LOS ABUELOS DE LA INDEPENDENCIA HISPANOAMERICANA
El relato habitual del proceso de independencia argentino comienza con las Invasiones Inglesas de 1806-1807, unas vez apuradas en unas pocas líneas las referencias a sucesos como la rebelión de Túpac Amaru. Si bien esto no es incorrecto, puede crear la falsa sensación de que el dominio español de América permaneció incontestado hasta el derrumbe de su monarquía a partir de 1808, lo que no es real. Con la intención de despejar esta cuestión pero teniendo claro que el tema de este blog es otro, nos permitimos brindar un breve resumen de algunos antecedentes remotos del proceso de independencia de las naciones hispanoamericanas. Nos sentiremos contentos si con estas líneas despertamos el interés del lector para que, si es su deseo, continúe indagando por su cuenta. [Publicado originalmente en el blog Un Hornero.com].
Omitimos en este informe las rebeliones de los pueblos originarios (como,
por ejemplo, la de los calchaquíes del noroeste argentino de 1562, 1630-1643 y
1658-1665) por entenderlas una forma de resistencia a la colonización española,
más que un antecedente de la independencia. Sin embargo, no cabe subestimar la
importancia de su recuerdo, sobre todo en áreas donde la población aborigen era
muy numerosa, como México o Perú.
* El primer antecedente que vamos a citar es el de la rebelión
de los Comuneros de Castilla entre 1520 y 1522, pero que el amigo lector no
se sorprenda: sólo lo hacemos para destacar que algunas ideas que resultaron
importantes a partir de los sucesos de Bayona de 1808 estaban en circulación
desde mucho tiempo antes. En 1520, un documento redactado por
frailes de
Salamanca afirmaba, entre otros puntos, que “en el caso de que
el rey no tuviera en cuenta a sus súbditos, las Comunidades deberían defender
los intereses del reino” (1). Los Comuneros, además, rechazaban al rey Carlos I pero se cuidaban de legitimar sus reclamos
reivindicando a otro personaje de sangre real, Juana La Loca, madre de Carlos (cuya
conocida incapacidad se reputaba momentánea).
(Imagen de la derecha: retrato ecuestre de Carlos I de España y V de Alemania, pintado por Tiziano).
* El segundo antecedente ya tiene que ver con las tierras americanas,
aunque en la época de la conquista: ante la muerte del Primer Adelantado del Río
de
la Plata
,
Pedro de Mendoza,
la Real
Cédula
del 12 de setiembre de 1537
establecía que, en caso de muerte de su sucesor Juan de
Ayolas, la autoridad legítima pasaba a
ser aquella que fuera designada por el voto de los habitantes. Este
antecedente fue utilizado por Domingo Martínez de Irala en 1544 para desconocer
al Adelantado Álvar Núñez Cabeza de Vaca, y tendría
su importancia más adelante.
* El tercer antecedente involucra un conflicto entre el gobernador del
Paraguay Diego de los Reyes Balmaceda y el Cabildo de Asunción en 1717: el
sustrato económico del mismo es la competencia entre las producciones de las
misiones jesuíticas (apoyadas por el gobernador) y las de los agricultores
criollos. Ante el enfrentamiento,
la Audiencia
de Charcas envió a investigarlo al
criollo panameño José de Antequera y Castro en 1721. Antequera aprobó los
cargos de arbitrariedad contra el gobernador, y depuesto éste, fue designado
sucesor por los autodenominados “comuneros”. (Es importante destacar que el
término fue elegido siguiendo el ejemplo del movimiento castellano de 1520, lo
que indica una continuidad histórica). Envalentonados, éstos enfrentaron a los
jesuitas, que a su vez recurrieron al Virrey del Perú. Cuando el Virrey designó
un nuevo gobernador, Antequera decidió desconocerlo. En 1724, el gobernador de
Buenos Aires (y fundador de Montevideo) Bruno Mauricio de Zabala ocupó Asunción y puso en fuga a Antequera, que fue detenido en
La Plata
(hoy Sucre) y enviado
a Lima, donde fue ejecutado en 1731.
