Historia, Filosofía y Libros
 
La Delincuencia juvenil (por Robert Heinlein)

 

A continuación presentamos un fragmento de "Tropas del Espacio" (Starship Troopers - [1959]) de Robert A. Heinlein, tomado de una edición para la Biblioteca de Ciencia Ficción de Hyspamerca Ediciones [1982].

La obra trata sobre una guerra que la humanidad futurista mantiene con una raza alienígena de chinches. Transcurre en un futuro donde ya se han colonizado los planetas exteriores y existen medios para viajar entre las estrellas a grandes velocidades. Se enfoca básicamente en el adiestramiento y preparación del protagonista como soldado de infantería.

El siguiente fragmento detalla una clase de historia y filosofía moral, recibida por el protagonista en el curso de su enseñanza secundaria. En ella el profesor a cargo, el señor Dubois, habla sobre la problemática de la delincuencia en el siglo XX, junto antes de que colapse la República de Norteamérica (como se le llama en la obra a los EE.UU.). Este fragmento constituye para mí un interesante punto de vista sobre los errores del sistema actual para evitar los hechos criminales.

 

 


   Las gentes cumplidoras de la ley -nos había dicho Dubois- apenas se atrevían a ir a un parque público por la noche. Hacerlo suponía correr el riesgo de verse atacados por jovenes salvajes armados con cadenas, cuchillos, pistolas de fabricación casera o porras, y como mínimo resultar herido, robado con toda seguridad o quedar inválido de por vida, o muerto incluso. Tal estado de cosas duró muchos años, [...]. El asesinato, el vicio, las drogas, el robo, los asaltos y el vandalismo estaban a la orden del dia. Y no solo ocurria en los parques, sino tambien en las calles y a plena luz del dia, en los alrededores de las escuelas, incluso en el interior de las mismas.[...]
   - Señor Dubois, ¿acaso no tenían policía? ¿Ni tribunales?
   - Tenían mucha más policia que nosotros. Y más tribunales. Y todos sobrecargados de trabajo.
   - Entonces no lo entiendo.
   Si un chico de nuestra ciudad hiciera algo semejante, él y su padre serían azotados, uno junto a otro. Mas esas cosas no ocurrían ahora. Dubois me pidió entonces:
   - Defina a un "delincuente juvenil".
   - Pues...uno de esos chicos que solían pegar a la gente.
   - Mal.
   - ¿Como? Pero el libro dice...
   - Dicúlpeme. El texto lo dice así. Sin embargo, llamar rabo a una pata no hace que el nombre encaje. "Delincuente juvenil" es una contradicción de términos, que expresa la clave del problema y el fallo en resolverlo. ¿Ha criado alguna vez un cachorro?
   - Sí, señor.
   - ¿Le enseño a comportarse bien dentro de casa?
   - Pues...sí, señor. Precisamente, mi lentitud en domesticarlo fue lo que hizo que mi madre decidiera al final que los perros debían estar fuera de casa
   - ¿Sí? Y cuando su perrito cometía algún error, ¿se enojaba usted?
   - ¿Por qué? Él no sabía hacerlo mejor. Sólo era un cachorro.
   - ¿Qué hacía usted?
   - Bueno, le reñia, le frotaba el morro con aquello y le daba unos golpes.
   - Con toda seguridad él no comprendía sus palabras.
   - No, pero sí veía que yo le estaba riñiendo.
   - Sin embargo, acaba de decir que usted no estaba furioso.
   Dubois tenía un modo muy molesto de confundirle a uno.
   - No, pero tenía que hacerle pensar que lo estaba. Había de aprender, ¿no?
   - Concedido. Pero, si ya habia quedado bien claro que usted desaprobaba aquello, ¿cómo podia ser tan cruel como para pegarle además? Usted dijo que el pobre animalito no sabia que obraba mal. No obstante, le hacía daño a propósito. ¡Justifiquese! ¿O acaso es un sádico?
   - Señor Dubois, ¡el caso es que hay que hacerlo! Primero le riñes para que sepa que ha hecho algo malo, luego le metes el morro en la porquería para que sepa a qué te refieres y le pegas para que no vuelva a hacerlo otra vez. Y hay que hacerlo enseguida. No sirve de nada castigarle más tarde; eso sólo le confunde. Incluso así, el cachorro no aprende con una sola lección; de modo que se le vigila y se le coge otra vez y se le pega aún más. Pronto aprende. Pero limitarse a reñirle es una pérdida de tiempo. -Y entonces añadí-: supongo que nunca ha educado cachorros.


