Terror Universal
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Seccion: Películas (Lecturas: 22719)
Fecha de publicación: Enero de 2003

El Vampiro

Un filme de terror mexicano que, pese a sus flaquezas y limitaciones, sigue erigiéndose en uno de los hitos del cine fantástico en lengua castellana.

Juan Carlos Vizcaíno



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Quizá sea en el fantástico más que ningún otro género, en donde la indulgencia con una serie de elementos cinematográficos –pobreza de medios, aspectos que invitan a la sonrisa-, puede permitirnos en ocasiones destacar realizaciones que finalmente atesoran indudables cualidades. Me viene a la mente en este momento la considerada obra cumbre de Mario Bava –LA MASCHERA DEL DEMONIO (1960)-, en la que a mi juicio un buen número de hallazgos cinematográficos no podían ocultar algunas deficiencias de grueso calibre que finalmente me impiden considerarla esa obra maestra propugnada por muchos –por más que resulte una cinta brillantísima-.

Buena parte de este enunciado me ha venido a la mente al contemplar EL VAMPIRO. Considerada como la expresión más lograda del cine de terror mexicano –ya de antemano cabría incitar a redescubrir el resto de aportaciones al género de su director, Fernando Méndez-, ciertamente hay que considerarla como una singular variación de la novela de Bram Stoker y un título valioso a la hora de calibrar las aportaciones de relieve ofrecidas por las distintas cinematografías tomando como base el referente –más o menos oculto- del Conde Drácula –en esta ocasión Conde Carol de Lavud (Germán Robles)-.

En efecto, tras la secuencia previa a los títulos de crédito, que curiosamente se extrae de uno de los momentos cumbres del film –algo curioso y sin duda adoptado de cara a lograr un impacto inicial en el espectador de la época-, pronto nos encontramos en Sierra Negra, en cuya estación confluyen Marta (Ariadna Welter) y Enrique (Abel Salazar, también uno de los productores del film). Ella es una joven que acude a una hacienda y él inicialmente señala que se trata de un representante de comercio –en realidad es un doctor que ha contratado Emilio (José Luís Jiménez), el tío de Marta para que faculte si su hermana se encuentra loca al insistir en sus elucubraciones sobre la existencia de los vampiros.

Muy pronto, de forma paralela y en una secuencia de excelente ambientación y factura, contemplamos con detalle el cortejo funerario de dicha hermana tras su fallecido. Junto a la tradicional iconografía que el cine de terror ha brindado al efecto, es muy interesante constatar su perfecta integración en el estereotipo que el cine mejicano ha formado de su propio ambiente rural. Esa primera secuencia y la larga caminata que los dos personajes realizan por un bosque nocturno, ya nos dan la medida de donde residen los mejores logros de esta interesantísima EL VAMPIRO. Indudablemente, reside en un excelente trabajo de fotografía en blanco y negro de Octavio Solano, unido a una menos espléndida utilización de la profundidad de campo por parte de su realizador, en la búsqueda ante todo de una atmósfera inquietante y envolvente, a la que contribuyen la utilización de marcos llenos de sombras, telarañas, recovecos y encuadres sencillos y efectivos cara al resultado final del film. A este respecto, pronto nos ratificarán estas intenciones la llegada de Marta a su recordada hacienda, recorriendo con una panorámica su patio añorado y ahora en semiruínas. Pero junto a ello, hay otro elemento que Méndez utiliza por lo general con especial acierto. Se trata de la irrupción de lo “fantastique” dentro del verosímil realista. Un ejemplo de ello lo tenemos en el momento magnífico que nos muestra la presencia repentina de ese vampiro femenino que posteriormente resultará ser Eloísa (Carmen Montejo), la tía de Marta, abducida para el servicio del Conde Lavud siguiendo a los dos personajes que inicialmente discurren por el bosque.

Argumentalmente, EL VAMPIRO cuenta la historia del deseo del Conde Lavud de realizar la resurrección de su antepasado, al tiempo que adquirir la hacienda para poder extender su dominio en la zona. Un argumento pobre en sutilezas pero que muy pronto dejamos de lado en beneficio de un esplendor y cuidado en la composición visual realmente poco habitual en el cine de terror iberoamericano –España incluida-. Retomando en buena medida la mejor herencia que en este sentido dejó el cine de la Universal en la década de los 30 –y a este respecto no resulta nada gratuito afirmar que la película supera ampliamente las cualidades del momificado y desigual DRACULA de Browning-, sus composiciones espaciales y el uso de la profundidad de campo casi suponen un curioso adelanto del magisterio que en este terreno propondría poco tiempo después Terence Fisher.

Al mismo tiempo, destacan detalles de verdadero terror creado a partir de la suma de atmósferas –quizá el mejor momento de EL VAMPIRO sea aquel en el que Marta contempla el que piensa es el fantasma de su tía recién fallecida, rodeada de telarañas y en su cuarto de infancia-. Y algo que no puede faltar en las producciones de esta cinematografías es el sentido de lo “bizarro”. Esa extraña combinación en donde lo cutre y hasta cierto punto lo casposo beneficia el conjunto del film; los consejos y premoniciones de la veterana ama de llaves –personaje arquetípico en el género-, o el primer ataque de Lavud a Marta –tras eliminar ella en sueños el crucifijo que a escondidas ha dejado su tía inicialmente fallecida-, se pueden incluir entre esa extraña combinación finalmente atractiva.

Y a este respecto no se pueden omitir las debilidades que su muy ajustado metraje conlleva –que son de cierta consideración-. En líneas generales la labor del conjunto de actores es bastante deficiente –incluido el recordado Germán Robles en su papel del Conde-, el fondo sonoro en ocasiones chirría, las mordeduras / ataques de Lavud a veces mueven a la carcajada, buena parte de sus diálogos son risibles, e incluso el hecho de que la tía de Marta sea vampira no queda bien explicado en el film. Pero quizá lo más chirriante de todo resulten esas transformaciones del Conde y su acolita en murciélagos, por lo general muy mal montadas y con unos bichos pobremente construidos a los que en más de una ocasión se le notan los hilos de los que penden su vuelo.

De cualquier forma, y tal y como señalaba al inicio, pese a sus flaquezas, deficiencias y limitaciones, casi medio siglo después de su realización y un bagaje de cualidades inalterable, EL VAMPIRO conserva un buen estado de salud y se erige sin dificultad en uno de los mayores logros que el fantástico legó a la lengua castellana a lo largo de su historia.