Mientras Antequera estuvo preso en Lima, fue
compañero de celda de Fernando de Mompox de Zavas, a quien impresionó vivamente con el relato de su
historia. Mompox huyó de la cárcel y reorganizó a los
comuneros de Asunción. En 1730 destituyó al gobernador y constituyó una junta
gubernativa siguiendo el principio de los jesuitas Suárez y Mariana: “la autoridad común es superior a la del
mismo rey”. Pero los comuneros volvieron a ser aplastados por un ejército
conducido por Zabala en 1735. Éste además declaró nula la vieja Cédula de 1537,
por no estar incluida en
la Recopilación
de 1680.
* Pasamos ahora a la llamada Guerra Guaranítica de 1754-56. El Tratado de
Madrid de 1750 cedía a Portugal las prósperas Misiones Orientales, a cambio de
Colonia del Sacramento. Cuando entre marzo y abril de 1752 llegó a las Misiones
la noticia de que se debía abandonar la tierra o reconocer a los portugueses
como señores, los guaraníes se declararon en rebeldía, contando además con el
apoyo de charrúas, guenoas y minuanes.
Ante esta situación, el rey Fernando VI ordenó en 1754 al gobernador de Buenos
Aires, José de Andonaegui, que tomara los siete
pueblos de las Misiones por la fuerza y los entregara a Portugal. Un primer
intento de Andonaegui y de un ejército portugués fue
rechazado, pero en diciembre de 1755 los españoles y portugueses unieron
fuerzas para derrotar a la guerra de guerrillas liderada por el jefe José Sepé Tiarayú. La victoria de los
colonizadores en el Cerro Caibaté el 10 de febrero de
1756 marcó el comienzo del fin de la resistencia, que cesó en mayo de ese año.
Por una triste ironía de la historia, el rey Carlos III logró anular el
malhadado Tratado de Madrid en 1761, debido a que los portugueses no habían
cumplido con la cesión de Colonia. En 1763, el Tratado de París hizo retornar
todo a fojas cero: pero para entonces, el territorio de las Misiones estaba en
ruinas. Los portugueses serían expulsados de Colonia sólo en 1777; los
jesuitas, acusados de instigadores de la rebelión, fueron expulsados de los
dominios portugueses en 1758 y de los españoles en 1767.
* Los siguientes antecedentes serían imposibles de entender sin una
referencia a las reformas que Carlos III adoptó a partir de 1759. Las mismas procuraban aumentar la recaudación impositiva en beneficio de
la Corona
, reducir el poder de
las elites locales y aumentar el control directo de la burocracia imperial
sobre la vida económica americana. El éxito de las reformas fue
contraproducente, más allá del aumento de la recaudación: el descontento generado entre las elites criollas locales contribuyó
notablemente a crear las condiciones necesarias para el proceso de
emancipación.
Nótese la concurrencia temporal de
los sucesos que detallaremos a continuación, nótese también que son anteriores a
la Revolución Francesa
y contemporáneos de
la Revolución Norteamericana
y, por último, nótese el importante papel de miembros de
la proscripta orden de los jesuitas, por entonces recién expulsada de América
por las autoridades españolas y portuguesas.
* Quien luego fuera conocido como Túpac Amaru, José Gabriel Condorcanqui, era un adinerado comerciante mestizo,
descendiente directo de los últimos emperadores incas. Discípulo de los
jesuitas en la Universidad de Cuzco, había sido compañero de Juan Pablo Vizcardo (de quien luego hablaremos). Era un gran lector de
la Biblia
,
los Comentarios Reales de Garcilaso de
la Vega
, las Siete Partidas de
Alfonso el Sabio, y conocía las obras de Voltaire y Rousseau.
