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* * * * * * * * * CINE BRAILLE * * * * * * * * *
* * * * * Tres o cuatro mamarrachos con los que yo estoy mejor * * * * *

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ADRENALINA

No negaré que tenía todo para ser feliz. Una novia linda y que me quería, una buena relación con mis padres, un buen grupo de amigos, un buen trabajo… Más que un buen trabajo: el estudio en el cual trabajaba tenía las cuentas de empresas muy importantes. ¿Se acuerda del comercial de los cursos de teología de la Universidad Tomás de Torquemada, el de Wanda Nara y Annalisa Santi? Ese fue idea mía, por ejemplo. Qué lejos quedó todo eso… Pero basta con la nostalgia, la vida es movimiento, aventura, puro presente. Mire dónde estamos hablando, a miles de kilómetros de distancia de Argentina. Ni siquiera sabemos si estamos en Irak o en Siria. ¡Y cuántas experiencias, a cada cuál más excitante! Nada de lo que viví en este último año se puede comprar con dinero, nada.

Debo la decisión de cambiar mi vida a una enfermedad. Ni vale la pena mencionarla, nada grave en definitiva, pero estuve en cama casi un mes. No tenía nada que hacer, salvo mirar TV, navegar por Internet… aburrirme en definitiva. Al tercer día me acordé de los libros que leía de chico, y se los pedí a mis padres. Salgari, Verne, Stevenson… ¡Corto Maltés! Tenía varios libros de historietas de Hugo Pratt. Y leyendo esos libros, sentí que algo faltaba en mi vida. La aventura, sí, la aventura. El riesgo. La adrenalina. Estaba todo pautado, ordenado, regulado. Casi ni lo pensé. Renuncié a mi trabajo estando todavía en cama, vendí el auto, me separé de mi novia, a mi pesar pero… bueno, ella no supo entender lo importante que era esto para mí. La vida no es cumplir horarios, ir de casa al trabajo, de ahí al supermercado y de regreso a casa. Apenas me dieron el alta salí a la aventura, a la ruta, sin saber adónde me dirigía. Ni el celular me llevé. Un 22 de enero caí en cama, el 25 de febrero estaba haciendo dedo en la ruta a Mar del Plata.

Me levantó un camionero. Qué personaje, un tipo de vivencias muy ricas. Había sido conductor de tanques en el Ejército, lo echaron por carapintada. Estuvo de guardaespaldas en Paraguay, mientras acá estaba prófugo. Tomaba mate con whisky y cantaba a los gritos canciones de Almafuerte. Hicimos el camino a Mar del Plata en tres horas. Bueno, no hasta Mar del Plata. Paramos en Maipú a comprar un sándwich, yo fui al baño de la estación de servicio… Cuando volvía, el camión estaba rodeado por la policía. Cien kilos de cocaína llevaba. Me tuve que hacer el tonto. Me quedé con el bolso de mano y la mitad de la plata que llevaba, el resto quedó en el bolso en el camión. En el fondo, mejor así: llevaba demasiadas cosas, los bienes son una carga. La aventura es eso: hay que estar preparado a aceptar las vicisitudes, hasta a darles la bienvenida. Los obstáculos retemplan el espíritu, hacen mejor a quien los supera.

Seguí el camino en ómnibus. Sobrellevé la experiencia de tomar café de micro: le confieso que, durante un rato, pensé en rendirme. No estaba preparado para algo así, llevar la vida al límite, arriesgar la salud, poner el cuerpo de esa manera. Todavía no sé cómo junté fuerzas para seguir, después de ese momento terrible.

En Mar del Plata tuve una experiencia muy poderosa. Caminando por la calle me encontré con la barra de Aldosivi. No me acuerdo bien qué pasó, tal vez me dijeron algo, me exigieron que alentara. Yo sabía que, para vivir realmente lo que es la aventura, la vida con mayúsculas, tenía que ir contra mis instintos conformistas, burgueses. Así que los desafié. Aprendí mucho de mí en ese momento. Aprendí lo que es el miedo, la sensación de estar viviendo una situación que uno no controla. Me dieron una paliza de locos pero ¡qué vivo me sentí, cuánta adrenalina corrió por mi sangre! ¡Y cuánta sangre corrió! También aprendí lo que es tener huesos rotos, lo que es tener un dedo roto. ¿Ve este dedo, que no puedo doblar? ¿Pero qué es un dedo roto cuando uno ha retemplado su espíritu, cuando uno ha conocido sus límites? ¿Qué es? Apenas palabras, un recuerdo. ¿A qué le puede temer un hombre después de haber sobrevivido a una paliza así? ¿Cuánto vale el módico orgullo de conservar la virginidad anal si a través de esa experiencia uno se ha purgado del temor? Nada, le aseguro. Míreme: no sabemos en dónde estamos, no sabemos ni quiénes son estos árabes que nos retienen, y a mí no se me mueve un pelo.

