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CARLOS ESCUDÉ: RELIGIÓN Y "DESCONCIERTO MORAL"

Hace unos días accedí a un ensayo del conocido politólogo Carlos Escudé, convertido en 2008 al judaísmo con el nombre de Najmán ben Abraham Avinu. El ensayo se llama "El secreto de secretos", puede leerse haciendo clic aquí... y es sencillamente aterrador. Veamos porqué.

Gilbert Chesterton definía a un hereje como "un hombre cuya filosofía es sumamente sólida, sumamente coherente y sumamente infundada". Es muy sagaz el apunte de que la solidez y la coherencia de una posición no necesariamente guardan relación con su aptitud para describir la realidad. Como también dice Chesterton: "el hereje es un hombre que ama su verdad más que la verdad misma".  Y para concluir con el escritor inglés, esta reflexión que creo reveladora: las herejías surgen "gracias a una concentración indebida en torno a una verdad, o una verdad a medias. Así resulta verdad insistir en el conocimiento de Dios, pero es herético insistir con ello como lo hizo Calvino, a costa del amor de Dios; de esa manera, es verdad desear una vida sencilla, pero es una herejía desearla a expensas de los buenos sentimientos y de las buenas conductas".

La opinión de Chesterton sobre las herejías cristianas me parece del todo aplicable a un fenómeno típico de varias religiones, como es el del fundamentalismo. Nada más lejana a la realidad, y más desinformada, que la opinión muy popular en los medios de que el fundamentalismo es exclusivamente una corriente del pensamiento islámico, cuando en realidad hay también fundamentalismos cristianos, judíos y hasta hinduístas. Ser un fundamentalista es promover en forma intransigente la interpretación literal de un texto sagrado, que puede ser el Corán pero también la Biblia, abstrayéndose de incorporar al análisis los contextos históricos, filosóficos o culturales en los cuales se ha escrito dicho texto sagrado. [Que para el caso del Antiguo Testamento, varios de cuyos libros son compartidos por las respectivas tradiciones de judíos y cristianos, son los que se detallan aquí]. Y me temo que Escudé se ha convertido a una versión fundamentalista del judaísmo, y paso a transcribir algunos párrafos reveladores del texto antes mencionado.

"(...) Maimónides entendía que la Torá es obra de un solo Autor, y que éste no era tanto Moisés como el mismo Adonai ["el Señor", la aclaración es del autor de esta página]. Profundo conocedor del Texto Sagrado, el sabio medieval estaba tan consciente de sus contradicciones, inconsistencias y defectos como los actuales críticos científicos de la Biblia. Pero en vez de suponer que esos problemas derivan de que ésta fue redactada por diferentes personas en momentos diversos, dedujo que provienen de la intención  divina de desorientar al lector. De tal modo, quien no cumpliera con los requisitos necesarios para recibir Su Palabra, no la entendería". (Pág. 3). Como vemos, no admite Escudé la existencia de errores o contradicciones en los textos sagrados del judaísmo, considera que son sólo aparentes y fruto de una decisión consciente. Y no sólo eso: no admite su redacción por parte de seres humanos, sino que cree que el verdadero autor es Adonai. Esto es crucial para entender lo que sigue: de acuerdo con Escudé, quien lee el Antiguo Testamento lee un texto dictado palabra por palabra por la Divinidad.

(Derecha, Angelus Novus, de Paul Klee).

"Es verdad que, así como en el cristianismo hay mandamientos, en el judaísmo también está presente la promesa de redención, asociada a una eventual Era Mesiánica. Este es un rasgo antropocéntrico, porque la salvación es en beneficio del hombre. Pero en el aquí-y-ahora, lo central en el judaísmo es el cumplimiento de normas tan incomprensibles como las leyes del kashrut y shejitá, o la misma circuncisión obligatoria. No la fe en un Credo, sino la Ley Mosaica y sus 613 Mitzvot, son los hechos centrales de la vida judía". (Pág. 5). Otra idea importante: hay normas, cuyo cumplimiento es exigido al creyente, que el propio Escudé reconoce "incomprensibles", imposibles de entender por un ser humano.

