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5 PELÍCULAS MÁS EN VERANO 5

En estos días finales de mis vacaciones vi cinco películas, cuatro clásicos de Hollywood (“Watch on the Rhine”, “The racket”, la renombrada “Detour” y “His kind of woman”) y un filme más o menos reciente, “Children of men”. Si gusta, es su casa…

 

 

 Watch on the Rhine” es un filme de 1943, dirigido por Herman Shumlin sobre un libro de nada menos que Lillian Hellman y Dashiell Hammett, con Bette Davis y Paul Lukas. Se trata de un típico filme de propaganda de los años de la Segunda Guerra Mundial, con un claro contraste entre personajes malos y buenos y un mensaje bastante claro: se espera que las mujeres norteamericanas alienten a sus esposos e hijos a luchar por el triunfo de la libertad. Esto no tiene en sí nada de malo: lo único imperdonable en el cine es aburrir al espectador, todo lo demás es discutible.

 

Watch…”comienza con una pareja y sus tres hijos entrando a Estados Unidos por la frontera mexicana: la pareja es integrada por la Davis (una ciudadana norteamericana) y Lukas (en el papel de un secreto y encumbrado militante antinazi alemán, que incluso participó en la Guerra Civil Española en el bando republicano). Ambos viajan a la casa de la madre de la protagonista en Washington, una millonaria viuda y de fuerte carácter que habita una mansión espléndida. Casualmente, en la casa se hospeda otra pareja, integrada por una joven que es cortejada sin ningún disimulo por el otro hijo de la dueña de casa y un noble rumano con fuertes conexiones con la embajada alemana, cuyo único interés es el dinero. El nudo de la historia es, como se puede sospechar, la relación entre el militante antinazi y el noble convencido de que el futuro se escribirá en alemán.

 

La película carga en cada fotograma el peso de sus casi 70 años: por ello, su antinazismo nos resulta un tanto burdo. Abundan las escenas con discursos celebratorios de la libertad y la prosperidad que gozan quienes viven bajo el American Way of Life; al mismo tiempo, todos los negros que aparecen en la película son criados. Pocas veces se debe haber visto en un filme concebido bajo el imperio del Código Hays un adulterio presentado de forma tan abierta (¡un preciosos ejemplo de cómo, para la teología calvinista implícita en la cosmovisión norteamericana, la moralidad de los actos no reside en los actos en sí mismos, sino en la moralidad o inmoralidad intrínseca de quien los comete!). El personaje de Lukas, al menos, expresa las dudas y la angustia moral que le causa tener que matar: ese detalle de humanidad es tan infrecuente, tanto en el arte com en la realidad, que conviene resaltarlo.  

 

The racket” o “El soborno” es un filme de 1951 dirigido por John Cromwell, con Robert Mitchum y Robert Ryan. (El dueño del estudio, el excéntrico multimillonario Howard Hughes, disconforme con Cromwell, se las arregló para que el filme gozara del récord de tener secuencias dirigidas por ¡tres! sucesivos directores más, Mel Ferrer, Nicholas Ray y Tay Garnett). Ryan es un violento gángster al viejo estilo, una reliquia en una época en la que la mafia es casi una corporación más, dirigida por hombres de negocios; Mitchum es un oficial de policía incorruptible al que, por esa misma razón, la superioridad envía a destinos apartados. El filme abunda en apuntes acerca de una justicia y una policía donde la honestidad es considerada una molestia: delincuentes condenados que salen en libertad condicional por la laxitud de unos tribunales cooptados por intereses políticos ligados al mundo del delito, fiscales obedientes de la línea del partido al que pertenecen, decisiones judiciales cuya oportunidad es juzgada de acuerdo a su aprovechamiento electoral... Más allá de tener un tono moralista y ser por momentos predecible y poco creíble, el filme es salvado por su ritmo ágil, por buenas actuaciones y por el detalle de que el final feliz es en realidad amargo: se deja claro que se trata de apenas una victoria en una guerra que sigue y, lo que es peor, pareciera que se va perdiendo.

 

La tercera obra de esta serie es la alabada “Detour” o “Desvío”, dirigida en 1945 por Edgar G. Ulmer, con Tom Neal y Ann Savage. “Detour” es la quintaesencia del film noir: fotografía en un blanco y negro lleno de sombras, narración en off, una historia que involucra moralidades dudosas y perdedores a merced del hado, una mujer fatal en ambos sentidos del término (en el de signo de la inexorabilidad del destino y en el de agente de la Caída ), diálogos interesantes que rezuman cinismo. Ulmer se vio ante el desafío de llevar adelante la película con un presupuesto ridículo, hecho que es responsable tanto de los defectos del filme como de sus virtudes. Esto no es un juego de palabras: si tener que comprimir la historia en apenas 67 minutos obligó a Ulmer a desaprovechar algunos desarrollos interesantes del argumento y a resolver algunas situaciones clave de un modo inverosímil, también es cierto que le motivó a buscar y encontrar salidas creativas a las limitaciones presupuestarias. Por ejemplo, el recurso del flashback, que complejiza y enriquece la estructura narrativa; por ejemplo, la narración en off, con la consiguiente posibilidad de jugar con el punto de vista del protagonista; por ejemplo, la iluminación más bien menesterosa, que ayuda a resaltar la condición de perdedores sin posibilidad de redención de los protagonistas.