   - Muchos. Ahora estoy criando un pachón...según sus métodos. Volvamos a esos criminales juveniles. Los peores eran algo más jovenes que ustedes, los de esta clase, y con frecuencia habían empezado de niños su carrera fuera de la ley. No nos olvidemos de ese cachorro. Los chicos eran capturados a menudo. La policía los arrestraba a puñados a diario. ¿Les reñian? Sí, y a veces con severidad. ¿Les frotaban el morro en lo que habían hecho? Raras veces. La prensa y los organismos oficiales solían mantener su nombre en secreto; en muchos lugares, así lo exigía la ley para los criminales menores de dieciocho años. ¿Les pegaban? ¡Por supuesto que no! A la mayoría no les habían pegado ni de niños. Había una teoría, y muy extendida, según la cual los golpes, o cualquier castigo que supusiera dolor, causaban al niño un daño psíquico permanente.


   - El castigo corporal en las escuelas estaba prohibido por la ley -continuaba Dubois- . Los azotes, como sentencia de un tribunal, sólo se permitían en una pequeña provincia, Delaware, y únicamente por algunos crímenes, y rara vez se llevaban a efecto. Estaban considerados como un castigo "cruel y extraordinario" [...]. No comprendo esas objeciones al castigo "cruel y extraordinario". Aunque un juez haya de ser benévolo en sus propósitos, su sentencia ha de hacer que el criminal sufra o no hay castigo, y el dolor es el mecanismo básico, innato en nosotros merced a millones de años de evolución, que nos salvaguarda al avisarnos que algo amenaza nuestra supervivencia. ¿Por qué ha de negarse la sociedad a utilizar un mecanismo de supervivencia tan altamente perfeccionado? Sin embargo ese período estaba dominado por las teorías seudopsicológicas y precientíficas.
   - En cuanto a lo de "extraordinario", el castigo deber ser extraordinario o no sirve a sus propósitos [...]. Volviendo a aquellos jóvenes criminales..., probablemente no les pegaban de niños; desde luego no les azotaban por sus crímenes. La secuencia normal era: por una primera ofensa un aviso, una reprimenda, a menudo sin juicio. Después de varias ofensas, una sentencia sin confinamiento, pero una sentencia que podía suspenderse mientras el chico quedaba en libertad a prueba. Podía ser arrestrado varias veces, incluso condenado varias veces antes de ser castigado, un castigo que consistía simplemente en encerrarlo con otros como él, de los que aprendía más hábitos criminales. Si no se metía en líos durante su encierro, generalmente podía librarse de más de la mitad de la condena saliendo a prueba "bajo palabra", según la fraseología de la época.


   - Esta secuencia increíble duraba años y años, mientras sus crímenes aumentaban en frecuencia y maldad, sin más castigos que esos encierros esporádicos, aburridos pero cómodos. De pronto, al cumplir los dieciocho años, y según la ley, este llamado "delincuente juvenil" se convertía en un criminal adulto. Y a veces, en cuestión de semanas o meses, acababa en la celda de la muerte esperando su ejecución por haber cometido un asesinato. ¡Usted!
Me había señalado de nuevo.
   - Supongamos que se limita a reñir a su cachorro sin castigarlo nunca, que le deja seguir soltando porquería por la casa, que de vez en cuando le encierra en un edificio exterior, pero vuelve a dejarle entrar pronto en casa diciéndole tan sólo que no lo haga de nuevo. Luego un día, se da cuenta de que ya es un perro crecido pero que no está educado para la casa, y usted coge un arma y le mata de un tiro. Comentarios, por favor.
   - ¡Vaya! En cuanto a educar a un perro, ése es el modo más absurdo del que he oído hablar.
   - De acuerdo. O a un niño. ¿De quien sería la culpa?
   - Pues...mía, supongo.
   - De acuerdo otra vez. Mas yo no lo supongo, lo sé.
   - Señor Dubois -estalló un chica-, ¿pero por quë? ¿Por qué no le pegaban a los niños cuando lo necesitaban [...]
   - No lo sé [...], excepto que le método aprobado durante siglos para instilar la virtud social y el respeto a la ley en la mente de los jóvenes no atraía a la clase precientífica y seudoprofesional, los que se denominaban a sí mismos "asistentes sociales", o a veces "psicólogos infantiles".[...].
   - ¡Pero santo cielo! -rebatió la chica-. A mí no me gustaban las zurras, como a ningun niño; no obstante, cuando la necesitaba, mi madre me daba una. La única vez que me dieron azotes en la escuela recibí otra buena tanda cuando llegué a casa, y eso fue hace años. Confío en que nunca me veré ante un juez que me sentencie a ser azotada; una se porta bien y esas cosas no ocurren. No veo nada erróneo en nuestro sistema, es mucho mejor que no poder salir a la calle por miedo a que te maten. ¡Cielos, eso es horrible!


