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MUNDOS-IN-MUNDOS

La inteligencia humana no sólo se apasiona por entender el mundo en el que vivimos, sino que también se apasiona por vislumbrar mundos en los que no vivimos ni viviremos nunca. Sea esto sólo un inesperado efecto colateral de poseer una mente inteligente, sea una manera de aprender de nuestro mundo por vía del contraste, la literatura y las artes audiovisuales se han ocupado varias veces de estos mundos imposibles. Con ustedes un repaso de lo que se da en llamar “ficción especulativa”. (La versión original de esta nota fue publicada en Televicio Webzine en noviembre de 2009).

“Hay otros mundos, pero están en éste” (Paul Eluard).

APROXIMACIÓN AL CONCEPTO

La definición de un género o subgénero literario o cinematográfico es siempre una cuestión complicada, y más aún si se la aborda desde una perspectiva estática. Para el caso de la ciencia ficción (en adelante CF) es de rigor invocar el auxilio de una vieja obra que no ha sido superada, “El sentido de la ciencia ficción” de Pablo Capanna (Editorial Columba, Buenos Aires 1966) que analiza el problema en profundidad, y que comienza recordando que “cada autor y aún cada obra son un mundo con leyes propias”. Es por eso mismo que hablamos de “aproximación”: las definiciones son necesarias, pero la historia de la narrativa abunda en obras que redefinieron lascategorías o aún se burlaron de ellas. En ese sentido, hoy podemos decir que la ficción especulativa es un género en el que los autores, en muy diversas maneras, se valen del cuento o la novela para imaginar una realidad muy diferente a la nuestra en aspectos muy profundos. La ficción especulativa es un concepto muy amplio, que intenta englobar a subgéneros tan diferentes como la CF, la literatura fantástica, la fantasía heroica, el terror, la literatura de superhéroes, la ficción utópica y distópica, la ficción apocalíptica y posapocalítica y la historia alternativa.

El primer uso conocido del mismo se registra en una revista de 1889, Lippincott's Monthly Magazine, que lo emplea para describir la obra Looking Backward: 2000–1887 de Edward Bellamy. En 1947, Robert A. Heinlein lo empleó como sinónimo de CF; posteriormente aclaró que no pensaba que la literatura fantástica fuera parte de él. El uso del concepto “ficción especulativa” como modo de desmarcarse de CF se popularizó hacia 1970, por obra de Judith Merril y otros autores de la Nueva Ola Inglesa. Al poco tiempo fue olvidado, pero hacia 2000 experimentó una revalorización. Algunos de los movimientos que se ampararon bajo el hospitalario paraguas del género son los siguientes:

CYBERPUNK

Lawrence Pearson definió a los personajes de las historias identificadas con este subgénero como seres solitarios y alienados que sobreviven en los márgenes de una sociedad pesadillesca, en la que la vida diaria está caracterizada por rápidos cambios tecnológicos (que incluso afectan al propio cuerpo humano) y una ubicua infosfera (“datasphere”). El término nació en 1980, cuando el escritor norteamericano Bruce Bethke publicó un cuento con ese título, proponiéndolo para denominar a un movimiento de autores juveniles influidos tanto por la subcultura punk como por el mundo de la informática. Entre los autores usualmente asociados al cyberpunk están William Gibson y Bruce Sterling (los más populares en español). Uno de los ejemplos más logrados del subgénero es una serie de TV de fines de los ’80, “Max Headroom”, que sucedía en un futuro del que nos separaban… veinte minutos. (Aquí, vínculo a la página oficial – en inglés).

En años recientes, algunos autores han abandonado la visión distópica, concentrándose en retratar los cambios positivos que la tecnología aportará a la vida de todos los días, en especial para el placer y el disfrute del tiempo libre.

Si en los ’80 la frontera tecnológica pasaba por la informática y ello dio sustento al cyberpunk, no debería extrañarnos que en los ’90, cuando la biotecnología dio un salto cuántico hacia adelante, apareciera un subgénero relacionado, el biopunk. Éste usualmente describe la lucha de grupos o individuos, a menudo resultantes de experimentaciones con ADN humano, contra gobiernos totalitarios o megacorporaciones que emplean la biotecnología como la herramienta definitiva de control social. (Puede decirse que “Blade Runner”, recordado filme de Ridley Scott al que nos referiremos más adelante, es un remoto precedente del subgénero).