En 1777 llegó a Lima el Visitador José Antonio de Areche,
con la misión de aumentar las rentas de
la Corona
y sanear la administración pública. El
Visitador incrementó las alcabalas (un impuesto a las ventas), creó las aduanas
terrestres y empadronó a los mestizos para que pagaran tributo como los indios.
Sus maneras autoritarias y su menosprecio por los funcionarios criollos le
valieron graves enfrentamientos con el Virrey Manuel de Guirior,
a quien hizo destituir en 1780.
Por ese entonces, Condorcanqui comenzó a
protestar contra las prebendas exigidas por las autoridades, contra el abusivo
régimen impositivo, contra el trabajo de los indios en las minas y por el
reconocimiento oficial de su linaje real. Cansado de ser ignorado, se declaró
en rebeldía el 4 de marzo de 1780. Al comienzo, reconoció la autoridad de
la Corona
, ya que Túpac Amaru
afirmó que su intención no era ir en contra del rey sino en contra del “mal
gobierno” de los corregidores. Pero su rebelión terminaría radicalizándose,
llegando a convertirse en un movimiento independentista el 4 de noviembre del
año antedicho, cuando se proclamó el Inca Rey Túpac Amaru. Tras mandar ahorcar
al corregidor Antonio Arriaga, anunciar la abolición
de las aduanas internas y los impuestos impopulares y, por primera vez en
América, decretar la abolición de la esclavitud de los negros, derrotó en Sangarará a un ejército de 1200 soldados españoles. Cuando
Cuzco estaba a su merced, Túpac Amaru cometió el error de llevar la lucha al
Alto Perú: los virreyes de Lima y Buenos Aires enviaron a sus ejércitos contra
él, siendo capturado y ejecutado con indecible crueldad el 18 de mayo de 1781,
tras ser obligado a presenciar el martirio de sus amigos, esposa e hijos. Su
primo Diego Cristóbal Túpac Amaru tomó entonces el liderazgo de la
insurrección, hasta ser capturado y ejecutado en 1783.
Uno de sus hermanos menores, Juan Bautista, sería enviado a una prisión
africana, donde languidecería hasta 1823, cuando fue liberado y embarcado hacia
Buenos Aires. (Allí moriría en 1827). Juan
Bautista Túpac Amaru fue el monarca con el que Belgrano, San Martín, Güemes y
Laprida soñaban para encabezar la gran nación sudamericana que debía nacer en
julio de 1816.
* Mientras Estados Unidos luchaba por su independencia
y Perú ardía por la sublevación de Túpac Amaru, el 1º de enero de 1781 se
descubría por casualidad en Chile la llamada Conspiración de los Tres Antonios. Sus líderes, los franceses Antoine Berney y Antoine Gramusset y el criollo José Antonio de Rojas, planeaban
establecer una república independiente, dotada de un gobierno colegiado elegido
por el pueblo. También se proponían el reconocimiento de derechos políticos a
los pueblos originarios, la abolición de la esclavitud y la pena de muerte y la
redistribución de la posesión de la tierra. Tras ser detenidos, los tres
conspiradores fueron enviados a España: ambos franceses morirían como
consecuencia de un naufragio, mientras Rojas salvaría su vida gracias a la
encumbrada posición social de su familia. Con el tiempo, Rojas logró retornar a
Chile, volviendo a ser arrestado en 1809: el descontento que causó este hecho
contribuyó a acelerar el proceso definitivo de la independencia chilena. Murió
en 1816.
