Terror Universal
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Seccion: Artículos (Lecturas: 16634)
Fecha de publicación: Julio de 2005

Las mise en scéne de un genio

Informe sobre tres puestas en escena de obras del género fantástico que Narciso Ibáñez Menta llevase al Teatro Féminas y al Apolo de Buenos Aires durante los años '30 y como todo se perdió en el olvido. Las obras fueron: EL JOROBADO DE NOTRE DAME, sobre novela de Victor Hugo, EL HOMBRE Y LA BESTIA, versión de Robert L. Stevenson y EL FANTASMA DE LA ÓPERA, adaptación del folletín de Gaston Leroux.

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Natán Solans



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Amanecía en Palermo y era notable el perfume a "jazmín del país" (flor preferida de Alejandro Romay) que brotaba de los toscos canteros Salpicré (el estilo más deleznable que existió en la historia de la decoración) que bordeaban la playa de estacionamiento del Canal 9, durante los años '80. Este cronista, entre cuyos oficios estaba el de caracterizador (hoy denominado FX-man) se encontraba allí y lamentaba no tener el vicio del cigarrillo, pues es una compañía cuando uno está mal y solo. Los diversos programas en los que intervenía (Titanes en el Ring, Las 1.000 y 1 de Sapag, El Teatro de Pacheco, Monumental Moria, El Pulpo Negro, Finalísima, etc.) hacían que hubiera descuidado a mi familia y pese a mis cinco hijos, estaba a punto de divorciarme. No sabía, claro, que ese día que se avecinaba comprendería que el Terror y el Humor son hijos de la misma madre.

- ¡Miguel Strogoff, Correo secreto del Zar!

Pegué un salto considerable y de inmediato me alegré, porque sabía que esa voz solo podía pertenecer a mi admirado Narciso, con quién estaba trabajando en los efectos y caracterizaciones de El Pulpo Negro.

- Seguramente no conoces esa obra...-dijo mientras se sentaba a mi lado y prendía un cigarrillo.

Si Maestro; es de Julio Verne y...

Pero lo que no puedes saber son los pormenores de la mise en scéne que Yo ideé en 1933 (año del estreno de King-Kong) en el ya desaparecido Teatro Féminas... ¿o fue en el Apolo?

Lucía una capa de seda cruda, un siniestro y pulcro traje, unos zapatos con elevator que aumentaban mucho su estatura , pero sobre todo tenía puesta su cara Número 2... Narciso nunca estubo contento con su rostro original; decía (equivocadamente) que tenía cara de "almacenero." En 1946 se había sometido - como buena parte de la farándula rioplatense- a una "estética." Un cirujano estadounidense, de quien no recuerdo el nombre ahora, vino a Buenos Aires y se instaló en una suite en el Alvear Palace Hotel y todo el ambiente artístico de la época circuló por allí; el doctor tomaba nota y luego realizaba las novísimas operaciones plásticas en un coqueto quirófano improvisado, cerca de allí.

Como el hombre era de origen alemán tenía "el último grito" (¡qué antiguedad!) en este tema, ya que los alemanes habían experimentado mucho durante el apogeo de los nazis. Narciso tomo ese hecho para representar una tortura en su telenovela El Monstruo no ha Muerto, sobre la supuesta estadía de Hitler en Argentina, en Canal 9. En esa obra el Doctor Mengele le hacía a Alberto Argibay un cirugía plástica con la única anestesia de la música de Wagner a todo volumen... Como el doctor había trabajado en Hollywood tenía claro lo que hacía y lo que convenía a cada intérprete. Mirta Legrand, Narciso y muchos más pasaron por su hábil bisturí. A él le corrigieron su tremenda nariz ganchuda y rota, lo que le dio un mejor aspecto y un mayor parecido a su ídolo John Barrymore. También le dio mejores posibilidades en maquillaje ya que siempre se puede agregar volumen pero nunca sacarlo. De hecho, "es imposible que un gordo haga de flaco" (palabras del Maestro).

Como desde muy joven sufrió una incipiente calvicie, en cuanto pudo tomó los servicios del gran Julipi Ruiz. Este personaje, madrileño, trabajaba generalmente para Hollywood. Parece mentira que en la Meca del Cine, con posticeros como Guilaroff o el mismísimo Max Factor, utilizaran los servicios de un hispano. Pero así era, y actores como Alan Ladd, Charlton Heston, Charles Laughton o el mismísimo Orson Welles (amigo de Narciso) consumían el Arte de la Familia Ruiz. Su colección de pelucas era de antología, solo comparable con su otra colección; la de botargas; los rellenos corporales; panzas, senos, músculos... cosidos por su propia madre, y su tercera colección, la de coturnos; los "tacos chinos" y elevaciones que aumentaban la estatura hasta 1,83, la estatura de John Barrymore. Estas cosas y otra muchas hacían que Narciso, tal y como Lon Chaney, y antes de este, Richard Mansfield y Leopoldo Frégoli, cambiara de apariencia cuan Zelig, Camaleón Humano.

En aquella ocasión, yo miraba con la atención de siempre ese rostro que solo estaba a un metro del mío con la luz del naciente sol y no hallaba defectos en el. Sabía, era evidente, que estaba maquillado, muy maquillado, "pero lo importante del make-up es que no se note" solía decir. Tenía cerca de 75 años, pero no parecía ser mas que un cincuentón muy bien conservado.

- Mira, mira estos lifecast (cálcos, reproducciones del rostro, de yeso); este me lo has hecho tú hace dos semanas, este me lo sacó Mendilaharzu hace casi 40 años.... míralos, ¿ves grandes diferencias entre ellos? - me preguntó.

La verdad es que mirándolo bien no eran muy distintos.

