Reseña crítica: La acción comienza en el África Negra durante las postrimerías de la Gran Guerra Europea. El aristócrata inglés, Sir Everard Dominey (Edmund Lowe), deambula preso de locura de la selva. Encontrado por el porteador de un safarí, es rescatado por el siniestro Barón Leopold von Ragostein (también Edmund Lowe) y su socio, el dr. Trenk (Frank Reicher). Mientras el convalesciente explorador guarda cama, los pérfidos teutones pergeñan una trama maquiavélica: aprovechando un fantástico parecido, Ragostein asumirá la identidad de Dominey y regresará a Inglaterra, donde además de asumir el mando de su finca, se dedicará a empatizar con la alta sociedad británica como fachada para una ambiciosa operación de contrabando de armas y espionaje al servicio del Imperio Alemán. De regreso a las Islas, Dominey es recibido por un agente del Káiser, Mr. Seaman (Murray Kinnell), que es a la vez subordinado e intermediario con sus superiores. Antes de llegar a su comarca, una antigua amante germana, la princesa Stephanie (Wera Engels), lo reconoce en medio de un salón y lo llama por su nombre alemán. Luego, ya en su propio castillo, se entrevera con su esposa, Lady Eleanor (Valerie Hobson), una mujer frágil y dominada por una supuesta maldición acarreada por un episodio infausto del que Dominey habría huído al África. Es importante mencionar un detalle que preside gran parte de la trama: el buen impostor debe tener lucidez de pensamiento y velocidad de reacción. En su impostura se presentan personas que conocen a la personalidad que está suplantando y cualquier chiste interno o comentario puntual no comprendido, provocaría dudas y potenciales sospechas. Así que durante cenas, reuniones, salidas de caza y todas aquellas ocupaciones que la aristocracia inglesa invierte sus incontables horas libres, éste Dominey debe hacer uso de su ingenio para salir a flote de esas situaciones. Uno de tales episodios consiste en una mujer de la servidumbre, la sra. Unthank (un apellido único en la historia del cine, cuya traducción literaria a nuestro idioma sería "sra. Desgracias"), que apenas ve a su antiguo patrón, se deshace abiertamente en insultos y juramentos contra su persona. Resulta que Dominey disparó al hijo de la señora, el loco Roger, que en un arrebato de demencia intentó atacar a Lady Eleanor. Ahora al regresar, se entera que su esposa vive paranoica con los aullidos lastimeros del "fantasma" de Roger, que se escuchan a al medianoche desde el páramo brumoso. ¿Qué vinculación hay entre esta subtrama estilo "Mastín de los Baskerville" y el tema de espionaje a là "El Prisionero de Zenda" previamente mencionado? Solo que ambas ocurren en el mismo film. Promediando la última bobina, cuando se van resolviendo los misterios, lo que comienza a resultar previsible es que el falso Dominey es un auténtico Dominey (eso tal vez explique el elogio a la impostura del título del film) y, lógicamente, los alemanes tendrán las de perder. Pero he aquí que el veterano Alan Crosland, con más de 18 años como realizador, se despide del cine (fallecería meses después del estreno a causa de un accidente vial) cometiendo un pecado cinematográfico: resulta que el fantasma de Roger no es tal y que Roger aún está vivo y, a pesar de estar cubierto de barba y mugre, aulla y es violento. Se trata de una figura hoy muy estimada por los aficionados, Dwight Frye. Y el director no le concede ni siquiera un primer plano para aprovechar esa caracterización. A pesar de este severo traspié y tras casi una hora de esta extraña bipolaridad narrativa, finalmente habrá una persecución (y bastante inusual, en que el villano escapa armado de un perseguidor desarmado) a través de pasadizos lóbregos y un incendio del páramo. "Inglaterra ha hecho algo grande por mi", afirma el bueno de Dominey antes que todo termine. Y qué lo diga. [Cinefania.com]
Calificación Cinefania.com:
Edmund Lowe
