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Cine Braille

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Todos estos momentos se perderán en el tiempo como lágrimas en la lluvia

SEIS GRADOS DE SEPARACIÓN: EL FANTASMA DEL DESCENSO RECORRE EL MUNDO

Aguantaron todo lo que pudieron: veinte fechas de un torneo con insólitos, inéditos veintiocho equipos. La Asociación del Fútbol Argentino, AFA, eliminó un cupo de descenso en plena competencia y ahora son sólo dos. O son dos al menos hasta que, en el entretiempo de la última fecha de la futura Copa de la Liga, se anule alguno más, o los dos, o se ascienda por úkase a los cinco, seis, catorce mejores del certamen de Primera Nacional. El Cheque Tapia sigue el camino del inolvidable Julio Grondona, aquel viejo líder de quien la dirigencia actual heredó todos los defectos y ni una sola de las virtudes. El Cheque Tapia, como antes Grondona, saca la chapa de éxitos internacionales indiscutibles como salvoconducto para que le dejen hacer cualquier cosa. E incluso, como Don Julio, hace trascender que "estaba en contra".

 

Esto último merece ser recordado. Cuando Mauricio Macri era presidente de Boca y su sueño de una carrera política era un secreto que conocían apenas unos módicos millones de personas, hizo su primer intento por abrirle el fútbol argentino a las sociedades anónimas, un negocio nacido para lavar capitales y lavar caras de fulanos impresentables, y que lo digan sino los cárteles mexicanos o los oligarcas rusos, o los emires qataríes o sauditas y sus ejércitos de Locos de la Motosierra. (O el propio Macri). Don Julio le dijo en privado estar de acuerdo, lo alentó a presentar el proyecto ante el Comité Ejecutivo de la AFA... y operó en secreto para que fracasara. Obviamente, Macri perdió la votación, feísimo. Apenas conocido el inapelable resultado, Don Julio se le acercó y le dijo, compungido, "qué le vamos a hacer, Mauricio, perdimos".
Los grandes barones del deporte no tienen nada que aprender de los líderes políticos, más bien todo lo contrario. João Havelange sobrevivió a la dictadura brasileña que lo apalancó, como Juan Antonio Samaranch al régimen de Francisco Franco, y hay que sobrevivir a una dictadura que perduró cuarenta años. El reciente fallecido Silvio Berlusconi, a quien Dios tenga en Su Santa Gloria y nunca suelte, aprendió en el Milan las mañas que le sirvieron para ser primer ministro de Italia. Otro incombustible, Don King, el célebre representante de boxeadores, que todavía vive, declaró una vez "yo sobreviví a cien escándalos, querido. Nixon, que era un estadista, el presidente de los Estados Unidos, no aguantó ni siquiera el primer juicio". Y quien expulsó al macrismo de Boca no fue Roberto Digón, ni Carlos Heller, ni Víctor Santa María, todos dirigentes políticos: fue Juan Román Riquelme. (Bah, en realidad Marcelo Gallardo).
Si no recuerdo mal, Grondona se corrompió de grande: durante los años ochenta nadie lo vinculaba a negocios turbios. Además los descensos se respetaban, los campeonatos se disputaban a dos rondas con veinte equipos desde 1982, participaban de la Primera División instituciones barriales como Deportivo Armenio o Deportivo Italiano o de provincias periféricas como Deportivo Mandiyú de Corrientes o Chaco For Ever, y descendían potencias históricas como Huracán o Rosario Central, por no decir San Lorenzo de Almagro. A Grondona lo corrompió el desembarco en Argentina del negocio de la transmisión del fútbol vía la TV por cable, inaugurada a mediados de 1991 con un recordado River Plate 2 Rosario Central 1 un viernes a la noche, aquel del regreso de Ramón Díaz, que falló un penal pero luego dio vuelta el resultado en cinco minutos. Torneos y Competencias, una idea de Carlos Ávila. En sociedad con el Grupo Clarín: o sea que también la razón de que Grondona se corrompiese la podemos buscar en Magnetto.
Y en eso que llamamos, y no es sólo una precisión temporal, la década del noventa, que no sólo en Argentina fue un festival de negocios a veces limpios. Qué creen que pasaba en España con Felipillo González: palabras clave Filesa, Luis Roldán, terrenos de SEAT en el Paseo de la Castellana, comisiones del Rey Don Juan Carlos, él siempre tan campechano. O en Italia antes de la Operación Mani Pulite... y después también. Porque en los noventa ya no había más cuco al que temer, ningunas formas que respetar en los negocios privados con bienes públicos. El bloque soviético y hasta la propia URSS se habían desintegrado, los empresarios y los líderes políticos conservadores y socialistas ya no tenían de qué cuidarse, y los muy rápidamente ex comunistas no se querían perder la fiesta, ahora que sus ideales había ido a parar al basurero de la Historia. Un caso paradigmático, para quien quiera conocer sus entresijos y lados oscuros, es la venta al conglomerado ELF Aquitaine de la refinería Leuna, una empresa estatal del extinto protectorado soviético de Alemania Oriental, negociada entre el primer ministro de la Alemania reunificada Helmut Kohl y el presidente francés François Mitterand, que acabó con decenas de millones de euros en las cuentas suizas del partido de Kohl. Y que a la larga dio origen a la carrera de Angela Merkel, porque el escándalo envió a Kohl, por cierto un estadista, a compartir con la Unión Soviética un destino triste, solitario y final.
Muchos en el mundo podrían decir que la vida era mejor cuando existía el bloque soviético para contrapesar el poderío de Estados Unidos, opinión que ciertamente no compartirían quienes vivían en las naciones del bloque soviético. ¡Vaya uno a decirle a un checo o un lituano que el mundo era mejor cuando existía la Unión Soviética! Un ruso muy probablemente coincidiría, pero sólo porque su nación tiene ínfulas de imperio desde los remotos días de Iván el Terrible: pasó de pelear hasta el final la carrera hacia la Luna con los Estados Unidos a empantanarse en una guerra que no puede ganar, pero menos aún perder, con la mera Ucrania.
Por no hablar de que a Polonio Putin se le sublevó el Grupo Wagner ¡un ejército de mercenarios! ¡Ni que estuviéramos en 1523 y los regimientos suizos se hubieran negado a pelear por una ciudad italiana cualquiera si no aparecía el oro! Sí, la casa está en orden. Sí, los veteranos, héroes de Malv... de Chechenia o Georgia. Sí, claro, Rusia tiene el único arsenal del mundo que puede vaporizar a los Estados Unidos, convertir Europa en un páramo a escala continental, disipar en el aire los átomos que componen la anciana humanidad de Joe Biden. Pero en estos dos últimos años ha demostrado que, como gran potencia mundial, está en zona de descenso directo. Al menos cuenta con el voto de China cuando se discuta si, por esta temporada, hacemos una excepción más y los anulamos.