"Esto que parece tan simple tiene consecuencias teológicas monumentales que comienzan a perfilarse cuando recordamos uno de los más estremecedores sacrificios exigidos por Dios en todos los tiempos: la akedá de Abrahán en Monte Moriá. Allí Dios exige al patriarca que demuestre su obediencia, aceptando el mandato de matar a su hijo primogénito sólo porque Él se lo exigía". (Pág. 5). "Es sólo cuando Abrahán demuestra estar a la altura de esta prueba de obediencia, que Adonai le instruye que no lleve a cabo la matanza. De no haber mediado esa contraorden, para una moral teocéntrica el homicidio de Isaac no hubiera sido asesinato, porque fue ordenado por Dios". (Pág. 6). Intuyo la incomodidad del lector. Pero esto no es nada aún, mire lo que sigue.

"¿Para qué acude Dios a estos extremos? ¿Para redimirnos? ¿No disponía el Omnipotente de otro método para salvar a la humanidad? Parece evidente que sí. ¿No será acaso que con el registro de estos episodios en sendas Escrituras, el  Señor quiso enviarnos un mensaje críptico acerca de la primacía de una moral  teocéntrica sobre  cualquier concepción antropocéntrica del Bien y del Mal? Una lectura de oídos abiertos, tanto de la Torá como del Nuevo Testamento cristiano, revela al susurrador instruido que existe una contradicción esencial entre religión y moral humana. A Dios se le debe servir simplemente para cumplir Sus mandatos. A partir de la akedá, ni el patriarca ni nosotros podemos ubicar a la humanidad en el centro de las cosas. Dios deja de ser concebido como un “funcionario” que provee nuestras necesidades. ¡Ni siquiera es una brújula moral!" (Pág. 6). Este párrafo es muy claro, y creo innecesario explicarlo.

"Así, la fe 'deja de estar definida por concepciones morales humanas'. Si va a estar dispuesto a sacrificar a su hijo sólo porque Dios se lo exige, el creyente en cuanto tal no puede ser un actor moral. Más aún, desde la perspectiva del judaísmo el hombre como tal no tiene valor intrínseco. Es una ‘imagen de Dios’, y sólo por eso posee una significación especial. Por cierto, como escribiera el maestro letón [Yeshayahu Leibowitz], judaísmo y humanismo son términos contradictorios: (…) 'La prueba a que se vio enfrentado Abrahán no sólo implicó la renuncia a emociones humanas naturales, sino también a valores humanos colectivos; no sólo a su relación paternal con el hijo de su vejez, su único hijo, sino también a las promesas del pacto relacionadas con Isaac (y su descendencia)'. (...). 'En contraste con la concepción iránica y sus múltiples ramificaciones, la concepción judaica es que los acontecimientos mundanos no se dan entre dos principios como luz y tinieblas o bien y mal, sino entre Dios y el hombre, ese ser mortal y frágil que es capaz, sin embargo, de enfrentar al Señor y resistir su palabra. El así llamado ‘mal’ resulta entonces elemental y plenamente incluido en el poder de Dios, que ‘forma la luz y crea las tinieblas' [Martin Buber] En otras palabras, y avanzando un poco más en la decodificación del enigma, el hombre nada sabe sobre el Bien y el Mal, a no ser que éstos se definan exclusivamente en términos de lo que Adonai ordena y prohíbe". (Pág. 7). Los ecos de la expulsión de Adán y Eva del Paraíso resuenan en esta doctrina. Continúa Escudé:

"De la mano de Leibowitz hemos tropezado con un escalofriante secreto encriptado en la Torá. Eva y Adán comieron del fruto, pero eso no nos sirvió de nada. Platón se equivocó en grande cuando sugirió que el hombre puede independizarse de la tutela de los dioses para saber qué está bien y qué está mal. Los escolásticos católicos, que supusieron que aún sin la ayuda divina es posible distinguir entre estos dos principios, no repararon en las monumentales consecuencias teológicas de la akedá de Abrahán. El pensamiento de la Ilustración equivocó el rumbo en medida no menor. El mero concepto de derecho natural es el producto de una soberbia que desconoce a Dios. La abominable sharía de los musulmanes está más cerca de la Torá que la moral y el derecho antropocéntricos de Occidente". (Pág. 7). Y ya llegan las palabras clave: "Los preceptos no expiran. Si somos judíos y adherimos a una fe teocéntrica, el hecho de que una Mitzvá hiera nuestra sensibilidad antropocéntrica no debe dar lugar a su exclusión. No debemos caer en el autoengaño de idólatras que siguen a otros dioses, subordinando los mandatos de Adonai a premisas extra-bíblicas como las del humanismo". (Pág. 10). Creo que las terribles consecuencias de esta interpretación de las Escrituras son evidentes, pero si el lector no ha llegado a percibirlas, Escudé se encarga de formularlas a continuación.

