Terror Universal
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Seccion: Películas (Lecturas: 687)
Fecha de publicación: Octubre de 2018

El vampiro negro

El clásico experimental de Fritz Lang, ahora bajo una lupa que nos muestra los resortes sociales y psicológicos del linchamiento y sus consecuencias.

Federico Fornasari



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Hace no mucho tiempo, algo que pudo haber pasado en cualquier ciudad de Latinoamérica pero pasó en Buenos Aires: un grupo de enardecidas personas intervino en el accionar de un muchacho cuya intención habría sido arrebatar la cartera de una mujer. La víctima no sólo resistió el tironeo sino que, luego de quedarse con su elemento, enfurecida, comenzó a golpear al sujeto quien, en su intento de escapar, tropezó y cayó al piso. La envalentonada mujer no se conformó con ello: comenzó a exigir a los gritos que se lo matara. No se llegó a tal extremo pero el individuo fue golpeado por los transeúntes lográndose calmar la situación con la llegada de un par de policías que, afortunadamente, controlaron a la turba. El joven fue llevado al hospital, luego detenido por orden de un juez y poco después, excarcelado, o lo que es lo mismo, puesto en libertad. Todo en un día. Los medios de comunicación, esos que están ávidos de cualquier noticia truculenta, se acercaron al lugar para imprimir en directo la indignación de los testigos e instalaron una palabra que inmediatamente quedó asentada en todos los ámbitos: linchamiento.

M, eine stadt sucht einen mörder (1931), Peter Lorre

Los eventos trajeron a colación la obra maestra de Fritz Lang de 1931: M, el Vampiro Negro. Obra magna con el imponente Peter Lorre encarnando al inquietante señor Beckert. Y digo "inquietante" por esa peculiar doble naturaleza de pacífico vecino berlinés y asesino de niñas. De más está decir, aunque nunca es ocioso reiterarlo, que el hecho de tomar la justicia por propia mano es algo que atraviesa de manera constante la historia del cine. Si bien en el western y el policial (entendiendo éste en el sentido más amplio) el tema daría para libros enteros, también el fantástico de todos los tiempos ha coqueteado con tales valores (Frankenstein, La novia de Frankenstein o El hombre lobo, entre muchos otros clásicos, han tocado directamente el asunto en cuestión). Pero aquí, luego de las noticias y comentarios, rápidamente se impone el placentero repaso de la obra en cuestión, ineludible en el camino de cualquiera que se precie de cinéfilo.

M, eine stadt sucht einen Mörder (1931), Peter Lorre

Todos recordamos esa Berlín de casas de inquilinos y ropa tendida, donde los espacios urbanos se oscurecen de modo inconfundiblemente expresionista, prohijados por el crack económico, los preparativos bélicos y la vertiginosa ascensión de Hitler (1). Beckert es un psicópata que no puede
evitar la tortuosa pulsión asesina que se apodera de él cada vez que una pequeña se pone a su alcance. En el comienzo, mientras juegan en una calle penetrada por las sombras de la Alemania pre-nazi, los chiquillos entonan una terrorífica canción: "Pronto vendrá el vampiro con su cuchillo y hará de ti picadillo". Un cartel de la policía alerta sobre las actividades del asesino y ofrece una recompensa monetaria por su captura. Todos los habitantes desconfían, se espían entre sí, y cualquier gesto -por más inocente que sea- puede generar el estallido y la errónea identificación de la "bestia".

M, eine stadt sucht einen mörder (1931), Peter Lorre

Hecho fundamental asentado brillantemente en el film: también los delincuentes de los más variados estamentos se unen en urgentes reuniones con la idea de encontrar al asesino y evitar rápidamente que la policíahurgue demasiado y afecte sus intereses. Ellos quieren que cese el estado de alerta y puedan seguir llevando adelante sus "trabajos". Para ello se proponen desplegar un auténtico ejército de sombras para dar con el psicópata. La trama exhibe aquí la inoperancia del Estado a través del devaneo policial. Como todos sabemos, Beckert finalmente es atrapado por este grupo y sometido a un premuroso juicio en una oscura catacumba. Ni la angustia del detenido, ni el pedido desesperado de clemencia por parte del improvisado abogado defensor surten el más mínimo efecto. Nadie cree en la Justicia; ellos son la justicia: "la policía es demasiado benévola" afirman,"será considerado un enfermo mental por el Estado y, como tal, perdonado" esgrimen.