* Pocos meses después del levantamiento de Túpac
Amaru, se produjo otra protesta masiva contra el régimen fiscal colonial, esta
vez en Nueva Granada (la actual Colombia). El 16 de marzo de 1781, Manuela Beltrán se alzó en Socorro en protesta contra los
impuestos y contra el Visitador Juan Francisco Gutiérrez de Piñeres,
rompiendo en pedazos los edictos oficiales al grito de “viva el Rey y muera el mal gobierno”. El malestar comenzó en las
clases populares, pero pronto se le unieron pequeños agricultores y
comerciantes, de donde
saldrían los líderes de la revuelta, como Juan Francisco
de Berbeo, Salvador Plata, Antonio Monsalve y
Francisco Rosillo. Éstos constituyeron la junta llamada “del Común”, de donde
les vino el nombre de “comuneros”. Cuando se adhirió a la protesta Ambrosio
Pisco, un cacique de buena posición económica, se sumó a las demandas la
devolución de tierras a los pueblos originarios. Cuando los comuneros llegaron
a reunir 20 mil personas en marcha hacia Santafé de Bogotá, el Visitador huyó a Cartagena.
Entonces el Virrey Manuel Antonio Flores envió a una comisión de funcionarios a
negociar en El Mortiño, que aceptó gran parte de los reclamos: se rebajaban
unos impuestos, se suprimían otros, se convenía en dar preferencia a los
americanos sobre los españoles para algunos cargos oficiales, se acordaba un
perdón oficial a los comuneros. La negociación finalizó con un juramento ante
los Evangelios y una misa solemne presidida por el Arzobispo Antonio Caballero
y Góngora, quien procedió a convencer a los insurrectos de marchar a sus
hogares.
Pero pronto el Virrey desconoció las capitulaciones, bajo el argumento de que habían sido firmadas bajo amenaza. Un grupo de comuneros, liderado por José Antonio Galán (imagen de la derecha), volvió a levantarse, pero esta vez, para horror de los pequeños comerciantes y hacendados criollos, las reivindicaciones se habían radicalizado: incluían la abolición de la esclavitud y la servidumbre y la destrucción de todo instrumento de tortura. Galán fue apresado en octubre de 1781: se le condenó a la pena de muerte y al desmembramiento de su cadáver, se declaró infame su descendencia y se le confiscaron sus bienes. Otros dirigentes de la protesta terminarían ejecutados o desterrados a Panamá o al África.
* Entre los precursores olvidados de la independencia hispanoamericana
figura el jesuita argentino Juan José Godoy, nacido en 1728 en el seno de una
familia criolla de Mendoza. Tras la expulsión de los jesuitas en 1767, Godoy
permaneció un tiempo escondido, pero terminaría siendo deportado a Italia en
1769. A
partir de ese
momento se haría partidario de la independencia de un estado que abarcaría
Perú, Chile, Tucumán y
la
Patagonia. En
esa misma década de 1780 en la que Túpac Amaru
se levantó, Godoy viajó a Londres y a
EE. UU. para buscar apoyos para sus planes. Las
autoridades españolas lograron detenerlo gracias a un ardid, y Godoy moriría
oscuramente en una prisión de Cádiz hacia 1787.
* En 1783, nada menos que uno de los principales
ministros del rey Carlos III y su embajador ante Francia, el conde de Aranda,
reflexionaba acerca del destino de América con posterioridad al surgimiento de
los Estados Unidos con estas clarividentes palabras: “esta
república federal nació pigmea, por decirlo así y ha necesitado del apoyo y
fuerza de dos Estados tan poderosos como España y Francia para conseguir su
independencia. Llegará un día en que crezca y se torne gigante, y aun coloso
temible en aquellas regiones. Entonces olvidará los beneficios que ha recibido
de las dos potencias, y sólo pensará en su engrandecimiento... El primer paso
de esta potencia será apoderarse de las Floridas a fin de dominar el golfo de
México. Después de molestarnos así y nuestras relaciones con
la Nueva España
,
aspirará a la conquista de este vasto imperio, que no podremos defender contra una potencia formidable establecida en el
mismo continente y vecina suya”. Además, afirmaba que “jamás han podido conservarse por mucho tiempo posesiones tan vastas
colocadas a tan gran distancia de la metrópoli. A esta causa, general a
todas las colonias, hay que agregar otras especiales a las españolas, a saber:
la dificultad de enviar los socorros necesarios; las vejaciones de algunos
gobernadores para con sus desgraciados habitantes; la distancia que los separa
de la autoridad suprema, lo cual es causa de que a veces trascurran años sin
que se atienda a sus reclamaciones... los medios que los virreyes y
gobernadores, como españoles, no pueden dejar de tener para obtener
manifestaciones favorables a España: circunstancias que reunidas todas no pueden menos de descontentar a los
habitantes de América moviéndolos a hacer esfuerzos a fin de conseguir la
independencia tan luego como la ocasión les sea propicia”.