STEAMPUNK

Si el cyberpunk nació de las contradicciones sociales exacerbadas por las tecnologías en auge a fines del siglo XX, no tardó en derivar de él un subgénero muy original, que extrapolaba sus temáticas a la era victoriana: el llamado steampunk (“steam” por vapor, la tecnología predominante a mediados del siglo XIX, y “punk” como raíz común con el cyberpunk). El término fue inventado, un poco en broma, en 1987, pero William Gibson y Bruce Sterling lo dotaron de respetabilidad literaria en 1991, cuando escribieron en colaboración la novela “The Difference Engine” (“la máquina diferencial”), en la cual el mundo del siglo XIX se ve revolucionado cuando el matemático Charles Babbage logra culminar con éxito sus planes de una máquina de vapor que pueda computar y analizar datos, produciendo un impacto comparable al que las computadoras electrónicas produjeron en el siglo XX. Este cambio tecnológico no sólo altera la vida de todos los días sino que tiene proyecciones geopolíticas de largo alcance: el Imperio Británico ha alcanzado una hegemonía global aún superior a la lograda en la realidad en tiempos de la Reina Victoria, e incluso ha logrado desmembrar a su rival más formidable, los Estados Unidos. (Así, por ejemplo, existen los Estados Confederados, las repúblicas de Texas y California y la Comuna de Manhattan, mientras que Alaska permanece, como antes de 1867, bajo soberanía rusa, y el Canadá británico abarca también varios estados hoy pertenecientes a su vecino meridional). Otra obra famosa es la serie de comicsThe League of Extraordinary Gentlemen” (“ La Liga Extraordinaria”) de Alan Moore y Kevin O'Neill, comenzada en 1999 y llevada al cine en 2003. Un maravilloso cortometraje australiano de 2005, "The Mysterious Geographic Explorations of Jasper Morello”, también juega con la estética del steampunk, aunque en la trama también hay matices de literatura fantástica (un mundo de islas volantes) y de terror (un monstruo caníbal).  

El subgénero también ha sido llamado neovictorianismo dado que adopta estéticas herederas de la era victoriana. Los diseños tienden a basarse en materiales populares en la época (bronce, hierro, madera) así como en los estilos de decoración en boga en aquellos años.

DIESELPUNK

Una vez sentado el precedente del steampunk, era esperable que le siguieran juegos narrativos similares. Uno de ellos es el llamado dieselpunk, inspirado en el imaginario de los seriales cinematográficos y las revistas populares de los años ’20, ’30 y ‘40 del siglo XX y basado, ya no en la tecnología del vapor, sino en la del motor diesel, así como en la visión tecnocrática de la época: en síntesis, el mundo del filme mudo alemán “Metrópolis” de 1927. Los temas son usualmente los del cyberpunk, con ambientaciones herederas del film noir de los ’30 y ’40. “Sky Captain and the world of tomorrow” (Kerry Conran, 2004) es la película prototípica del subgénero, por lo general difícil de distinguir del siguiente, si es que no es una línea del mismo.

RETROFUTURISMO

El término fue acuñado por Lloyd Dunn en 1983, y al comienzo hacía referencia a un estilo de diseño basado en el concepto que la CF y la literatura de anticipación de los años ’20 a ’50 del siglo XX tenían del mundo que hoy habitamos (que para ellos era el futuro… Como cantaban Los Redonditos de Ricota, parece que el futuro llegó hace rato). Un ejemplo es la ya citada “Sky Captain”, ambientada en un año 1939 en el que pistolas de rayos, robots y cohetes coexisten con gigantescos y coloridos edificios art-deco, automóviles de líneas aerodinámicas o cazabombarderos típicos de la Segunda Guerra Mundial. Otro es “The rocketeer”, memorable fracaso de taquilla de 1991, pero las obras más logradas datan (nada paradójicamente) del pasado previo a la aparición del retrofuturismo, a comienzos de la década del ’80. Una es un cuento de William Gibson (“The Gernsback Continuum”, 1981) que ya desde el título nos advierte de una condición intertextual que es señal de identidad de todos estos experimentos literarios: Hugo Gernsback es uno de los nombres capitales de los orígenes de la CF. (Dicho sea de paso, el relato tiene algún punto de contacto con “Tlön, Uqbar, Orbis Tertius” de Jorge Luis Borges, y también puede ser leído como un cuento fantástico).

La otra es uno de los grandes filmes de CF de todos los tiempos, el citado “Blade Runner” de Ridley Scott (1982). Si bien está ambientado en Los Ángeles en un noviembre de 2019 que, por cierto ¡se nos viene encima! y su trama, como hemos dicho, parece más afín al biopunk, el diseño de arte recoge notables influencias del film noir de los ’30 y ’40 (¿en el fondo no es un policial negro, sólo que ambientado en el futuro?): esos exteriores nocturnos brumosos o lluviosos, esos edificios art-deco, esos vestidos y ese peinado de una (bellísima) Sean Young / Rachel, ese traje del detective Rick Deckard / Harrison Ford mucho más afín al de Marlowe / Bogart en “El halcón maltés” que al de Buck Rogers… 

¿FINAL?

