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EL DIABLO EN TREINTA Y TRES VIÑETAS

Satanás, el Infierno, el Número de la Bestia, la adoración de los demonios, la posesión demoníaca, la brujería, la recepción de estos fenómenos en el arte y mucho más. Una nota para leer con un crucifijo entre los dedos… (La versión original de esta nota fue publicada en Televicio Webzine en junio de 2008). Coescrito con Darío Lavia (@cinefania).  

 

1) Sus nombres. Satán es una palabra hebrea que significa “Adversario” o “Acusador”: su sentido resulta transparente si recordamos que su primera aparición es en el Libro de Job. Satanás es tanto su equivalente en griego como en persa. Diablo proviene del griego diábolos, y no es más que la traducción de Satán; a su vez, Iblís es la corrupción árabe de diábolos. Demonio proviene del griego daimon (“dividir”). Belcebú (“Señor de las Moscas”) es un nombre cargado de desprecio con el que los hebreos se referían a Baal, una antigua deidad de varios pueblos del Levante a la cual se le ofrecían sacrificios humanos: de allí la repulsiva referencia a dichos insectos, que pululaban en sus templos. Para el cristianismo, Lucifer o Luzbel (“portador de luz”, identificado con el Lucero del Alba, o sea el planeta Venus) era el nombre angélico del Diablo antes de rebelarse contra Dios. (El judaísmo lo considera una entidad diferente a Satán). Mefisto o Mefistófeles (“destructor mentiroso”) no es el Diablo, sino uno de sus príncipes subordinados (al igual que Belial o que Asmodeo) y su nombre proviene de la leyenda medieval alemana del pacto del Doctor Fausto. (Derecha: Satán, el antagonista, por Gustave Doré, 1865).

2) La Personificación del Mal. La existencia de una entidad sobrenatural maléfica, que actúa en contraposición a la voluntad de un Dios benévolo, es creencia tanto del cristianismo como del Islam. Pero ambas religiones son monoteístas, y por ende, dicha entidad no puede ser una figura igual a Dios sino una mera criatura, y su derrota en el Fin de los Tiempos se tiene por artículo de fe. (El judaísmo llega aún más lejos: algunas de sus corrientes incluso consideran idolatría la creencia en un ser trascendente con autoridad sobre el reino metafísico del Mal, e incluso interpretan la participación de Satanás en el Libro de Job de un modo totalmente diferente. Un antiguo Rabino de Roma, Elio Toaff, afirmó que “Satanás es considerado como uno de los ángeles que están al servicio de Dios. ¿Porque tiene esta horrible fama? Solamente porque su deber es el de poner en evidencia los pecados, los vicios del pueblo. Es el ángel acusador, que le hace ver a Dios el lado peor del pueblo de Israel”).

Varias herejías cristianas han sostenido que el Mal es un principio igual al Bien, de los bogomilos a los cátaros o albigenses. Se da por seguro que esta creencia es una herencia de la religión maniquea, la cual, a través del mandeanismo, recibió la influencia de la antigua religión persa, el mazdeísmo, en la cual existe un principio del Bien identificado con la Luz (Ormuz o Ahura Mazda) y otro del Mal y las Tinieblas, Arhimán.

3) La Iglesia de Satán. Anton Szandor LaVey, el Papa Negro (neé Howard Stanton Levey, 1930-97) es un ocultista norteamericano que fundó la Iglesia de Satán el 30 de abril de 1966. Ésta no tiene nada tiene que ver con sacrificios humanos o venerar al Diablo: ve en Satán a un símbolo de la inteligencia, un ángel de Dios que pensó por sí mismo y se rebeló contra él. Celebra la libertad y reniega del cristianismo, así como de la truculencia de los cultos satánicos, a los que acusa de ser tan negativos como el cristianismo.

Cree en la dualidad del Bien y el Mal y afirma que la Iglesia de Satán es la unión de esos extremos, el ying y el yang, ya que sin Bien no habría Mal y sin Mal no habría Bien. Su símbolo principal es una estrella de cinco puntas.

La Iglesia de Satán es un culto reconocido como tal por el gobierno federal de Estados Unidos. Hasta tal punto es un culto que ha padecido escisiones heréticas, como la del Templo de Set de Michael Aquino, que considera que Satanás no es un simbolismo, sino una entidad real a la que rinde culto.