M, eine stadt sucht einen mörder (1931), Peter Lorre

El recuerdo del reciente episodio en la ciudad y el posterior repaso de la película no hace más que llevar a pensar, en primer lugar, que frente al acto justiciero individual, el linchamiento puede alimentarse de los más bajos instintos colectivos. Y que según parece, si hacemos un claro ejercicio temporal, los acontecimientos se han repetido a la largo de la historia, incluso desde la época en que la razón comenzó a primar (al menos dogmáticamente) por sobre cualquier tipo de pulsión incontrolable o mesiánica. En el miedo y la defensa de los más turbios valores colectivos o de los más inconfesables intereses grupales subyace el origen de la acción enfurecida de las masas. Es un tema de cuidado, de mucho debate. Se escuchan varias posiciones cuando suceden acontecimientos como el citado y si bien lejos estoy de pretender realizar un ejercicio de empatía con las ideas más duras, todos esgrimen razones atendibles, especialmente aquellas que se vinculan a la exigencia de mayor y mejor intervención del Estado en la prevención y castigo del delito.

M, eine stadt sucht einen Mörder (1931), Peter Lorre

En términos generales, la disputa por los linchamientos divide a la sociedad en dos grupos bien diferenciados: los que, en ciertas circunstancias, consideran válida la violencia popular contra los delincuentes y los que creen que esa actitud es siempre injustificable, con independencia del contexto. La película de Lang exhibe de forma maestra dicha ambivalencia y pone en duda las posiciones correctas por medio de una sutileza que manipula al espectador: se trata nada menos de un asesino de niñas, algo de lo más bajo. Entonces ¿no merecería lo peor? ¿no estaría bien adoptar la posición popular?

M, eine stadt sucht einen mörder (1931), Peter Lorre

Los primeros esgrimen prejuicios contra aquellos que los rechazan: "a ustedes nunca les pasó algo similar", "cuando sufran la delincuencia en carne propia entenderán y pensarán como nosotros". Más allá que distinguidos juristas afirman que los actores de linchamientos deben ser juzgados directamente como homicidas alevosos de acuerdo a las disposiciones del Código Penal, cabe preguntarse si no ha sido, de una u otra forma, el discurso violento y contradictorio que emana
de las instituciones el que lleva a justificar estos actos de barbarie en cualquier lugar del mundo, incluso en países desarrollados.

M, eine stadt sucht einen mörder (1931), Peter Lorre

La importancia de este debate, que el cine enriquece con una obra maestra imperecedera como la hoy citada, acaso deba girar en torno a un tema crucial para la convivencia: cual es el papel de los organismos y de las leyes en el ordenamiento social y cual es la idoneidad de los seres humanos que pretenden dar una explicación a la conducta de las personas que protagonizan el delito. Como primer consejo, humildemente, sería interesante que vieran más y mejor cine. Y, especialmente, esta joya de Fritz Lang, a poco más de una década de cumplir cien años (2).

1. M está inspirada en los hechos reales ocurridos en los años 20 en Alemania, donde el asesino
serial Franz Kurten asoló la ciudad de Dusseldorff. Un error común, precisamente, es indicar que el título del film es M, El vampiro de Dusseldorff ya que en realidad la acción de la película transcurre en Berlín.

2. El genial director da una vuelta de tuerca sobre el mismo tema en su primera película norteamericana, Furia (1936), donde Spencer Tracy, en una descomunal perfomance, es detenido por la policía y acusado por evidencias indirectas de un secuestro que no cometió. En esta ocasión la alarma, el miedo social, apenas existen, ya que el supuesto autor del crimen está tras las rejas. Pero la horda no se detiene en su idea de lincharlo en la misma prisión. Lang claramente hunde aquí su aguda visión de la América profunda y su violencia latente mediante primerísimos planos de las caras de los linchadores, en una clara influencia expresionista. Rostros crispados que toman al supuesto secuestrador como una simple excusa para dar rienda suelta a su agresividad.