Visto que, repito, “la ficción especulativa es un género en el que los autores, en muy diversas maneras, se valen del cuento o la novela para imaginar una realidad muy diferente a la nuestra en aspectos muy profundos”; visto que en Estados Unidos se evoca el imaginario de la era victoriana, el Hollywood de los años ’30 o la CF popular de los años ’40, uno se plantea, desde el sur del sur, qué tipo de lectura creativa de estos subgéneros podríamos hacer por estas playas. Se me ocurre que los argentinos tenemos a disposición un momento de nuestro pasado con el que podemos jugar (y, de paso, reflexionar): me refiero a una ficción especulativa que tome por punto de partida los sueños truncos de la Argentina de los ’40 a ’60 y, muy especialmente, de la Argentina del primer peronismo. Digamos, un género cuyo nombre provisorio podría ser el de“pochopunk”. (Si tienen una idea mejor para el nombre, la acepto gustoso).

El lector escéptico podría argumentar que los desarrollos tecnológicos de los años ’50 (digamos el caza a reacción Pulqui) eran bastante embrionarios, y que la modesta base económica de la nación haría que esos desarrollos no pudieran superar ese estadio primitivo. También podría afirmar que ese proyecto de país dejaba demasiados aspectos libres a la improvisación, además de que no incluía a buena parte de la clase media ni a importantes círculos intelectuales y empresarios. Otro lector podría decir que era improbable que Estados Unidos tolerara una competencia directa en su propio hemisferio, o que los factores de poder jamás hubieran dejado de conspirar contra Perón. Más allá de que todas estas objeciones son fundadas y que las comparto en mayor o menor medida, aquí nos planteamos otra cosa. Suponemos que tanto el peronismo como el antiperonismo encontraron un laborioso camino de convivencia. Que Perón tuvo tiempo para atacar los problemas de falta de inversiones en el sector petrolero y pudo superar el cuello de botella energético y (vía importaciones crecientes) financiero. Que el país encontró una manera de implementar las innovaciones más inteligentes del frondicismo (el apoyo a la industria pesada, al plan nuclear, al INTA, al sistema universitario). Que la apertura exportadora que se insinuó en el tercer gobierno de Perón se produjo al menos una década antes y fue mucho más profunda. Que los ecos de la Guerra Fría que ensangrentaron el subcontinente durante los ’60 y ’70 no afectaron decisivamente ni el avance del proyecto nacional ni la existencia de un sistema democrático. Que la muerte de Perón en los ’70 y el crédito externo ofrecido a tasas irrisorias a fines de esa década no supusieron un freno definitivo al avance del país. Que el abandono del modelo económico de posguerra durante los ’80 y ’90 fue mucho menos traumático y estuvo conducido por una clase dirigente con mayor conciencia nacional. Que durante los ’90 no se rifaron ni el desarrollo nuclear ni el espacial. ¿Esta enumeración revela la gran cantidad de errores y horrores cometidos en los últimos cincuenta o sesenta años? Ése es uno de los objetivos de estas líneas. ¿Es mucho soñar? Seguro, pero es que se trata de eso.

(¿Existen relatos que hayan jugado con estas ideas? Yo los desconozco, pero la CF argentina es para mí un vasto océano de ignorancia con aislados atolones de conocimiento. Si estoy omitiendo algún esfuerzo en ese sentido, pido disculpas por anticipado).

Si quieren lo moderamos un poco: por más atractiva que sea, la idea de un alunizaje de un módulo de descenso argentino parece más allá de las posibilidades del país, aún con los supuestos más optimistas. (Tengamos en cuenta que semejante proeza sólo ha podido ser alcanzada por una sola nación, y que por cierto hace 37 años que no lo vuelve a intentar). Supongamos que, siguiendo el ejemplo de la Unión Soviética y Estados Unidos en los años ’60 y de China en 2003, una cápsula espacial argentina, tripulada por un astronauta argentino, abandonara la atmósfera terrestre, orbitara el planeta y retornara sin problemas el 17 de octubre de 2009. ¿Cómo sería la Argentina que hizo posible semejante hazaña? De eso nos vamos a ocupar en una próxima nota.

 

NOTA

“Mundos-in-mundos” es una canción con letra de Miguel Abuelo y música de Cachorro López, editada en el disco “Vasos y besos” (1983) de la banda argentina Los Abuelos de la Nada.

 

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