el juicio.
El traductor que las autoridades alemanas convocaron para interrogar a Tehlirián se llamaba Kevork Kaloustián, que reportaba secretamente a los jefes de la Operación Némesis. La defensa del justiciero fue costeada con el aporte de armenios residentes en Estados Unidos: era un equipo de tres abogados de prestigio, lo que dio aún más publicidad al proceso, que recibió coberturas periodísticas destacadas en Alemania y Estados Unidos.
El juicio se celebró entre el 2 y el 3 de junio de 1921, y la exitosa estrategia de la defensa consistió en poner en el centro del debate la responsabilidad de Talaat en el genocidio armenio. La de la acusación fue fallida desde el comienzo, y quedó obligada a correr detrás de los acontecimientos en vez de dirigirlos. Pretendió celebrar el juicio a puertas cerradas, en parte para ocultar cualquier revelación acerca del papel de Alemania en el genocidio, cuando por razones políticas entonces se consideraba que convenía al país mostrar su colaboración en hacer justicia. Fracasó en evitar la politización del caso, y una vez que se expusieron las pruebas de la espantosa magnitud de la masacre, se enredó en demostrar la inocencia de Talaat. Una vez que su participación fue indiscutible, se perdió en un intento vano por defender las órdenes impartidas. Nunca intentó probar la existencia de una conspiración para asesinar al antiguo gran visir, algo que hubiera cambiado el veredicto. Hay quien llegó a exagerar que el fiscal, Gollnick, simpatizaba secretamente con Tehlirián y su causa.
Toda la evidencia disponible fue expuesta, incluyendo el testimonio de testigos presenciales como el misionero protestante alemán Johannes Lepsius o el obispo de la iglesia armenia Grigoris Balakián. El juicio fue uno de los más importantes de todo el siglo XX, y advirtió al jurista polaco Raphael Lemkin de una laguna en el orden jurídico internacional: no había otra forma de juzgar crímenes cometidos en un país que no fuera en el mismo y bajo su ordenamiento legal preexistente, algo que obligaba a aguardar la caída de un régimen atroz para poder encausarlo. Lemkin acuñó el término genocidio y fue una figura central en la redacción de la Convención para la Prevención y la Sanción del Delito de Genocidio, adoptada por la Asamblea General de las Naciones Unidas en 1948, y entrada en vigor en 1951. El jurado de doce integrantes absolvió a Tehlirián, quien de todos modos fue expulsado de Alemania. Moriría en California en 1960, reconociddo por los armenios como un héroe nacional.
Por su parte, el gobierno turco consideró a Talaat un mártir: su familia recibió una pensión pública. En 1943 sus restos fueron repatriados de la Alemania Nazi y recibieron un funeral de estado en el Monumento de la Libertad de Estambul.
TIFLIS, GEORGIA SOVIÉTICA, 21 DE JULIO DE 1922
Ahmed Djemal, Djemal Pashá (imagen) era el ministro de Marina del gobierno otomano y a la vez gobernador de Siria durante el genocidio armenio, y como tal responsable de la muerte de 150 mil personas. Tampoco fue débil con los separatistas sirios y libaneses, ejecutando a decenas de sus líderes, y las tropas bajo sus órdenes cometieron masacres contra prisioneros de guerra y contra la población civil. Djemal era un carácter especial: T. E. Lawrence, o Lawrence de Arabia, que lo trató en las fallidas negociaciones para que se permitiera la retirada de un ejército angloindio sitiado en Kut, Mesopotamia, lo consideraba "un personaje pintoresco". Mientras era el amo y señor otomano de Siria, Levante y Mesopotamia ofreció a la alianza enemiga retirarse de la guerra a cambio de ser reconocido como rey de Siria: la oferta fracasó porque franceses y británicos codiciaban el país para sus propios imperios coloniales.
Djemal se refugió en Alemania en noviembre de 1918, y luego en Suiza, y en la seguridad de su exilio fue otro de los condenados a muerte en ausencia por los tribunales militares turcos. En 1920 aprovechó su impunidad para viajar a Afganistán, donde había sido convocado como consejero militar del gobierno. Como tal partió a Tiflis para negociar con los bolcheviques su apoyo a los afganos y al nuevo gobierno nacionalista turco de Ankara, y allí lo alcanzó un comando integrado por Stepan Dzaghigián, Artashes Gevorgyán y Petros Ter Poghosyán, que lo ejecutó el 21 de julio de 1922.
