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OVNIS: ¿CIENCIA, CREENCIA, SEUDOCIENCIA?

Que son los nazis de la Antártida, que son de otra dimensión, que son prototipos secretos de las fuerzas armadas norteamericanas, que son de la Atlántida, que son extraterrestres ¡que son marxistas! Los Objetos Voladores No Identificados son una de las marcas de identidad de la cultura de masas de la segunda mitad del siglo XX, pero simultáneamente son un tema que la ciencia toma con pinzas, e intentamos explicar por qué. [Publicado en Televicio Webzine en noviembre de 2008].

En las últimas cinco décadas se han registrado en los cielos del planeta algunos episodios que, hasta el momento, carecen de explicación. Dichas observaciones, literalmente hablando, corresponden a objetos voladores no identificados, lo que no significa que sean naves que provienen de otros planetas, o de extrañas locaciones de nuestro planeta (como la Tierra Hueca o las supuestas bases antárticas nazis), o de otras dimensiones, o de otro tiempo: significa que son observaciones que permanecen sin explicación.

Y allí empiezan los problemas. Desde el punto de vista del método científico, casi todas las teorías acerca del fenómeno de los Objetos Voladores No Identificados (ovnis, de aquí en adelante) tienen un defecto insalvable: no pueden ser puestas a prueba, o dicho de otro modo, nunca existe la posibilidad de que una observación o un experimento demuestre si son verdaderas o falsas; de hecho, más que teorías, son creencias propias de sectas. El mejor ejemplo que conozco es la declaración de algunos defensores del excéntrico norteamericano de origen polaco George Adamski, cuando se supo que la cara oculta de la Luna estaba llena de aburridos cráteres y no había bosques, ni lagos, ni ciudades, como Adamski había afirmado: dijeron algo así como que los extraterrestres le habían mentido, con el fin de desviar la belicosa curiosidad de las potencias terrestres de la verdadera situación de sus bases. O sea: cuando una prueba parece desmentir las afirmaciones, los defensores de las diversas explicaciones del fenómeno OVNI agregan una hipótesis adicional e igualmente imposible de verificar, como es, en este caso, el resquemor de los alienígenas.

Si alguien quisiera probar (en un sentido científico y no meramente declamativo) que los ovnis provienen del fantasmagórico interior hueco de la Tierra, debería, por ejemplo, explicar porqué las ondas sísmicas se propagan por el planeta como si éste fuera sólido, u ofrecer una explicación alternativa al movimiento de las placas tectónicas de la superficie terrestre, o demostrar que las propiedades gravitatorias de un planeta hueco no se dan de bruces con las leyes de Newton. ¿Que en ninguna de las fotografías satelitales de la Tierra se aprecia apertura polar alguna? ¡Conspiración, seguramente! Una conspiración en la que intervinieron todos los dignatarios de todas las naciones que tienen satélites orbitando la Tierra: Bush y  Chávez, Ahmadinejad y Sarkozy, Hu Jintao y Berlusconi… No, disculpen, es demasiado para mí.

Ya nos ocupamos, en otra nota, de las inverosímiles afirmaciones de cierto vago esoterismo nazi, que afirma que Hitler se retiró a secretas bases en la Antártida, y que los ovnis son parte del dispositivo de defensa de la sucursal Polo Sur del Tercer Reich, por no hablar de sus líneas de comunicación con sus bases lunares. También nos ocupamos de las extravagantes (pero no por ello menos atractivas) teorías acerca de expediciones a Marte enviadas por el Tercer Reich y sus aliados nipones, por los Estados Unidos y la Unión Soviética, y por un grupo de sabios católicos escondidos en las selvas sudamericanas que, si no fuera por el apoyo del Vaticano, serían un perfecto ejemplo de esas misteriosas organizaciones secretas a las que se enfrenta 007 en muchas de sus películas. Quienes creen a pies juntillas en estas ideas no sólo carecen de espíritu crítico, que ya sería suficientemente grave, sino que carecen totalmente de sentido del humor: sólo alguien incapaz de reírse de sí mismo puede creer seriamente que Hitler abandonó un imperio en ruinas, pero un imperio al fin, para retirarse pacíficamente a cultivar gardenias  hidropónicas y escuchar a Wagner bajo los hielos antárticos.