4) Baile de diablos. El Diablo es una presencia perceptible en la música popular. Limitándonos al rock, el pop y el blues, y sin rompernos demasiado la cabeza, podemos citar “Sympathy for the Devil” (Rolling Stones), ”Me and the Devil blues” y “Crossroad blues” (Robert Johnson), “Friend of the Devil” (Grateful Dead), “Devil in her heart” (The Donays y luego The Beatles), “Devil’s dance” (Metallica), “Devil’s haircut” (Beck), “Black Sabbath” (Black Sabbath), “The number of the beast” (Iron Maiden), “The Devil’s been busy” (Traveling Wilburys), “Encuentro con el Diablo” (Serú Girán), “Balada del Diablo y la Muerte” ( La Renga). Además, claro, de “Zatán, Zatán” de Quiste Sebáceo, el imposible rockero ceceoso creado por Diego Capusotto…

5) El Tentador. ¿Recuerdan los pasajes bíblicos que se refieren a la Tentación de Jesús? En ellos, el Diablo es conciliador, medido, razonable. Jesús no: él es el exceso.

6) Seis Seis Seis: en realidad no se trata de uno de los nombres del Diablo sino del Anticristo, una figura cuya aparición en el final de los tiempos describe el Libro de la Revelación (en griego, Apocalipsis). Dice el autor (la mayoría de los estudiosos concuerdan en que no es el Apóstol Juan): “Aquí hay sabiduría: El que tiene entendimiento, cuente el número de la bestia, pues es número de hombre. Y su número es seiscientos sesenta y seis" (Revelación, XIII, 18). Obviemos por un momento el hecho de que en los códices y fragmentos de papiros más antiguos que se conservan (siglos III y IV) el número no es 666 sino 616. (En el siglo II, San Ireneo afirmaba que “ 616” era una errata). ¿Qué significa esa cifra?

Éste es uno de los ejemplos más difundidos de gematría, o sea, la numerología aplicada a los textos sagrados del pueblo judío: la conversión de un nombre escrito en alfabeto hebreo a su equivalente numérico. La mayoría de los expertos cree que se trata de una referencia críptica al Emperador Nerón, el primer perseguidor de los cristianos: el equivalente numerológico de su nombre, escrito en arameo (la lengua hablada por los judíos de Palestina durante el siglo I de nuestra era) es precisamente el famoso número.

7) Iconografía. La imagen de un Diablo mitad hombre y mitad macho cabrio es de origen medieval, y su modelo fueron los faunos, criaturas mitológicas romanas similares a los sátiros griegos relacionados con el dios Pan. Los faunos son seres del bosque, aficionados a asustar a las personas, y Pan es un dios orgiástico asociado con la naturaleza salvaje y, por ende, inspirador de miedo profundo (“pánico”).

8) Diablos Rojos: se hacen llamar así las parcialidades de clubes de fútbol como Independiente de Avellaneda, América de Cali, Ñublense de Chile, Toluca, Manchester United, Kaiserslautern, Al Ahly de Egipto, así como las selecciones nacionales de Bélgica y Congo. Los Diablos Rojos del DF mexicano son un popular equipo de béisbol.

9) Actores (¡actrices!) que personificaron al Diablo en el cine: si IMDb no se equivoca, el primero fue el célebre director George Méliès en su filme LE DIABLE AU CONVENT (1899). Entre los más destacados, podemos citar a Conrad Veidt (en SATANAS de F. Murnau, 1920), Vincent Price (THE STORY OF MANKIND), Mickey Rooney (THE PRIVATE LIFE OF ADAM AND EVE), Lon Chaney Jr. (THE DEVIL’S MESSENGER), Clay Tanner (ROSEMARY’S BABY), John Carradine (AUTOPSIA DE UN FANTASMA), Franco Citti (RACCONIT DI CANTERBURY), Max Von Sydow (THE SOLDIER’S TALE), Robert De Niro (como “Louis Cyphre” en ANGEL’S HEART), Leo Marks (THE LAST TEMPTATION OF CHRIST), Robert Vaughn (WITCH ACADEMY), Viggo Mortensen (THE PROPHECY), Higinio Barbero (EL DIA DE LA BESTIA), Al Pacino (como “John Milton” en THE DEVIL’S ADVOCATE), el ex Dead Kennedy Jello Biafra (THE WIDOWER), Ian Holm (SIMON MAGUS), Gabriel Byrne (END OF DAYS), el ex Who Roger Daltrey (STRANGE FREQUENCY 2), Gary Oldman (BEAT THE DEVIL), Rosalinda Celentano (THE PASSION OF THE CHRIST), Peter Stormare (CONSTANTINE) y Daniel Craig (en la próxima I, LUCIFER)

10) Clasificación de los demonios según Alfonso de Espina (1467): 1- Demonios del destino. 2- Trasgos. 3- Íncubos y Súcubos. 4- Hordas que se desplazan. 5- Demonios domésticos. 6- Drudes. 7- Demonios que nacen del ayuntamiento con seres humanos. 8- Demonios engañosos. 9- Demonios que atacan a los santos. 10- Demonios seductores que fuerzan a las viejas a ir a los aquelarres.