DUSHANBE, ASIA CENTRAL SOVIÉTICA, 4 DE AGOSTO DE 1922
A fines de 1921 los bolcheviques, que intentaban acabar con el levantamiento separatista de los pueblos de origen turco y religión musulmana del Asia Central rusa, los Basmachí, invitaron como asesor a un militar turco, que se había ganado su confianza como intermediario en un tan inverosímil como muy razonable pacto entre los Soviets de Rusia y los archiconservadores generales del Estado Mayor del Ejército de la Alemania vencida en la Gran Guerra. Era Ismaíl Enver, o Enver Pashá, el tercero de los Tres Pashás, uno de los arquitectos del genocidio armenio y de las masacres de Bakú de 1918, además de un muy torpe ministro de asuntos militares durante la guerra y uno de los responsables directos de la derrota: muy comprensiblemente, era uno de los altos dignatarios del régimen que había fugado por mar a Sebastopol apenas la rendición otomana se hizo inevitable.
De todos modos, el Kremlin suponía que al menos su cercanía cultural a los Basmachí sería de ayuda. El cálculo no pudo ser más errado, porque Pashá, dueño de una ambición sin límites, desertó al bando rebelde y se propuso ponerlo al servicio de una patria común de todos los pueblos de habla túrquica del Mediterráno al Turquestán Chino, con él como líder, claro. Logró algunas victorias iniciales pero se las arregló para irritar a sus dos principales apoyos, los emires de Bujará y Afganistáno. En agosto de 1922 cayó, triste, solitario y final, ante el ataque de una brigada de caballería soviética integrada por bashkires tan musulmanes como él, pero liderada por un comandante que era armenio, Hajob Melkumián (4). La derrota signó el principio del fin de la rebelión, y la muerte de Enver Pashá, un poco caprichosamente agregada en este informe, puso fin a la Operación Némesis.
CÓRDOBA, ARGENTINA, 2 DE AGOSTO DE 1934
La tuberculosis, antiguamente llamada también tisis o consunción, es una infección bacteriana a los pulmones que hoy puede prevenirse con la vacuna BCG y es curable con un diagnóstico temprano, pero que hasta mediados del siglo XX era una enfermedad casi siempre mortal y que, además, acababa con sus víctimas aún jóvenes. Luis XIII y Luis XVII de Francia, Molière, el Cardenal Richelieu, Madame de Pompadour, Watteau, Keats, Shelley, Marie Duplessis, Jane Austen, Chopin, Bécquer, Aubrey Beardsley, Alfred Jarry, Chéjov, Kafka, D. H. Lawrence, Katherine Mansfield, Modigliani, George Orwell, Abel Gance, Néstor Majnó, se cuentan entre los muertos ilustres por esta afección a la que los románticos dotaron de un aura de melancólica distinción. Nikolai Levin de Ana Karénina de Tolstoi, Katerina Ivanovna Marmeladova de Crimen y castigo de Dostoievski, Paul Dombey hijo de Dombey e Hijo de Dickens, Fantine de Los miserables de Víctor Hugo... la galería de personajes ficticios que padecen la enfermedad es interminable. Algunos de los más famosos son versiones ficcionales del calvario y destino de la pobre cortesana Duplessis, como Marguerite Gautier de La dama de las camelias de Alexandre Dumas hijo, Mimi de La bohème de Puccini o Violetta de La Traviata de Verdi. La montaña mágica de Thomas Mann está ambientada en un sanatorio suizo que atiende pacientes tuberculosos.
Antes de las vacunación masiva y obligatoria, antes de los tratamientos modernos, se creía que los padecimientos que acarreaba la enfermedad eran al menos paliados por el clima seco, soleado y templado, como el de las sierras de Córdoba, donde se instaló un sanatorio en 1899. Hacia allí marchó el inmigrante armenio Aram Yerganián (imagen) para morir en el invierno de 1934. Había llegado a Buenos Aires en 1927, tras haber residido un tiempo en Austria y luego en Rumania. En la capital argentina trabajó en la imprenta del periódico Armenia, se casó con una compatriota y tuvo una hija. Su vida en Argentina no parece muy diferente a la de tantos que vinieron a hacerse la América al confín del mundo y fracasar en el intento, y nada en ella explica por qué los armenios lo consideran un héroe nacional. Para eso tenemos que conocer su vida en el Viejo Mundo.
Yerganián se alistó en el ejército secreto de los Dashnaks y fue uno de sus más implacables ejecutores. El 19 de junio de 1920, en las inmediaciones de la plaza central de Tiflis, mató a Fatali Jan Joyski, ex primer ministro de la efímera república independiente proturca de Azerbaiyán durante las matanzas de armenios de Bakú de setiembre de 1918. Pero su principal aporte a la venganza de su pueblo fue el crimen de Behaeddin Shakir en Berlín en 1922.