- Hollywood exagera con sus envejecimientos. Fíjate en Pequeño Gran Hombre, con Dustín Hoffman; el envejecimiento es exagerado, muy exagerado... además no envejece igual Roberto Galán que un indio Ona.

PROCESADO 1040Ahora, a la distancia, me doy cuenta que fui un alumno aventajado, porque cada conversación con Narciso (que desgraciadamente no fueron muchas) son lecciones de un Arte hoy olvidado. Tal vez por eso mi obsesión de reconstruir aquellos diez años de su vida es toda una pretensión. Narciso tenía dos caras de batalla. (la original, la de él, no contaba ya que rara vez la usó). Una era esa que estaba mirando, la de Barrymore, .noble, perfecta, con un pelo con "pico de viuda" (esa punta que en la frente tienen los vampiros) y una sonrisa tan blanca que la mayoría de los mortales no tenemos. Y la otra, "la Cara Nº 3" era la del "Hombre Gris", el bancario, el gana-pan, el hombre común que interpretó muchas de sus obras y películas, el hombre que definitivamente Narciso no era.

Como aquella transición, aquel silencio era ya incómodo, el Maestro lo rompió.

- ¡Miguel Strogoff... qué obra, vive Dios!

Intenté acotar algo, pero mi intención fracasó.

- ¡Teatro Féminas, en el treinta y tantos...! Ni pienses que esta hermosa mañana te contaré toda la obra... si quieres puedes leerla o ver alguna que otra versión rusa o yanqui... en fin. Miguel Strogoff era una especie de James Bond victoriano ruso, al servicio de las graciosas majestades los Zares de Todas las Rusias en la Era pre-comunista. Cuando al final de la obra los bolcheviques lo atrapan, su filiación de espía es descubierta y entonces se lo somete a una tortura que solo Julio Verne pudo imaginar...¡Y esa es justamente la puesta que te contaré!

Luego de hacerme pegar otro salto (con Narciso uno siempre estaba de susto en susto; por algo era "El Rey del Miedo"), continuó.

MIS AMADAS HIJAS- Los bolches lo atrapan y para hacerlo confesar - esto no es nuevo- se atrapa a su madre. Como su patriotismo hace que el no hable, sin miramientos le matan a su madre con un a fondo de esgrima - era un melodrama, claro-. Él trata de no llorar y cierra los ojos; entonces se le acerca un hierro candente para quemarle los ojos, ¡cuanta crueldad! Pero, ¿qué sucede? Los ojos cargados de lágrimas impiden que se le quemen los globos oculares y luego, cuando todos se burlan de él creyéndolo ciego, éste abre los ojos y tomando un sable cosaco los mata a todos! ¿Qué te parece el argumento?

- ¡Genial, que interesante! - respondí.

- ¡Que vá! - di otro salto más - ¡Nada de eso! ¡Qué mal gusto tienes! Esa obra era una tamaña ridiculez! Era insalvable, pero había que hacerla. Eran situaciones imposibles desde todo punto de vista... los médicos eran los que más se reían de toda esa tortura. Ningún ojo puede sobrevivir a un hierro al rojo blanco. Por más lágrimas en las que navegue. Con Pepito y el Gran Mendi (Mendilaharzu, su maquillador de toda la vida), que era muy joven entonces, tratamos de solucionar esa puesta, esa mise en scéne de la tortura en medio de la Gran Estepa Rusa. Ya en otra obra habíamos hecho reventones de ojos muy convincentes con uvas negras inyectadas con jugo de remolacha. Primero fabricamos un "hierro candente" con una barra hueca de vidrio toda pintada de negro, menos en la punta, donde introducimos, un papel celofán arrugado de color carmesí. Una gran pila de la época era ocultada en la palma de la mano del verdugo y se le colocaba, momentos antes, una bocanada de toscano negro. Eso y Mi trabajo de mímica lo hacían creíble.

Como sería ese relato que me abstraje de aquel húmedo amanecer tan particular, de los jazmines que se habrían al sol, de las palomas que siempre pululaban por allí (Romay les temía; decían que traían desgracia).

- ¡Pero el momento cúlmine! - dijo, y se alteró, provocando que las palomas volasen alborotadas hacia otro canal más seguro -El momento álgido... ¿tu estás escuchando bien lo que digo, me sigues?

Sin esperar respuesta (nunca lo hacía), se paró con la fuerza y agilidad de un resorte comprimido que se despliega (esto solo lo hacían sus personajes, él era más mesurado y una vez hasta dijo que de entre-casa usaba otra voz)

- ¡Ese momento era cuando el hierro candente y luminoso, freía los ojos de Miguel Strogoff! Fue así como, al igual que el Sistema Cuadrafónico, Yo tuve que idear muchos, muchos años antes que el Odorama (el procedimiento Odorante en películas que 40 años después se usaría en el film Poliéster) un truco secreto cuyo orgulloso encargado fue Pepito. En el momento en que el humeante instrumento de tortura me toca, Pepito tiraba un bife de chorizo sobre el aceite hirviendo que, sobre una sartén, se calentaba mediante un infiernillo (un calentador Primus a kerosene, muy común en las cocinas de los conventillos). De inmediato el olor a carne quemada invadía la sala provocando horror y naúseas. El efecto, muy bien oculto entre cajas, era intensificado por un abanico que suavemente blandía mi fiel Pepito Todavía los viejos memoriosos recuerdan aquel hecho singular, aunque nunca supieron el secreto. Tu ahora, eres el privilegiado que lo sabe.

Se dispuso a irse, pero regresó y me puso una mano en el hombro y demostrando que el Horror y el Humor son algo bastante parecido, ya que remató su recuerdo diciendo: - Claro, luego Pepito y Yo nos comíamos el "efecto."

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