 

¿La historia? Al Roberts (Neal) pianista de un local nocturno de mala muerte en Nueva York, decide cruzar Estados Unidos viajando a dedo hasta Los Ángeles en busca de su novia, una cantante que fue a probar suerte en Hollywood… y trabaja de mesera. En el camino sucede un cierto hecho que lo deja a merced de una verdadera arpía, Vera (una Ann Savage perfecta): toda una meditación sobre el peso del destino y el de las malas elecciones en la vida. Como reflexiona Al con fatalismo, “así es la vida. Cualquiera sea el camino que tomes, el Destino siempre te estará esperando para hacerte tropezar”. O “el destino, o alguna fuerza misteriosa, puede elegir a cualquiera de nosotros sólo porque sí”.

 

Un apunte más acerca de la referencia a que el director se vio compelido a “resolver algunas situaciones clave de un modo inverosímil”: la película ganaría notablemente si descubriéramos, en el final, que la narración en off es el descargo del protagonista ante la policía o la justicia, con lo que el espectador tendría que poner en cuestión su pasiva aceptación del punto de vista del protagonista desde el comienzo del filme. Empero, me parece que, de la forma en que está resuelto, el final no exige esta lectura y termina resultando algo vago.

 

His kind of woman” o “Las fronteras del crimen” fue dirigida en 1951 por John Farrow y Richard Fleischer, y contó con un elenco considerable: otra vez Mitchum, la bomba Jane Russell, Vincent Price y Raymond Burr. Es un filme bastante extraño, tan divertido como inverosímil (o mejor, divertido gracias a ser del todo inverosímil). Comienza como un film noir en regla: Dan Milner (Mitchum) es un jugador en la mala, a quien se le prometen 50 mil dólares si viaja a cierta remota playa mexicana y allí espera instrucciones adicionales. Demás está decir que cualquiera desconfiaría de semejante oferta y, por más que no le queda otra que aceptarla, Milner lo hace, tanto más cuanto llega a su destino y descubre que nadie es quien parece ser. La intriga implica además un mafioso ítalonorteamericano expatriado en Nápoles que busca volver clandestinamente a EE. UU., y a una bella supuesta millonaria que sedujo a un afamado y vano actor de cine de aventuras a la Errol Flynn (un impagable Price) atraída por su billetera. Pero algo parecía fallar al promediar las dos horas del relato, y entonces el ya citado Hughes recurrió a Fleischer para que rehiciera la película desde el comienzo: la segunda hora es una farsa muy divertida, con Price como el verdadero protagonista (¡qué raro que nunca más se lo tentó para hacer comedia!). Por lo escrito hasta aquí, “His  kind…” parecería un antecedente de cierta comedia negra típica de los hermanos Coen (digamos "Burn after reading"): el problema es que la mezcla de humor y film noir no fragua bien aquí, tanto que por momentos se tiene la extraña sensación de estar viendo dos filmes superpuestos. El final es, además, tan tremendamente débil que uno se pregunta si no estará presenciando una sátira que no se animó a serlo. De todos modos, vale la pena verla por las buenas actuaciones, por un Vincent Price que salva todo a fuerza de recitar Shakespeare en situaciones propias de Laurel & Hardy, y por varios momentos brillantes, como ciertos diálogos  (“Lo mataste. ¿Qué se siente?”. “No me lo dijo”) o ciertas escenas (en el comienzo, Milner dice que se va su casa, que es “el único lugar donde no se puede meter en líos”. Al llegar, lo reciben unos matones… que le dan una paliza).

 

Para el final, dejamos el filme más reciente (2006): “Children of men” o “Niños del hombre”, dirigida por Alfonso Cuarón sobre la novela de P. D James., con Clive Owen, Julianne Moore y Michael Caine. La obra comienza en una gris Londres en un 2027 aterrador: mientras gran parte del mundo es un páramo inhabitable por causa de las pandemias, la polución o la radiación proveniente del uso de armas nucleares por parte de gobiernos y de organizaciones terroristas, una empobrecida Gran Bretaña sigue en pie, controlada por una dictadura xenófoba que confina a los refugiados extranjeros a guetos que son campos de concentración embozados. Por si este escenario no fuera suficientemente desalentador, desde 2009 se ha extendido por el mundo, como una plaga bíblica, la infertilidad: al comienzo del filme se conoce la noticia de que la mayor celebridad del mundo, el último ser humano nacido (por cierto, un joven mendocino) ha muerto asesinado. Un grupo clandestino que lucha para derribar al gobierno intenta arreglar la salida del país de una misteriosa joven inmigrante, para lo cual recurre al personaje que interpreta Owen, un antiguo militante desencantado al que las derrotas han reducido al cinismo. Éste es ayudado por un maravilloso anciano hippie, interpretado por el gran Michael Caine, quien vive oculto en la campiña inglesa acompañado por su esposa, que ha quedado parapléjica debido a las torturas policiales. El filme es entretenido, más allá de algunos giros bastante poco verosímiles que le quitan fuerza al relato.

 

Párrafo aparte para algunos momentos: para los notorios paralelismos con cierto momento clave de la historia del cristianismo, para el curador de las grandes obras sobrevivientes de una humanidad agonizante (algunos cuadros de Goya, el David de Miguel Ángel, los discos de King Crimson, el globo con forma de cerdo de las puestas en escena del Pink Floyd de "Animals"), para el larvado comentario sobre la tremenda baja en la natalidad que experimentan varios países (Italia, Alemania, Rusia, Japón) al mismo tiempo en que esos países deciden rechazar violentamente a los inmigrantes (¿quién va a financiar las prestaciones a los millones de jubilados que habrá en algunas décadas si apenas habrá jóvenes en edad de trabajar?), y en especial para esas dos escenas en las que la sangre de los heridos salpica el lente de la cámara. Con ese pequeño gesto artístico, el director Cuarón nos recuerda que los guetos no son sólo cosa del filme: ahí está Gaza como testimonio.

 

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