11) Clasificación de los demonios según Francesco Maria Guazzo (1608): 1- Demonios de las capas superiores del aire. 2- Demonios de las capas inferiores del aire, que se dedican a provocar tormentas y borrascas. 3- Demonios terrestres, que invaden bosques, cavernas y campos. 4- Demonios del agua, que invaden ríos y lagos. 5- Demonios subterráneos, que provocan terremotos y resquebrajan los cimientos de las casas. 6- Demonios nocturnos. Son lucífugos y de carácter extremadamente malvado.

12) Los demonios y el santo ideal para enfrentarlos, según Sebastien Michaelis (1613). Demonios de primera jerarquía: para Belcebú, San Francisco. Para Leviatán, San Pedro. Para Asmodeo, San Juan. Para Baalberith, San Bernabé. Para Astaroth, San Bartolomé. Para Verrin, Santo Domingo. Para Gresil, San Bernardo. Para Sonnilon, San Esteban. De segunda jerarquía: para Karo, San Vicente. Para Camal, San Juan Evangelista. Para Clavel, San Martín. Para Rosal, San Basilio. Para Soplador, San Bernardo. De tercera jerarquía: para Belfal, San Francisco de Paula. Para Olivier, San Lorenzo.

13) Los demonios y los pecados capitales, según Peter Binsfeld (1589): Lucifer (Soberbia). Mammón (Avaricia). Asmodeo (Lujuria). Satanás (Ira). Belcebú (Gula). Leviatán (Celos). Belfegor (Pereza).

14) El Demonio Creador: Soñé que el Demonio había creado el mundo, por puro y arrogante regocijo, para mayor gloria de Su Nombre. Había creado los cielos y la tierra, el mar y las estrellas, los tilos y los tigres; hasta había creado a los desventurados dinosaurios. Y creó al hombre y a la mujer, macho y hembra los creó, y les dio por residencia el Jardín de las Delicias, y esto fue así para mayor gloria de Su Nombre. Y para mayor gloria de Su Nombre fue que los condenó a perderse y a añorar para siempre ese Paraíso, que les había sido concedido sólo para que padecieran la conciencia de su pérdida.

Pero uno de los ministros del Demonio, el Príncipe de Sus Ángeles, se rebeló ante Él y Su Siniestra Obra, hija de la vanidad más implacable. Ese Ángel se llamaba Emanuel, que significa Dios con nosotros. Hubo una batalla en los Cielos, y Emanuel y sus partidarios, los Hijos de la Luz (que eran miríadas) fueron derrotados y confinados a los arrabales de la Creación. La desesperanza fue amiga suya por largos eones; pero Emanuel es tenaz, y prometió a los Hijos de Mujer que les enviaría un Salvador que los guiaría en la victoria contra los Hijos de las Sombras.

A su vez, el Demonio Creador sabe que la humanidad se ve atrapada por la desesperación cuando ésta es incompleta, cuando aún conserva una mínima ilusión de esperanza. Entonces el Demonio Creador atrapa esa desesperación supérstite, organizándola en grandes redes conceptuales a las que los humanos llaman religiones.

Hay quienes dicen que la Caída de Emanuel es, tal vez, la más brillante y cruel jugada del Demonio Creador.

(Fragmentos de un Evangelio Gnóstico Desconocido, a veces llamado El Evangelio Apócrifo de la Creación)

15) Algunos novelistas, cuentistas y poetas que tomaron al Diablo como personaje: Dante Alighieri (La divina comedia), John Milton (El paraíso perdido), William Blake (El matrimonio del Cielo y la Tierra), Goethe (Fausto), Baudelaire (Las flores del mal), Gustave Flaubert (La tentación de San Antonio), Machado de Assis ( La Iglesia del Diablo), Hilario Ascasubi (Santos Vega), Estanislao Del Campo (El Fausto Criollo), Dostoyevski (Los hermanos Karamazov), George Bernard Shaw (Hombre y Superhombre), Mark Twain (Cartas desde la Tierra), Thomas Mann (Doctor Fausto), Fernando Pessoa (La hora del Diablo), Mijail Bulgakov (El maestro y Margarita), Robert Henlein (Job, una comedia de justicia), Bioy Casares (Historia prodigiosa), Anne Rice (Memnoch, el Diablo).