Shakir era uno de los líderes del partido nacionalista turco, y principal ejecutor del genocidio armenio como una de las cabezas de la Teşkilât-ı Mahsusa, u "Organización Especial", la siniestra policía política de los años finales del Imperio y el organismo a cargo de las llamadas "deportaciones". Fue uno de los dirigentes que escapó de Constantinopla por mar hacia la Crimea ocupada por los alemanes en noviembre de 1918. De allí partió a radicarse en Berlín, y al tiempo viajó a Moscú, con la idea de pactar la ayuda de los bolcheviques al gobierno nacionalista turco (5). Durante su exilio fue condenado a muerte en ausencia por los tribunales militares turcos, un fallo dictado en la seguridad de que no podría cumplirse. Participó en el Congreso de Bakú de setiembre de 1920, un intento de los bolcheviques por ponerse al frente de la lucha de los pueblos asiáticos contra el dominio colonial de las potencias occidentales. Bien que buena parte de los delegados provenían de territorios de la Rusia soviética, cuya reivindicación nacional seguramente no pasaba por la adhesión impuesta al gobierno que Lenin presidía en Moscú.
Shakir fijó su residencia en Berlín, donde se le unió Jemal Azmi, el llamado Carnicero de Trebisonda, violador serial de niñas y uno de los más crueles asesinos del genocidio, enriquecido hasta hacerse multimillonario con el saqueo a los armenios, y otro de los condenados a muerte en ausencia por las cortes turcas. Ambos retornaban de una cena con sus familias y con la viuda de Talaat Pashá cuando la venganza armenia los encontró por fin. Pero para contarlo necesitamos saber también quién era Arshavir Shirakián.
BERLÍN, ALEMANIA, 17 DE ABRIL DE 1922
Tras apartar a las mujeres, Arshavir Shirakián mató a Azmi pero apenas hirió a Shakir, que intentó huir hasta que Aram Yerganián lo ejecutó de un tiro en la cabeza. El New York Times del día siguiente afirma que la policía alemana arrestó a quince sospechosos armenios pero no pudo dar con los autores, a quienes define como "dos hombres delgados, bajos y trigueños", y que en Berlín se sabía que la operatoria de los justicieros armenios era financiada por miembros de la comunidad de residentes en Estados Unidos. Allí encontró refugio Shirakián, que moriría en Nueva Jersey en 1973. Las familias de Shakir y Azmi recibieron pensiones del gobierno turco, y sus cuerpos permanecen hoy en la Mezquita Shehitlik de Berlín.
La breve carrera de Shirakián como el más implacable de los agentes de la Operación Némesis comenzó en Constantinopla el 27 de marzo de 1920, cuando ejecutó a un traidor, Vahe Ihsan, quien había colaborado con las fuerzas de seguridad otomanas en la redacción de la lista de armenios prominentes a ser arrestados y deportados en 1915. Shirakián logró escapar a la policía local y a las fuerzas británicas que ocuparan la ciudad, y pronto estuvo listo para una nueva misión.
Said Halim Pashá, noble otomano heredero de la familia de origen albanés que gobernaba Egipto bajo la soberanía puramente nominal del sultán, era gran visir o primer ministro en tiempos del genocidio armenio. Fue uno de los dirigentes otomanos arrestados por los británicos cuando ocuparon la capital imperial Constantinopla en noviembre de 1918, y fue deportado a Malta en 1919 a la espera de ser juzgado, pero antes de que eso pasara fue liberado a cambio de rehenes británicos en poder del gobierno nacionalista turco de Ankara. Mientras aguardaba que se le autorizara a retornar a su país se radicó en Italia, hasta que el 5 de diciembre de 1921, mientras tomaba un taxi en Roma, se encontró con su destino, que tenía el rostro y el cuerpo de Arshavir Shirakián. El ejecutor logró escapar gracias al apoyo de las redes de apoyo de la diáspora armenia, pero apenas pudo descansar porque ya le aguardaba en Berlín una nueva cita con los criminales que habían ensangrentado su tierra.
Shirakián no fue el único miembro de la Operación Némesis que se retiró hacia un refugio en Estados Unidos.