En Mar del Plata me hice marino mercante, no sé cómo, no me pregunte porque ni yo lo tengo claro. Stevenson, Salgari, acuérdese de mis lecturas. La experiencia de navegar por el Océano Atlántico. La tormenta que soportamos mar adentro frente a la costa de Brasil. Sentí algo de miedo, no se lo voy a negar… pero qué vivo me sentí, se lo juro, señor periodista. ¿De Clarín, me dijo que era? Creo recordar alguna nota suya, sobre Venezuela. ¿O era Bolivia? Ah, Venezuela. Qué coraje el suyo al enfrentar a las patotas chavist… ¿Ah, lo escribió en el hotel? Bueno, pero igual habrá… ¿Que lo escribió en un hotel de Colombia y nunca fue a Venezuela? Y bueno, merecido lo tienen esos populistas...

Pero no estamos aquí para hablar de política. Yo le estoy contando de mi vida, de la aventura que salí a buscar y que encontré. La vida fue generosa conmigo. La vida fue generosa conmigo. En Dakar paramos y subimos un montón de africanos a las bodegas. Fue muy interesante eso, el encuentro con gentes de otras culturas, el intercambio de experiencias con personas de orígenes tan diferentes. Me hice amigo de un senegalés, Fela, muy buen tipo. Hablábamos en francés. Venía de un pueblo perdido del interior, no tenían ni cloacas ni electricidad, vivían en contacto con la naturaleza. Una experiencia vital muy alejada de la mía. Imagínese: a su padre lo mató un león, un primo perdió una pierna por la mordedura de un cocodrilo… Una vida más natural que la nuestra, muy rica en experiencias… Lástima lo que le pasó. Enfermó de Ébola, y el capitán mandó a tirar su cuerpo al mar. O al menos eso me dijeron, pasó cuando yo dormía. Un amigo de Fela me dijo que lo tiraron vivo al primer síntoma, nunca pude averiguar si era cierto. Qué vivencias ¿no? Imagínese que me hubiera quedado en Buenos Aires. ¿Qué podría estar contándole, que fui al cine a ver una de Francella? ¿Que fui al chino y me dieron con el cambio un billete falso de 50, y que eso es un drama? Por favor… No va a comparar. El sabor áspero de la vida, sentir la adrenalina corriendo por la sangre… Sentirse vivo, ser uno con el universo. Eso salí a buscar, y claro que lo encontré, gracias a Dios.

¿Dónde íbamos? Ah, los inmigrantes. Después de lo de Fela tiraron por la borda a todos antes de llegar a Cádiz, nos habían avisado que los guardacostas españoles nos iban a revisar. Le reconozco que me sentí mal, ahí pensé en dejar. Lo mismo me pasó unas semanas después, el tema de los narcos mexicanos… ¿Dijeron mi nombre? Me pareció oír mi nombre, mal pronunciado. No sé de qué hablan estos tipos, afuera de la carpa. Nunca sé si hablan en un árabe dialectal o sólo es un inglés pésimo. El que parece el jefe tiene cara parecida al Sandokán de la tapa de un libro que yo tenía de chico, Los Tigres de la Malasia. Mire usted, de grande, estar viviendo aventuras que uno leyó de chico. Dígame si esto no es vida. Hace un año estaba en cama, en mi casa, y hoy estamos acá, respirando el aire del desierto, en un lugar que ni sabemos dónde queda. Hace dos días yo estaba bañándome en el Éufrates, no debemos estar muy lejos. Alejandro Magno anduvo por acá, Trajano, Saladino, Ricardo Corazón de León. ¡Y nosotros estamos acá! ¡Qué atracón de vida nos estamos dando! ¡Si hasta me siento un personaje como los que me maravillaban de chico, Lawrence de Arabia, Sandokán, Saladino!

¿ISIS, dice usted? ¿Estado Islámico de Irak y el Levante? No sabía nada, hace meses que no leo un diario. Meses que no entro a Internet. Vivir es otra cosa, no tengo tiempo para enterarme de esas minucias políticas. Qué chiquitas me parecen las cuestiones políticas, qué chiquitas. La vida es otra cosa. La vida es otra cosa. Qué experiencias únicas que estamos viviendo, qué placer tendremos al contárselas a nuestros nietos... ¿Me llamaron? No entiendo qué dice ese árabe que me señala, ese que parece el cocinero, porque tiene un cuchillo grande y la túnica manchada de sangre.

 

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