A partir de este extraordinario diagnóstico escrito casi treinta años antes de las guerras de
la independencia, el funcionario propuso al rey que se desprendiera "de todas las posesiones del continente de América,
quedándose únicamente con las islas de Cuba y Puerto Rico en la parte
septentrional y algunas que más convengan en la meridional, con el fin de
que ellas sirvan de escala o depósito para el comercio español. Para verificar
este vasto pensamiento de un modo conveniente a
la España
se deben colocar tres infantes en América: el uno de Rey de México, el
otro de Perú y el otro de lo restante de Tierra Firme, tomando VM el título de
Emperador (…)”. Ténganse en cuenta
estas ideas (esgrimidas, repito, por uno de los más importantes hombres de
estado de la época) cuando se analicen tanto el proyecto de regencia de
la Infanta
Carlota
como los
diversos ensayos monárquicos de las primeras décadas de vida independiente de
las naciones hispanoamericanas. ("Premoniciones de
la Independencia de Iberoamérica”, Prisma histórico. Fundación MAPFRE- Tavera/ Doce calles/ SECIB. Madrid 2003. Un
resumen en la red, aquí).
* Otro jesuita que tendría un papel importante como precursor de nuestras
patrias es el peruano Juan Pablo Vizcardo y Guzmán,
nacido en 1748. Tras la expulsión de su orden, se refugió en Estados Papales,
donde se enteró del levantamiento de Túpac Amaru, el que sintió como un llamado
a la acción. En 1791 firmó una “Carta dirigida a los españoles americanos por
uno de sus compatriotas”, editada en Londres. En ella, resume los tres siglos
de coloniaje con cuatro palabras: “ingratitud,
injusticia, servidumbre y desolación”. Es el primer documento político que
plantea directamente la independencia total y la justifica con argumentos
convincentes, y fue muy importante para la evolución de las ideas de Francisco
de Miranda.
Cabe aclarar que
el papel de los jesuitas en los sucesos de 1810 fue irrelevante: sin embargo, y
como hemos visto, muchos miembros de la orden fueron muy importantes en la
difusión de las ideas que prepararon el camino para la independencia, además de
haber tenido el mérito de mantener vivas las ideas de libertad e independencia en tiempos difíciles, a la espera
de que éstos fueran más propicios.
Para 1809, la hora estaba próxima. El 25 de mayo de ese año se levantaría Chuquisaca; el 16 de julio,
La Paz; el 10 de agosto, Quito.
Todas estas experiencias juntistas fueron prematuras
y terminarían aplastadas, pero como dijera uno de los líderes de la
insurrección de
La Paz, Pedro Domingo Murillo, ejecutado el 29 de enero de 1810, “yo muero, pero la tea que he encendido no se apagará jamás”.
Sería cuestión de esperar unos pocos meses más.
NOTAS
(1) La noción de que la soberanía
recaía en el conjunto de la comunidad y de que ésta podía deponer a un
gobernante si éste no defendía el bien común había sido trabajada
pacientemente a lo largo de
la Baja
Edad
Media y
la Edad
Moderna
por, entre otros, Santo Tomás de Aquino en la “Summa theologica” (1265-72), Marsilio de Padua en “Defensor Pacis” (1324), el jesuita manchego Juan de Mariana en “De rege et regis institutione” (1599) y el jesuita
andaluz Francisco Suárez en “Tractatus de legibus ac deo legislatore” (1612)