Las afirmaciones extraordinarias requieren pruebas extraordinarias”, decía el filósofo escocés David Hume hace unos doscientos y pico de años: no alcanza con afirmar alegremente que los venusinos, o los marcianos, o los atlantes, o los habitantes de la Anti-Tierra o la Cuarta Dimensión están entre nosotros. Si uno pretende conmover los pilares sobre los que descansa nuestra concepción del mundo, tiene que presentar como prueba algo más que una historia atractiva o un empleo ad infinitum de la teoría de la conspiración. Teoría que presenta más debilidades que fortalezas, porque una conspiración de silencio tan monumental como las frecuentemente propuestas en estos casos es sencillamente improbable: si la historia del periodismo durante el siglo XX ha enseñado algo, es que a la larga todo se filtra, a la larga alguien se quiebra, a la larga alguien que necesita dinero y posee un secreto valioso termina por venderlo. ¿Dónde está el testimonio de alguno de los miles de oficiales de las fuerzas norteamericanas que supuestamente asaltaron la Antártida para buscar a Hitler? ¿Dónde está el testimonio de alguno de los centenares de soldados y científicos que vieron cuerpos de extraterrestres extraídos de astronaves de tecnología ininteligible?

Tal vez algún día se registre un caso de una observación que no admita otra explicación que la de la aparición de un objeto volador de una tecnología insólitamente avanzada. (Tal vez esa aparición ya se produjo, pero aún no ha sido reconocida como tal). Ello no implicará necesariamente que estamos siendo visitados por seres de otro planeta: yo primero descartaría la posibilidad muy cierta de que se trate de un prototipo militar de índole secreta, como sugiriera no hace mucho el siempre inteligente Pablo Capanna. Recién entonces consideraría la posibilidad de que se tratase de un artefacto proveniente de otro planeta, que es, de todas las explicaciones alternativas al discurso científico predominante, la más simple de todas: la de visitantes de otras dimensiones requiere primero explicar qué demonios puede significar eso, la de habitantes de un mundo intraterreno requiere poner de cabeza la mayor parte del conocimiento científico actual.

Para el final dejo una llamativa teoría sobre la estructura social y propósito de los visitantes extraterrestres, recogida por Sergio Kiernan y formulada hacia 1962 por un argentino hijo de inmigrantes italianos, Homero Rómulo Critalli Frasnelli, conocido por su seudónimo de J. Posadas. Era éste un dirigente sindical de los empleados de la industria del calzado, y de cuyo trotskismo pueden dar cuenta tanto su predisposición a participar de cismas (el de 1940 que creó la Cuarta Internacional, el de 1953 que creó el sector Secretariado Internacional y el sector Comité Internacional, el de 1970 que creó la Cuarta Internacional Posadista) como la frondosa e indisciplinada imaginación de la que hacen galas sus planteos.

Posadas escribió sobre educación, niños, ¡perros! y ¡ovnis! Su razonamiento: si los extraterrestres tienen una tecnología superior, es porque tienen una civilización superior, y si tienen una civilización superior, necesariamente tienen que ser socialistas…. Es decir, los extraterrestres se encuentran en una etapa social superior en la que, merced al socialismo, no existe la lucha de clases, lo que explicaría, según Posadas, la razón del silencio de muchos gobiernos frente al fenómeno. ¡Algo así como “qué lindo que va a ser / el cosmos socialista / sin un solo burgués” de los “peronautas” del imposible personaje Diego Capusotto, Bombita Rodríguez, protagonista de “Montoneros contra los Burócratas Sindicales del Espacio” y su “peronismo galáctico”! Pero ¡en serio!

 

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