CONSTANTINOPLA, IMPERIO OTOMANO, 18 DE JULIO DE 1921
El ingeniero petrolero Behbud Jan Djavanshir fue ministro de asuntos exteriores del Azerbaiyán independiente y miembro de la familia real de un janato del Cáucaso aliado de Rusia, y era considerado por los nacionalistas armenios como otro de los responsables de las masacres de Bakú de setiembre de 1918. Djavanshir no escapó de Azerbaiyán cuando fue reincorporado a la fuerza a la Rusia ahora soviética, y gracias a que el líder de los bolcheviques azeríes, Nariman Narimanov, respondió por él, se le permitió volver a emplearse en la industria petrolera de Bakú. Gracias a sus conocimientos del mundo de la diplomacia y su dominio del inglés y el alemán, pronto pasó al servicio exterior soviético, desempeñando funciones primero en Berlín y luego en Constantinopla. Allí fue reconocido por un militante Dashnak, que dio aviso inmediato a sus superiores.
La noche del 18 de julio volvía con su esposa y dos de sus hermanos de una función teatral al hotel donde residía, cuando su ejecutor Misak Torlakián le disparó tres veces, una en la cabeza y dos en el pecho. Javanshir murió poco después en un hospital; Torlakián fue detenido y entregado a las fuerzas británicas. Ante el tribunal militar de la ocupación que lo juzgó se adujo que padecía de episodios de epilepsia, y sus abogados solicitaron que se lo declarara inimputable. Se lo declaró culpable pero se admitió el pedido de la defensa en lo que fue, más que una aprobación de su accionar, una condena a los crímenes impunes de Bakú, y Torlakián fue liberado y expulsado del país. De la vecina Grecia partió hacia Estados Unidos, donde moriría en California muchos años después, en 1968.
 

 

NOTAS
(1) Armenios y azeríes volvieron a caer en la órbita del Kremlin a comienzos de la década de 1920, y su enemistad no tuvo manera de manifestarse bajo el sistema comunista. Pero apenas se debilitó el poder central renació el sentimiento nacionalista en ambos pueblos. Los primeros disturbios serios datan de 1988, cuando la Unión Soviética aún existía, y en 1992 llegaron al enfrentamiento armado, que acabó en 1994 con la victoria armenia y su control del Alto Karabag, un enclave de población armenia en territorio azerí. En 2020 estalló un nuevo conflicto, que esta vez acabó en triunfo azerí. En 2023 se rompió el alto en el fuego, y las fuerzas azeríes completaron su invasión del enclave y alcanzaron su completo control.
(2) La Yugoslavia comunista del Mariscal Tito adoptó una política semejante para con los criminales de guerra ustashas, los genocidas del estado seudoindependiente de Croacia, títere de la Alemania Nazi y aliado de la Italia de Mussolini. El eventual y acaso inexistente lector que se interese por la cacería de jefes ustashas que practicó Yugoslavia puede consultar esta nota del portal.
(3) Este militar, luego ardiente partidario del nazismo, es conocido por haber afirmado lo siguiente en 1919: "como el judío, el armenio fuera de su patria es como un parásito, absorbiendo el bienestar del país en el que se establece. Esto también da como resultado el odio que se ha dirigido hacia él de forma medieval como pueblo no deseado, y ha llevado a su asesinato".
(4) La novela gráfica La casa dorada de Samarcanda, de Ugo Pratt, tiene a su legendario personaje Corto Maltés atravesando el Asia en 1922 en busca del (ficcional) tesoro de Alejandro Magno, y en su viaje se cruza con Enver Pashá, uno de esos personajes que parecen más propios del arte que de la realidad. La casa del título es una cárcel donde está preso el gran amigo y enemigo de Corto, Rasputín, a quien se propone rescatar y reclutar para su dificilísma empresa. Lo que sucede cuando hallan el tesoro hace recordar inmediatamente a una escena similar en Indiana Jones y la Última Cruzada, sólo que la novela de Pratt es anterior en varios años. Piedra libre, señor Spielberg. Hay una versión animada y doblada al castellano que se puede ver aquí.
(5) Shakir y Enver Pashá quisieron hacer el viaje de Berlín a Moscú en avión, pero decir que fue un viaje accidentado es casi un eufemismo. El transporte se estrelló en las afueras de Kaunas, Lituania, y los viajeros tuvieron suerte de que nadie los reconociera. El avión de regreso a Berlín también se estrelló. Enver Pashá, que insistía con veleidades mesiánicas de llegar a Moscú desde el cielo, insistió en un tercer vuelo, que... se estrelló a poco de partir en una prueba. El que se suponía el vuelo definitivo contaba también con Djemal Pashá de pasajero pero, al oír ruidos extraños en el motor apenas partir, se le pidió al piloto que retornara inmediatamente: el avión colapsó apenas aterrizado. Shakir y Djemal se hartaron de los primitivos e inseguros aviones de hace un siglo y se unieron a un convoy de prisioneros rusos que retornaba a su tierra... por tierra. Enver Pashá se les unió después... viajando por tierra.