"Como ilustración de que, en estos versículos, Adonai no habla en términos figurativos sino muy literales (tal como lo entendieron Maimónides y otros sabios autorizados que confeccionaron catálogos de Mitzvot), recordemos también lo que nos dice la Torá sobre la orden del Señor de atacar a los madianitas. El pueblo se había tomado la atribución de acotar la matanza a los varones, salvando a mujeres y niños, pero alivianando el mandato divino de eliminarlos a todos. Este acto de piedad enfureció a Moisés: '31:14 Moisés se encolerizó contra los jefes de las tropas, jefes de millar y jefes de cien, que volvían de la expedición guerrera. 31:15 Les dijo: ‘¿Pero habéis dejado con vida a todas las mujeres? 31:16 Fueron ellas las que, por instigación de Balaam, indujeron a los israelitas a prevaricar contra Adonai en el incidente de Peor, y por eso la comunidad de Adonai fue azotada por la plaga. 31:17 Por lo tanto, matad a todos los niños varones. Y a toda mujer que haya conocido varón, que haya dormido con varón, matadla también. 31:18 Pero dejad con vida para vosotros a todas las muchachas que no hayan dormido con varón’” (Números). (Pág. 10, nota al pie). "No obstante, lejos de conducirlos por la senda de cumplir con los preceptos, la lectura de estas Mitzvot horroriza moralmente a la mayor parte de los judíos del siglo XXI. Y es que, para una mentalidad antropocéntrica, son horrorosas. Verificar este horror, a su vez, nos permite percatarnos de cuán lejos de la Torá están casi todos los judíos de nuestro tiempo. No son judíos. No adoran a Dios sino al hombre. Como los cristianos, son idólatras sin saberlo". (Pág. 11). Estos pasajes terroríficos son el corazón de este artículo: para el fundamentalismo religioso judío, y para el de cualquier signo, no hay piedad ni conmoción en el corazón del ser humano que pueda oponerse a un imperativo divino, así éste fuera el de masacrar a pueblos enteros. Es el genocidio sancionado por la creencia en la autoría divina de las páginas más salvajes de un texto sagrado escrito por hombres de hace milenios, hombres viejos y terribles que hace siglos que son polvo.

"Ordena la Torá: 20:10 Cuando te acerques a una ciudad para atacarla, primero le ofrecerás la paz. 20:11 Si ella la acepta y te abre sus puertas, toda la población te pagará tributo y te servirá. 20:12 Pero si rehúsa el ofrecimiento de paz y te opone resistencia, deberás sitiarla. 20:13 Adonai, tu Dios, la entregará en tus manos, y pasarás al filo de la espada a todos sus varones. 20:14 En cuanto a las mujeres, los niños, el ganado y cualquier otra cosa que haya en la ciudad, podrás retenerlos como botín, y disfrutar de los despojos de los enemigos que Adonai, tu Dios, te entrega. 20:15 Así tratarás a todas las ciudades que estén muy alejadas de ti y que no pertenezcan a las naciones vecinas. 20:16 Pero en las ciudades de esos pueblos que Adonai tu Dios te da como herencia, no dejarás nada con vida´'. Esta es la ley de Dios, tal como emerge del Pentateuco judeocristiano, la Ley Oral judía y las enseñanzas de los principales sabios post-talmúdicos". (Pág. 11). ¿Es consciente el lector de que un escrito como éste es un tesoro para el antisemita? Promesas tan tremendas prestan una apariencia de plausibilidad a aquel viejo fraude de la policía zarista, Los Protocolos de los Sabios de Sion. El mecanismo intelectual es el mismo que el del viejo antisemitismo europeo: la legitimación de hechos atroces por referencia a un mandato divino, que todo hombre de fe debe obedecer.