16) Domicilio. La residencia del Diablo en el Infierno (del latín infernum, “inferior”) ha quedado fijada para toda la eternidad por el Canto XXXIV de La Divina Comedia, escrita por el florentino Dante Alighieri a comienzos del siglo XIV. Sin embargo, la teología católica ha evolucionado hasta considerar al Infierno, más que la residencia de Satán o un lugar destinado al castigo eterno de los pecadores, “la situación en la que llega a encontrarse quien libremente y definitivamente se aleja de Dios, fuente de vida y de alegría”, como afirmara el Papa Juan Pablo II en 1999.

Dada la condición penitenciaria del Infierno, se suelen usar como sinónimos del mismo a nombres que corresponden a concepciones similares, pero que no guardan relación con morada alguna del Príncipe de las Tinieblas. Sheol es el nombre que el Antiguo Testamento asigna a la morada de todos los muertos, sin distinción, y la descripción de la misma varía según el texto. Gehena es un nombre hebreo del Valle de Hinón, cercano a Jerusalén, donde se arrojaban los cadáveres de criminales tan execrables que no se les consideraba dignos de recibir sepultura, así como cuerpos de animales muertos y hasta basura: pronto adoptó el sentido de lugar de aniquilación definitiva, sin remisión. Hades, Tártaro y Averno son nombres clásicos para el mundo de los muertos, repetimos, sin relación directa con el domicilio del Diablo.

17) ¿El Fuego Eterno? La imagen del Infierno como un lugar de castigo para los pecadores, sede del perfecto e inmortal dolor sin destrucción, es una creencia cristiana muy temprana. De los primeros pensadores de la Iglesia, sólo Orígenes (siglo III) creía posible la salvación final de todas las almas, pero sostenía que remarcar en público esta idea "no es conveniente en vista del bien de los que tropiezan con dificultades para contenerse, incluso si temen el castigo eterno (...)". La Iglesia condenó dicha idea de Orígenes en el Concilio de Constantinopla (543): "quien dice o piensa que el castigo de los demonios y los malvados no será eterno, que tendrá un fin (...) sobre él recaiga anatema". El artículo 17 de la Confesión Luterana de Augsburgo (1530) afirma que Cristo "condenará a los impíos y los demonios a torturas infinitas. Condena a los anabaptistas, que sostienen que el castigo de los condenados y los demonios tendrá un término".

Durante la Edad Media, el erudito irlandés Juan Escoto Erígena negó la materialidad del Infierno, y lo remplazó por el sufrimiento infligido por la conciencia, pero se trata de casi la única excepción: los tres principales maestros medievales, San Agustín, Pedro Lombardo y Santo Tomás de Aquino, insistieron en que los dolores del Infierno eran tanto espirituales como físicos, así como destacaron el papel del fuego en el tormento eterno. Como poco a poco se desarrolló la teoría de que el Infierno incluía no sólo los dolores más espantosos que la mente humana pudiera imaginar sino aún los inconcebibles, los autores cristianos comenzaron a rivalizar en la pintura del horror de sus tormentos. San Agustín escribió que estaba poblado de animales carnívoros feroces, que desgarraban los cuerpos de los condenados en un proceso lento y doloroso en medio del fuego. San Esteban Grandinotense afirmó que los sufrimientos eran inenarrables, porque si un ser humano llegaba siquiera a concebirlos, moriría de terror en el acto. Richard Rolle señaló que el condenado desgarraba y comía su propia carne, bebía la hiel de los dragones y el veneno de los áspides, y su cama y su vestido consistían en "horribles alimañas venenosas".

Durante el muy racionalista siglo XVIII, las visiones antedichas comenzaron a resultar inverosímiles, pero esta desconfianza en el instituto infernal no se proclamaba en público por razones similares a las de Orígenes. (Antes del cristianismo, Cicerón había defendido el sostén de una religión en la que ya no creía - el antiguo culto romano - sólo por su carácter de auxiliar del decoro público). En 1741, William Dodwell observó: "es muy evidente que desde que los hombres han aprendido a desechar la aprensión del Castigo Eterno el Progreso de la Impiedad y la Inmoralidad entre nosotros ha sido muy considerable". No parece casual, entonces, que por esos años el Parlamento británico extendiera la pena capital a más de 300 delitos.