   - Estoy de acuerdo. Jovencita, el trágico error de lo que hicieron aquellas gentes bien intencionadas, en contraste con lo que ellos creían hacer, tiene raíces muy profundas. Porque ellos no tenían una teoría científica de la moral [...] Verá, ellos suponían que el hombre tiene un instinto moral.[...] El hombre no tiene instinto moral. No nace con sentido moral. Usted no nació con él, ni yo, como no lo tiene el cachorro. Nosotros adquirimos el sentido moral, si es que lo adquirimos, mediante el adiestramiento, la experiencia y el sudor de la mente. Esos desgraciados criminales juveniles nacían sin sentido moral, igual que usted y que yo, pero no tenían oportunidades de adquirirlo; su experiencia no se lo permitía ¿Que es el sentido moral? Es una elaboración del instinto de supervivencia. El instinto de superviviencia está en la misma naturaleza humana, y todo aspecto de nuestra personalidad deriva de él. Todo lo que entra en conflicto con el instinto de supervivencia actúa, más pronto o más tarde, para eliminar al individuo, y por tanto deja de aparecer en las generaciones futuras.[...]
   - Pero el instinto de supervivencia puede cultivarse en motivaciones más sutiles y mucho más complejas que el instinto ciego y brutal del individuo por seguir vivo [...] :la supervivencia de la familia, de los hijos o de la nación.[...]
   - Esos delicuentes juveniles estaban en el nivel más bajo. Nacidos únicamente con el instinto de supervivencia, la moralidad más elevada a la que llegaban era una débil lealtad hacia los grupos de sus pares, las pandillas callejeras. Pero aquellos "empeñados en hacer el bien" intentaban "apelar a sus mejores instintos", "llegar hasta ellos", "prender la chispa de su sentido moral". ¡Bobadas!. Ellos no tenían "mejores instintos"; la experiencia les enseñaba que lo que hacían era su modo de sobrevivir. El cachorro jamás recibió su zurra; por tanto, lo que hacía con placer y con éxito debía de ser "moral".
   - La base de toda moralidad es el deber, un concepto con la misma relación con respecto al grupo que el interés egoísta tiene con respecto al individuo. Nadie predicaba el deber a aquellos chicos de modo que pudieran entenderlo, es decir con una zurra. No obstante, la sociedad en que vivían les hablaba constantemente de sus "derechos" [...]
   - Dije antes que "delincuente juvenil" era una contradicción de términos. "Delincuente" significa que ha fallado en el cumplimiento del deber. Ahora bien, el deber es una virtud de adultos. En realidad, un joven se hace adulto cuando adquiere un conocimiento del deber y lo abraza con afecto idéntico al amor que ha sentido por sí mismo desde que nació. Nunca hubo, ni puede haber, un "delincuente juvenil". Por otra pare, por cada criminal joven hay siempre uno o más delincuentes adultos, gentes maduras que o no conocen su deber o, conociéndolo, fallan en cumplirlo. Y ése fue el punto débil que destruyó lo que durante muchos años fuera una cultura admirable.. Los gamberros que asolaban las calles eran síntomas de una grave enfermedad; sus ciudadanos [...] glorificaron su mitología de los derechos... y se olvidaron por completo de sus deberes. Ninguna nación así constituida es capaz de perdurar.

 

   
Ultima actualización: 16-Mar-2008