"Lo nuevo a partir de 1945 fue que la moral antropocéntrica, hasta entonces sin incidencia en las acciones militares más importantes, comenzó a encorsetar a las potencias. Y desde entonces nuestra civilización comenzó a perder sus guerras y  contiendas político-culturales, frente a enemigos que se ríen del humanismo occidental mientras con entusiasmo obedecen las consignas teocéntricas y belicosas de sus propias Escrituras". (Pág. 11). "El mejor testimonio de que, hasta 1945, Occidente obedeció las consignas deuteronómicas, no es el muy trillado de Hiroshima y Nagasaki, sino los menos conocidos bombardeos de ciudades como Hamburgo y Dresden. Son casos ejemplares de cumplimiento sin ambages del precepto Nº 33 de la nómina de Maimónides: “Incendiar una ciudad que se ha entregado a la idolatría”. (...) ¿Qué castigo más apropiado para un despotismo cuya mismísima razón de ser era la eliminación de pueblos enteros? Sí, es verdad: se usaron medios genocidas para derrotar la estrategia genocida de los idólatras nazis. Al obrar así se cumplió con la voluntad de Adonai". (Pág. 12). No hace faltar aclarar nada. Con unos pocos reajustes terminológicos, Torquemada, Mussolini, Mao, Stalin, Pol Pot, el propio Hitler, se hubieran sentido muy cómodos con esta interpretación.

"No sólo se está muy lejos de comprender el predicamento de Occidente e Israel, que al inclinarse ante el humanismo perdieron su capacidad de autodefensa frente al embate cultural, demográfico y terrorista del extremismo islámico". (Pág. 13). Estamos leyendo la justificación teológica de la guerra al Islam, nada menos, y esto no es todo: lo que sigue es la justificación de la limpieza étnica de Palestina.

"Lo dicho se ilustra elocuentemente con el siguiente ejemplo. En Deut. 20:17, Dios manda: 20:17 Consagrarás al exterminio total a los hititas, a los amorreos, a los cananeos, a los perizitas, a los jivitas y a los jebuseos, como te ha mandado Adonai tu Dios´'. Pero la Biblia que contiene este precepto (abreviado en la Mitzvot Nº 596 del orden de Maimónides) se usa para jurar la Convención para la Prevención y la Sanción del Delito de Genocidio, cuyo Artículo II dice: ´Se entiende por genocidio a cualquiera de los siguientes actos, si fueran perpetrados con la intención de destruir, total o parcialmente, a un grupo nacional, étnico, racial o religioso: a) Matanza de miembros del grupo …, (etcétera)'. A esta definición, el Artículo III agrega que serán castigados: a) el genocidio; b) la asociación para cometer genocidio; c) la instigación directa y pública a cometer genocidio; d) la tentativa de genocidio, y e) la complicidad en el genocidio. Es decir que, según este tratado internacional y las leyes que se sancionaron para darle cumplimiento, la Biblia judeocristiana debería ser proscripta y sus editores, castigados, porque instiga a la matanza de grupos étnicos enteros. Sin embargo, no solamente no se secuestran sus ejemplares sino que éste es el Libro que se suele usar para jurar hacer cumplir leyes que, en teoría, lo proscriben". (Pág. 13).

"La contradicción entre la pasional adhesión a estas leyes y la veneración que se le sigue dispensando a la Biblia es asombrosa, especialmente porque se produce en el seno de la más racionalista civilización que haya engendrado la historia humana". (Pág. 13). "En verdad, las leyes contra el genocidio representan al humanismo. La mano sobre la Biblia simboliza la fe en la Palabra que allí se registra. Pero la combinación de ambas representa, matemáticamente, el desconcierto moral". (Pág. 14).

No carece de inteligencia esta conclusión. Sólo que, así expuesta, es uno de los mejores argumentos posibles contra la religión. Al menos contra su versión fundamentalista.

 

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