Richard Whately (1787-1863) retomó en parte las ideas del Erígena: el Infierno no es un lugar físico, sino una metáfora de la aniquilación personal, del olvido de Dios. La inmortalidad es un don: quien la merece, merece experimentarla en el Cielo; quien se prueba indigno de ella, no padece otro castigo que extinguirse con la muerte

18) Una orden religiosa para los Infiernos. En 1732, San Alfonso Liguori fundó la Orden de los Redentoristas, especializada en sermones acerca del fuego del Infierno: en el mismo momento en  el que el protestantismo comenzaba a repudiar la creencia en el castigo eterno, el catolicismo la revivió. Liguori publicó en 1758 Las verdades eternas, un libro que incluía atroces descripciones de los castigos infernales, como ésta: "el infeliz torturado estará rodeado por el fuego como la leña en un horno. Encontrará un abismo de fuego abajo, un abismo arriba y un abismo a cada lado. Si toca, si fe, si respira, toca, ve y respira sólo fuego. Estará hundido en el fuego como el pez en el agua. El fuego no sólo envolverá al condenado, sino que le entrará por el intestino para torturarle". Continúa en este tono durante páginas y páginas, así que me perdonarán si detengo la cita aquí....

Otro redentorista, Joseph Furniss, se especializó en... libros para niños. En La visión del Infierno afirma que éste es un lugar cerrado en medio de la Tierra, con arroyos de azufre y de brea hirviente, un diluvio de chispas y una lluvia de fuego. Hay seis mazmorras, cada una con una tortura diferente: una prensa ardiente, un pozo profundo, un suelo al rojo vivo, un cubo hirviendo, un horno al rojo vivo y un ataúd al rojo vivo. Furniss hasta llega a describir los horrorosos tormentos que sufre un niño pequeño, y las justifica afirmando que "Dios fue muy bueno con este niñito. Es muy probable que Dios viese que empeoraría cada vez más y que nunca se arrepentiría, y así tendría que castigarlo aún más severamente en el Infierno. De modo que Dios, en su compasión, lo llamó del mundo en la niñez temprana".

Otra obra similar que difundieron los redentoristas fue El Infierno abierto a los cristianos de Pinamonti, tratado del siglo XVII que se siguió imprimiendo hasta 1889, y que sirvió de modelo a James Joyce para el sermón sobre el Infierno que incluye en Retrato del artista joven.

19) El Infierno, desde el Cielo. Santo Tomás de Aquino formuló la desagradable idea de que el goce ocasionado por la contemplación de los sufrimientos de los condenados era uno de los placeres del Cielo. El calvinista Thomas Boston afirmó: "Dios no los compadecerá sino que reirá de su calamidad. La gente virtuosa del Cielo se regocijará ante la ejecución del juicio de Dios, y cantará mientras el humo se eleva eternamente". William King escribió en 1702 que "la bondad así como la felicidad, de los benditos se verá confirmada y promovida por reflejos que provienen naturalmente de esta visión del sufrimiento que algunos soportarán, que parece ser una razón apropiada para la creación de esos seres que en definitiva tendrán un destino miserable, y para su continuación en esa existencia miserable".

20) Turismo aventura. Dante es tal vez el más célebre de los viajeros literarios o mitológicos que descendieron a los Infiernos, pero no el único (Teseo y Pirítoo, Heracles, Orfeo, Sócrates, Ulises, Eneas, Pantagruel, Fausto, Scrooge, Adán Buenosayres, etc.). Jorge Luis Borges destaca, en Otras Inquisiciones, a Vathek, el protagonista de la novela homónima de William Beckford (1782).

Vathek (Harún Benalmotásim Vatiq Bilá, noveno califa basida) erige una torre para descifrar los planetas. Éstos le auguran una sucesión de prodigios, cuyo instrumento será un viajero fuera de lo común. Un día, un mercader llega a la capital imperial: su rostro es tan atroz que los guardias que lo conducen ante el soberano lo hacen con los ojos cerrados. Antes de desaparecer, el mercader le vende al califa una cimitarra en la que hay grabados unos caracteres misteriosos y cambiantes. Otro viajero misterioso los descifra: un día significan soy la menor maravilla de una región donde todo es maravilloso y digno del mayor príncipe de la tierra, otro, ay de quien temerariamente aspira a saber lo que debería ignorar. El califa se entrega a la magia; la voz del mercader, salida de la nada, le propone abjurar del Islam y adorar a las tinieblas, a cambio de que le sea franqueado el Alcázar del Fuego Subterráneo, donde se atesoran los talismanes que sojuzgan al mundo y las diademas de los sultanes anteriores a Adán y de Suleimán  Bendaúd (Salomón hijo de David). Vathek se rinde; el mercader le exige cuarenta sacrificios humanos. Transcurren años sangrientos en los que el califa apenas deja atrocidad sin cometer; un día llega a una montaña desierta. La tierra se abre en su presencia, y Vathek desciende, con una mezcla de terror y de esperanza. Una muchedumbre pálida y silenciosa vaga sin mirarse por las galerías de un palacio infinito; perdido en sus laberintos, el califa comprende que el Alcázar del Fuego Subterráneo abunda en esplendores, pero es también el Infierno.

21) Cacodelphia: el Infierno Porteño. En el libro séptimo del Adán Buenosayres de Leopoldo Marechal, el protagonista es guiado en su descenso a los infiernos por el astrólogo Schultze, una versión apenas disimulada del inclasificable y casi insondable Xul Solar. Descienden al Averno (la oscura ciudad de Cacodelphia, o “ciudad de los hermanos malos” en griego) en el bajo Saavedra, en Buenos Aires, donde, a principios del siglo pasado, “la urbe y el desierto se juntan en un abrazo combativo” (hoy la zona está completamente urbanizada). Se accede a la ciudad a través de un ombú, que se abre a partir de un conjuro que involucra tanto saberes cabalísticos (el Tetragrámaton) como gauchescos (los nombres de Martín Fierro, Juan Sin Ropa y Santos Vega). La estructura de la misma es similar a la del Infierno del Dante, y le sirve al autor para satirizar a sus contemporáneos: los habitantes de cada barrio de la ciudad comparten un vicio o pecado capital. Así, por ejemplo, tenemos el Plutobarrio, el barrio de la Avaricia (donde se adora al oro) o el barrio de la Soberbia, donde se halla emplazado el Senado de Cacodelphia, o el de la Lujuria, que alberga al recordado Frontón de los Verdeviejos y al Estanque de los Lujuriosos.

22) Otros infiernos. El infierno sabiano consiste en cuatro vestíbulos superpuestos con hilos de agua sucia en el piso, y de un vasto recinto principal polvoriento y deshabitado. El lóbrego infierno del místico sueco Immanuel Swedenborg es una comarca pantanosa, regida por demonios que acaban sucumbiendo a su propia monstruosidad: los condenados habitan en él porque no pueden soportar los esplendores del Cielo. G. B. Shaw (Hombre y Superhombre) le da un carácter más bien metafísico: los condenados a padecer su eternidad se distraen con los artificios del lujo, el arte, la erótica y el renombre.

23) Posesión: La palabra proviene del latín possedere, "ser dueño" o "apoderarse de algo". Es revelador el origen etimológico de possedere: post (prefijo que indica "después" o "más allá") y sedere (“estar sentado” o “situado”), o sea, "estar sentado detrás". Probablemente, esto venga de una antigua creencia popular que presentaba a la posesión como a un pequeño espectro sentado encima del damnificado, dedicado a ocasionarle pesadillas y problemas de personalidad. En todo el Antiguo Testamento, la posesión demoníaca apenas se menciona en dos pasajes, pero en el Nuevo abundan las menciones de Jesús o los Apóstoles expulsando demonios de los cuerpos de poseídos. Esto podría significar tanto que el Diablo se puso a trabajar duro a partir de la Era Cristiana como que la Iglesia misma convirtió el temor a la posesión en una razón más para volcarse a la religión y a Dios...

Se dice que San Hilario (291-371) expulsó un demonio de un camello (reafirmando así que estos entes también poseen a seres inferiores) y que San Gregorio Magno (540-604) afirmó que una monja fue poseída por un demonio que ingresó en su cuerpo a través de una lechuga, al olvidarse de hacerse la señal de la cruz antes de comer.

24) La invocación de los demonios. "El sentido común demostrará que el hábito de invocar a los malos espíritus, a menudo porque eran malos, ha existido en una vastísima variedad de culturas, clases y condiciones sociales, para ser una tontería propia de la credulidad infantil. La experiencia mostrará que no es cierto que desaparece en todas partes frente al avance de la educación; por el contrario, algunos de sus más perversos ministros han sido los más altamente educados. La crónica mostrará que no es verdad que caracteriza a la barbarie más que a la civilización; hubo más adoración de los malos espíritus en las ciudades de Aníbal y Moctezuma que entre los esquimales o los salvajes de Australia. Y el conocimiento de las ciudades modernas mostrará que se continúa practicando en Londres y en París, en la actualidad" (Gilbert K. Chesterton, Los peligros de la nigromancia).

25) Aquelarres. Se creía que las brujas celebraban reuniones nocturnas en las que adoraban al Demonio. Estas reuniones recibieron diversos nombres, aunque predominan dos: sabbat y aquelarre. La primera de estas denominaciones, es casi con seguridad, una referencia antisemita, cuya razón de ser es la analogía entre los ritos y crímenes atribuidos a las brujas y los que, según calumnias desgraciadamente muy populares, cometían los judíos. La palabra aquelarre, en cambio, procede del vasco aker (“macho cabrío”) y larre (“campo”), en referencia a la finca en que supuestamente se practicaban dichas reuniones en Navarra.

Según se creía, en los aquelarres se practicaban ritos que suponían una inversión sacrílega de los ritos  cristianos. Entre ellos estaban, por ejemplo, la recitación del Credo al revés, la consagración de una hostia negra o la bendición con hisopo negro. Además, casi todos los testimonios hacen referencia a actos de infanticidio, antropofagia, consumo de sustancias alucinógenas y promiscuidad sexual: de hecho, uno de los ritos que simbolizaban la adoración del Diablo consistía generalmente en besar su ano (osculum infame). Probablemente, en la raíz de estas creencias bastante fantasiosas estaba el recuerdo deformado de antiguos rituales paganos, cuyo ejemplo más conocido en la actualidad es el de aquellos relacionados con el dios griego Dioniso.

Se creía que los aquelarres se celebraban en lugares apartados, generalmente en zonas boscosas. Algunos de los más célebres escenarios de aquelarres fueron las cuevas de los Pirineos  en España y Francia, el Monte Brocken en Alemania, y el nogal de Benevento y el Paso de Tonale en Italia.

26) La caza de brujas. Apenas hay registros de persecuciones de brujas anteriores al siglo XIII: hasta esa época, se consideraba a su existencia como una superstición pagana, indigna de un cristiano. La cacería de las brujas comenzó, con tintes de fenómeno de histeria colectiva, en regiones montañosas atrasadas como los Alpes o los Pirineos. Fue, como las acusaciones de crímenes rituales que los romanos imputaban a los cristianos o éstos a los judíos, una forma de canalizar el descontento social en un medio sumido en la ignorancia y el fanatismo. Como príncipes y dignatarios eclesiásticos sabían bien, la única manera de evitar que una turba de campesinos desposeídos se rebelara contra el orden social vigente era dirigirla contra los judíos o los acusados de herejía o brujería. (Derecha: el Aquelarre de Goya).

A esto debe sumarse la perversa vida propia que adquirió el instrumento de persecución, la Inquisición: como se financiaba con los bienes confiscados a los condenados, estaba obligada a obtener condenas para subsistir, y la necesidad de obtener condenas llevó a la adopción de la tortura. A partir de un conjunto de confesiones arrancadas bajo tormento por dos dominicos alemanes, Heinrich Kramer y Jakob Sprender, el Papa Inocencio VIII se convenció de la realidad y la peligrosidad del fenómeno, y otorgó amplios poderes a ambos monjes, quienes publicaron en 1486 una compilación de sus "investigaciones", Malleus Maleficarum. Dado que los métodos de interrogatorio que aplicaban ponían palabras en boca de las víctimas y éstas debían repetirlas obligadas por la tortura, los hallazgos de Kramer y Sprender parecieron verse confirmados en toda la cristiandad, una y otra vez... salvo en Inglaterra, donde la aplicación de tormentos estaba prohibida. (Había una única excepción: ante la negativa a declarar).

"Los perseguidores alarmaban constantemente a las autoridades con relatos de conspiraciones amplias y cada vez más graves de brujas; y tan pronto como se les permitía torturar presentaban, no sólo veintenas de víctimas, sino centenares de acusaciones, con lo cual justificaban sus pronósticos. A algunos perseguidores se les pagaba de acuerdo con los resultados: Baltasar Ros, ministro del Príncipe - Abate de Fulda, ganó 5.393 florines por 250 víctimas en 1602-1605". (Paul Johnson, Historia del Cristianismo).

Parece difícil negar, entonces, que la brujería medieval es un fenómeno que nunca existió; si, de algún modo, Satanás estaba presente en dichas persecuciones, era en las mentes de los inquisidores.

27) La caza de brujas II. El punto anterior podría dar la idea errónea de que la caza de brujas fue una aberración puramente católica. Martín Lutero creía que era necesario ejecutar a las brujas porque pactaban con el Diablo (aún cuando no hicieran daño a nadie) e hizo quemar vivas a cuatro mujeres en Wittenberg: se basaba en un versículo del Antiguo Testamento que advierte que "no tolerarás que una bruja viva" (Éxodo, XXII, 18). Sin embargo, no fueron los luteranos los protestantes que persiguieron más fanáticamente la brujería, sino los calvinistas: en Escocia, ejecutaron a 4400 personas entre 1590 y 1680 (compárese con las menos de mil que sufrieron idéntica suerte en la Inglaterra anglicana en un período bastante más largo, de 1542 a 1736). 

28) La caza de brujas III. Señala el citado Johnson que los más salvajes perseguidores de brujas fueron el arzobispo de Tréveris, Johannn Von Schönburg, y su segundo el obispo Binsfield. Entre 1587 y 1593 quemaron vivas a 368 mujeres en unas veintidós aldeas; "en dos de ellas, dejaron viva a una sola mujer en cada una". (Hasta procesaron y asesinaron a uno de sus propios jueces, Dietrich Flade, acusado de "excesiva benignidad"). Otro perseguidor destacado fue Philip Adolf Von Ehrenberg, obispo de Wurtzburg, quien ejecutó a más de 900 personas entre 1623 y 1631, incluyendo a su propio sobrino, a 19 sacerdotes y a una niño de siete años. Horrorizado, un jesuita, Friedrich Spee, que había sido confesor de las acusadas de brujería, escribió un tratado llamado Cautio Criminalis, que afirmaba: "la tortura puebla nuestra Alemania de brujas y perversidades inauditas, y no sólo Alemania sino cualquier nación que lo intente (...) Si todos no nos hemos confesado brujas, es sólo porque no todos hemos sido torturados".

Con el fin de las guerras de religión europeas en 1648, la persecución de las brujas disminuyó abruptamente. Hubo esporádicos estallidos de fanatismo en Suecia hacia 1660 y en Inglaterra y Nueva Inglaterra ("las brujas de Salem") hacia 1690. La última ejecución legal de una bruja fue en la Suiza calvinista en 1782, y hubo una muerte ilegal en la pira en la Polonia católica en 1793.

29) Íncubos y súcubos. El íncubo (“que reposa arriba”) es, según leyendas europeas medievales, un demonio que adopta la forma de un hombre y que asalta sexualmente a las mujeres durante el sueño. El súcubo (del latín succŭbus, de succubare, “reposar debajo”) es, simétricamente, un demonio que, bajo la forma de una mujer atractiva, se aparece en sueños a los hombres (en especial a monjes) y mantiene relaciones sexuales con ellos, alimentándose con su energía vital y agotando o incluso matando al desventurado. Algunos autores medievales sostenían que íncubos y súcubos no pertenecían a géneros demoníacos diferentes, sino que se trataba de los mismos demonios, que utilizaban el semen recibido como súcubo para embarazar a mujeres como íncubos. Se reputaba a las criaturas discapacitadas física o mentalmente como resultado de estos coitos demoníacos.

30) De orgía en orgía con Asmodeo. Urbain Grandier (1590-1634) fue un sacerdote católico francés que fue quemado en la hoguera, tras ser condenado por brujería. Grandier era un sacerdote de la Iglesia de la Santa Cruz de Loudon, que adquirió fama de donjuán merced a sus aventuras con diversas mujeres, incluyendo a monjas del convento local de las Ursulinas. En 1632, y aparentemente por mero despecho, fue acusado de haber embrujado a las internas y de conjurar a Asmodeo para realizar actos malvados e impúdicos con ellas. Grandier fue declarado culpable a pesar de no haber confesado bajo tortura: en nada le ayudó haber proclamado públicamente su repudio al hombre fuerte de la Francia de entonces, el cardenal Richelieu.

31) Sabiduría popular diabólica. El Diablo sabe por Diablo, pero más sabe por viejo. A quien Dios no le dio hijos, el Diablo le da sobrinos. Cuando se reúnen los aduladores, el demonio sale a comer. El que de santo resbala, hasta demonio no para. El que demonios da, diablos recibe. Un diablo bien vestido, por un ángel es tenido. Dos hijas y una madre, tres demonios para un padre. Bien sabe el diablo a quién se le aparece.

32) Citas sobre el Diablo. “¿No sabes que el Diablo no existe, y que es sólo Dios cuando esta borracho?” (Tom Waits, Heartattack and vine). ”El mejor truco del Diablo fue convencer al mundo de que no existe” (Baudelaire, El jugador generoso). “Si el Diablo no existe, y por ende es el hombre quien lo ha creado, lo hizo a su imagen y semejanza” (Dostoyevski).

33) El Infierno y el Mundo. "Para los mortales, esta vida es la ira de Dios. El mundo es un Infierno en pequeña escala". San Agustín.

 

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